Está de moda ahora en la gente de izquierdas publicar en redes sociales una foto de una tienda de barrio que ha cerrado y llorar fuertecito porque van a poner ahí un negocio de apartamentos turísticos o casilleros por horas para turistas. Esto, junto con algún que otro vídeo lacrimógeno para promocionar el pequeño comercio, que tras el segundo visionado hace que te suba el azúcar, supongo que pretende que nos sintamos todos culpables porque estamos asesinando el comercio local, al comprar por Internet o en grandes superficies.
Cualquier pirueta sirve antes que reconocer que sus políticas están destrozando a autónomos y pymes. La creación de nuevos impuestos y los 69 incrementos de los mismos, las subidas en la cuota de autónomos, que hasta 4 veces en un año la han llegado a subir, más la imposición del SMI, que a unos señores se les pone en las narices que los empresarios tienen que asumir en su totalidad, no tienen nada que ver con que Mari cierre su peluquería porque, como todos sabemos, eso solo lo iban a pagar los ricos. Yo aún no sé cómo alguien puede cortarse el pelo por Internet o en el Mercadona, pero seguro que los socialistas me lo saben explicar, porque la culpa de que “Peluquería La Mari” cierre, tiene que ser tuya y mía, del turismo, del capitalismo y de los fondos buitre, seguramente.
Por culpa de los turistas
¿Escucharon alguna vez a los socialistas, cuando los propietarios de pequeñas empresas se quejaban de no poder asumir la subida del SMI, decir aquello de “si no puedes pagar, cierra”? Porque yo sí. Y me resulta tremendamente curioso que ahora que finalmente cierran, porque no les queda otra, la altanería que se gastaba antes esa gente se transforme ahora en lloros porque el turismo se está cargando las ciudades tal y como las conocemos. La Mari cierra su peluquería por culpa de los turistas, que bien podrían aprovechar su estancia aquí para cortarse el pelo en su local, pero prefieren que Mari cierre para alquilar casilleros.
En mi ex barrio, que después quizá comprendan ustedes por qué ahora es mi ex barrio, se abrió una peluquería al mes siguiente de comprar yo mi piso, justo enfrente. De esto hace la friolera de más de 20 años. Cómo pasa el tiempo.
Ana, que tiene mi edad, entonces era una chica joven con ganas de tener su propio negocio. Además de dominar su profesión, tenía tablas para lidiar con la clientela del barrio y, poco a poco, fue haciendo su parroquia. Muchos viernes nos juntábamos en el bar de la esquina al terminar de trabajar y compartíamos unos vinos y unas risas.
La peluquería de Ana iba tan bien y tenía tanto trabajo, que pronto tuvo que emplear a dos peluqueras más. Hace unos meses pasé por allí para cortarme el pelo y eché en falta a una de ellas.
-Oye, Ana, ¿Y Lupe?
-Pues es que he tenido que prescindir de ella, porque no podía asumir tanto gasto.
-¿No va bien el trabajo, Ana?
-No, si trabajo no me falta, tengo el día completo siempre, pero es que es imposible.
No hizo falta decir más. “Es que es imposible”.
Una se pregunta cómo es posible que Ana no pueda mantener a sus dos empleadas, estando hasta arriba de trabajo, después de más de 20 años sosteniendo un pequeño negocio del que vivían tres familias, cuando en la misma calle, un poco más arriba, hace unos pocos años han abierto tres peluquerías. ¿Será acaso que a Ana le ha hecho daño la competencia?
Cuando tienen más movimiento es a esas horas raras de la noche, donde unos chavales, que parece que llegaron en patera ayer, van entrando en las peluquerías, de uno en uno, como un goteo constante de un grifo que no cierra bien
No, eso no creo que sea, puesto que esas tres peluquerías tienen sus rótulos en un idioma que no soy capaz de leer, siempre que pasas por delante ves que solo hay un hombre dentro, pero no hay clientes, aunque están abiertas un viernes a las 11 de la noche. Cuando tienen más movimiento es a esas horas raras de la noche, donde unos chavales, que parece que llegaron en patera ayer, van entrando en las peluquerías, de uno en uno, como un goteo constante de un grifo que no cierra bien, se sientan en el sillón de barbero y le dan un sobre al peluquero que no corta el pelo.
Yo tenía bastante claro que se dedican a intercambiar cromos de fútbol, qué va a ser si no, aunque no sé cómo eso puede hacer que una peluquería donde nadie entra a cortarse el pelo consiga permanecer abierta por años, pero estaba equivocada.
Justo ayer un amigo me explicó que lo que hacen es dar clases de peluquería, pero a distancia. Tú cortas el pelo en tu casa y luego se lo llevas en un sobre para que el maestro vea si lo has cortado bien. Así todo tiene sentido. Ahora entiendo perfectamente que estos negocios sean tan lucrativos, además de estar formando y dando una oportunidad a esos jóvenes muchachos que han venido a nuestro país para labrarse un buen futuro.
Sé que ahora está muy de moda, sobre todo entre gente que gana más de cien mil al año, decir que uno ha crecido en un barrio humilde y que te calentabas los pies con un brasero que había bajo una mesa camilla
Este tipo de negocios crecen como las setas en otoño. Están por todas partes. Pero no vayan a pensar ustedes que les estoy hablando de un barrio modesto de Madrid, como pudiera ser Lavapies o Vallecas, no. Sé que ahora está muy de moda, sobre todo entre gente que gana más de cien mil al año, decir que uno ha crecido en un barrio humilde y que te calentabas los pies con un brasero que había bajo una mesa camilla mientras cosías los bajos de pantalones y faldas para que tu madre pudiera comprar leche, pero como yo no gano cien mil ni en varios años, puedo decir la verdad: yo he crecido y vivido en un buen barrio de Madrid. Uno de esos donde, ahora, para comprar un piso de 3 dormitorios, por menos de 400.000€ ni te molestes en buscar y será para reformarlo entero.
Rótulos que no sabes leer
Uno de esos barrios donde en los parques veías niños jugando y ahora ves gente durmiendo o bebiendo en los bancos que te da miedo. Uno de esos donde tenías todo a mano, con muchas tiendas de barrio, que ahora tienen colgado en la fachada el cartel de “Se vende”, mientras se abren otros cuyos rótulos no sabes leer.
No sé cuánto tiempo más podrá aguantar Ana. Yo, que no tenía negocio propio, ni familias que dependieran de él o de mí, no aguanté más y me fui a un pueblo.
Sí, las ciudades como las conocemos se mueren, pero no creo que sea porque la gente compra una vez a la semana en Mercadona. Los asesinos tienen otro nombre.
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