Estos días he estado pensando sobre un libro que leí por encima hará algo más de diez años, durante las crisis en Somalia, la guerra civil siria, la intervención en Libia y los años de caos en Irak tras la invasión. No recuerdo gran cosa sobre sus contenidos, porque la verdad, fue uno de esos libros que saqué de alguna biblioteca con intención de leer pero que nunca acabé de ponerme a ello.
Su título era Arreglando estados fallidos: un marco para reconstruir un mundo fracturado y había sido escrito por uno de los mayores expertos en la materia de construcción estatal, instituciones, y desarrollo. Un académico que había trabajado en el Banco Mundial, dado clases en John Hopkins y Berkeley, y fundado el prestigioso Instituto para la Efectividad Estatal para desarrollar no sólo investigación sobre gobernanza, sino estrategias para implementar sus conclusiones.
Su nombre era Ashraf Ghani, alguien más conocido por haber sido, hasta hace unos días, presidente de Afganistán.
El estado afgano era corrupto hasta la médula; muchos comandantes militares tenían por costumbre inflar la cuenta de soldados en sus unidades para recibir más dinero en salarios
Estas semanas hemos escuchado muchas cosas sobre el fracaso de los Estados Unidos en Afganistán y la completa incapacidad del estado afgano de defenderse a si mismo ante los talibanes. El régimen depuesto en Kabul ha sido definido, merecidamente, como una cleptocracia; un gobierno dedicado con un entusiasmo inusitado a la corrupción a gran escala. La familia de Hamid Karzai, el antecesor de Ghani en el cargo, se dedicó a robar todo lo que no estuviera clavado en el suelo durante su mandato. El estado afgano era corrupto hasta la médula; muchos comandantes militares tenían por costumbre inflar la cuenta de soldados en sus unidades para recibir más dinero en salarios y quedarse la diferencia, o vender las armas y equipo que recibían de los americanos a los talibanes a la más mínima oportunidad.
Antropólogo de formación, Ashraf Ghani dedicó su vida académica y profesional antes de meterse en política a estudiar los mecanismos detrás de los estados fallidos y cómo arreglarlos. El hombre tenía una teoría muy desarrollada y bien estudiada sobre los límites del poder estatal (y su lista de funciones clave que debe desempeñar el estado es muy razonable), y conocía perfectamente todo lo que sabemos sobre instituciones, corrupción, y reformas para mejorar la calidad de gobierno. Si alguien quería encontrar al académico perfecto para intentar reconstruir Afganistán, Ghani se le parecía mucho.
Obviamente, salió mal, y de este fracaso quizás podemos sacar algunas lecciones.
La primera, y más obvia, es que la sabiduría académica sobre construcción de estados e instituciones es muy limitada. Construir una burocracia funcional y un ejército que no salga corriendo cuando le miran mal es algo increíblemente complicado; los países que tienen ambas cosas sólo lo han conseguido tras décadas o siglos de ensayo y error. El Estado, entendido como un conjunto de funcionarios que siguen órdenes, aplican leyes, y reparten guantazos cuando se tiene que mantener el orden es una tecnología (por llamarla de algún modo) difícil de implementar. Ghani era perfectamente consciente que las ciencias sociales tienen respuestas muy pobres ante este problema, y el mismo lo explicaba en una TED Talk en 2005. Tenemos una idea bastante clara sobre qué aspecto tiene un estado moderno, pero crear uno a partir de otras instituciones nos tiende a salir mal.
No ayuda tampoco que esta no es la clase de conocimiento que uno pueda estudiar en un laboratorio, por supuesto. Como mucho podemos estudiar qué ha funcionado antes, pero su puesta en práctica casi siempre sucede en sitios "interesantes" – léase con guerras civiles, insurgencias, feudalismo, anarquía, o una mezcla de las cuatro. Es complicado investigar nada cuando fuera hay gente pegando tiros o cosiéndose a machetazos.
Durante sus años de ministro de Finanzas bajo Karzai no le aguantaba nadie, y su arrogancia no hizo más que aumentar al alcanzar la presidencia
Segundo, es posible que Ghani fuera mal político, y que alguien menos preparado, pero más hábil en el juego diplomático y en construir coaliciones, negociar acuerdos e implementar medidas hubiera conseguido un resultado mejor. Ghani era a menudo criticado por tener una tendencia obsesiva a controlarlo todo, perdiendo de vista el contexto, y de ser muy, muy, muy poco amante de negociar nada con nadie. Durante sus años de ministro de Finanzas bajo Karzai no le aguantaba nadie, y su arrogancia no hizo más que aumentar al alcanzar la presidencia.
Porque resulta que gobernar, incluso en una democracia estable y con un estado funcional como España, es un trabajo extraordinariamente difícil. Ser inteligente no basta. Entender los problemas tampoco. Ganar elecciones menos. Es necesario saber convencer, llegar a acuerdos, saber encontrar soluciones subóptimas pero aceptables para todos, y también saber cuándo quedarse a medias no es suficiente. Es construir alianzas, negociar, seducir, intimidar, todo en uno, y después tener la atención al detalle, la paciencia, y el talento para conseguir implementar nada. Ghani podía ser un genio en lo académico, pero un desastre en el lado político.
Tercero, y no menos importante, es muy posible que Ghani tuviera entre manos un problema irresoluble. Afganistán, al fin y al cabo, era un país que llevaba en guerra civil desde hacía décadas; el salto necesario entre corrupción generalizada, anarquía tribal, y violencia indiscriminada a un estado funcional es colosal. Quizás antes de pasar a ser un país “normal”, Afganistán necesita años de estabilidad sin guerras y cambios sociales endógenos; o quizás requiere no ser un país, sino varios; o Dios sabe qué. Ghani llega al poder con un estado incapaz de cumplir sus funciones más básicas y una ocupación americana torpe y desinteresada en esto de administrar cosas dignamente. Quizás la cosa tuviera arreglo el 2002 ó 2003, pero no en el 2014. No lo sabemos.
La guerra de Afganistán, la ocupación americana, los veinte años de guerra, han terminado en fracaso. Las derrotas y los desastres tienen siempre multitud de causas. Ashraf Ghani hizo lo que pudo, y no fue suficiente.
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