Corría una cálida noche de verano en Valladolid. Este humilde servidor salía de ver un concierto y repasaba la prensa del día siguiente cuando algo me llamó poderosamente la atención: El diario oficial del Gobierno de España (cuyo nombre prefiero obviar) llevaba en portada unas predicciones catastróficas de cara al otoño. Se encendieron todas las alarmas: ¿Cómo podía ser que fuera uno de los medios más sesgados y manipulados de este país tan pesimista acerca de la situación para los próximos meses?
Sólo había dos opciones: 1) Que el estado de la economía española fuera incluso peor del que todos teníamos en mente; o 2) Que fuera una nueva maniobra de manipulación.
Los que seguimos muy de cerca nuestra economía casi a diario sabíamos entonces que no había motivos para pensar en un otoño aciago para España. Negativo, sí. Pero en ningún caso aciago. Por eso no fue muy difícil llegar a la conclusión de que el Gobierno, a través de sus satélites mediáticos, estaba perpetrando un nuevo ejercicio de gestión de los sentimientos fácilmente explicable: hacer creer que todo va a ser un desastre, adoptar medidas estéticas con carácter de urgencia, como si fuera lo único que podemos hacer, y luego decir que todo va bien gracias a su acción de gobierno.
Los resultados de esa estrategia de comunicación los estamos viendo durante las últimas semanas, tanto en los miembros del Gobierno que hablan de economía como en sus medios de comunicación afines.
La realidad, como siempre, es tozuda. España está exactamente en el sitio que algunos decíamos que iba a estar: Por supuesto que no vivimos un momento ni de lejos similar a 2012, pero tampoco tenemos una buena evolución económica ni estamos a la cabeza de Europa, como algunos nos pretenden hacer creer.
Veamos algunos elementos que desmontan el último fenómeno de ilusionismo gubernamental:
El disfraz a medida de la inflación y el mercado de trabajo
En los últimos días seguro que muchos de ustedes han oído que tenemos la inflación más baja de la Eurozona y que el mercado de trabajo continúa registrando cifras históricamente positivas. Ambas son afirmaciones cuanto menos dudosas, por no decir falsas. Veamos:
En relación con la inflación, es cierto que la tasa de crecimiento del IPC es la más baja de la Eurozona. Esto se produce porque el tope al gas está disfrazando un coste energético a muchas familias y empresas que el INE no tiene en cuenta a la hora de elaborar el IPC. Veamos cómo funciona:
El tope al gas establece un precio límite para comprar gas en los mercados internacionales. Ahora que el gas está en mínimos históricos no hay problema, porque compramos al precio de mercado. Pero en los meses de agosto y septiembre, con el gas por las nubes, los generadores de luz a través de tecnologías que necesitan gas (como el ciclo combinado) pagaban el precio de mercado y, sin embargo, sólo contabilizaban como coste para producir la electricidad el dicho tope al gas. De esta forma, se ha abaratado artificialmente el precio a los clientes adheridos a la tarifa regulada de luz (aproximadamente el 40% de los contratos, según la CNMC), que es la que tiene en cuenta el INE, y con ello el IPC.
Ahora bien, ¿significa esto que la luz ha bajado? No necesariamente. La diferencia entre el precio de mercado mayorista del gas y el tope al gas lo está pagando buena parte de todos esos consumidores que tienen una tarifa de luz del mercado libre (aproximadamente el 60%). Todo aquel que ha renegociado/renovado su contrato de electricidad con su distribuidora para el mercado libre se ha encontrado en su factura con un nuevo concepto facturable cuyo importe nadie sabe cómo se ha calculado, pero que encarece notablemente la factura.
Bien, pues el INE, para calcular la inflación, sólo tiene en cuenta a ese 40% de los consumidores a los que se ha abaratado artificialmente la factura de la luz. Con respecto al otro 60%, sencillamente, no hay información de cómo están evolucionando su factura ni de cuánto se están incrementando el precio.
Es por ello que la inflación general se modera al 6,8%, pero los alimentos están creciendo al 15% y la inflación subyacente (eliminando alimentos y productos energéticos) continúa creciendo hasta el 6,3%. La inmensa mayoría de los usuarios estamos pagando cada vez más luz por el tope al gas, y los productores no tienen otra alternativa que incluir este aumento de costes en la factura.
Algo similar ocurre con los datos de empleo. El Gobierno de España ha modificado la legislación laboral y, sin embargo, no ha hecho los cambios pertinentes en la metodología de las estadísticas que monitorizan el empleo, y hay serias dudas con respecto a los fijos discontinuos.
Lo que queda claro es que el dato de parados que hemos conocido en noviembre de este año nada tiene que ver con el del año pasado. En esa nebulosa que se ha generado en relación con los fijos discontinuos hay mucha confusión sobre dónde está contabilizada una persona con un contrato fijo discontinuo que no esté trabajando. Es por ello que muchos analistas (cada vez más) hablamos de una cifra más cercana a los 3,5 millones de parados que los 2,9 que da el gobierno. Por consiguiente, el nivel de paro estaría cercano al verano de 2021 (en plena recuperación del Covid19) y la tasa de paro estaría en niveles cercanos al 14,5%, y no en el 12,5%.
Indicadores económicos en estancamiento y avanzando hacia la recesión
En el análisis económico hay un indicador que es la prueba del algodón: el PIB. Para calcularlo se usa una metodología aprobada a nivel internacional, y por eso el hecho de poder hacer comparativas a nivel internacional es uno de sus puntos fuertes.
El crecimiento del PIB de la economía española para el tercer trimestre de 2022 ha sido del 0,2%, exactamente la misma tasa de crecimiento que ha experimentado la Unión Europea. ¿Es esto una buena noticia? Si tenemos en cuenta que mide la actividad económica de julio, agosto y septiembre, que son los meses de mayor impulso del sector turístico para España y los de mayor impacto de la invasión de Ucrania sobre países como Alemania o Italia, no parece que tengamos ningún motivo de celebración.
Por si lo anterior fuera poco:
⦁ El sector industrial lleva dos meses reduciendo su actividad.
⦁ La evolución de la demanda de luz es preocupante, la demanda de gas está cayendo al 30% interanual en las grandes empresas industriales y la matriculación de vehículos está en niveles de 2012; es decir, en plena crisis financiera.
⦁ Indicadores adelantados de actividad económica que ofrecen la OCDE y consultoras independientes, como IHS Markit, señalan uno de los niveles más bajos de toda la UE y, sobre todo, cifras compatibles con la recesión económica desde hace meses.
Y, por si lo anterior fuera poco, con el fin de la moratoria concursal ha supuesto una cascada de quiebras empresariales. Concretamente, desde el 30 de junio han quebrado 10.150 empresas, es decir, 70 al día.
Somos uno de los pocos países a los que continúa financiando el BCE
Hace unos días, escuché a un alto cargo gubernamental hablar de lo positiva que estaba siendo la evolución financiera de España, teniendo en cuenta la retirada de estímulos del BCE. Y eso es algo que me llama especialmente la atención. Veamos:
⦁ El BCE dijo en junio que va a dejar de comprar deuda pública y sólo se hará cargo de la refinanciación de la deuda existente. Eso es lo que está ocurriendo en mayoría de los países europeos, donde las compras netas de deuda pública son neutrales o negativas. En la mayoría, pero no en España. Y digo más: según los datos que ofrece el propio BCE somos el segundo país que más deuda pública en términos netos (excluyendo refinanciaciones) ha adquirido este organismo monetario desde verano, según sus propias cifras.
⦁ Además, tampoco es cierto que estemos aguantando especialmente bien el empeoramiento de condiciones financieras en los mercados internacionales. El rendimiento efectivo medio de las nuevas emisiones ha crecido casi 2,8% en el último año. En algunos tramos (9 y 12 meses) el crecimiento asciende al 3% y estamos pagando los mayores tipos de interés por la nueva deuda desde 2012 (sí, lo peor de la crisis financiera).
¿Por qué hacen, por lo tanto, tal afirmación? Muy sencillo: La prima de riesgo no se ha disparado. O, dicho de otra manera: el hecho de que Alemania tenga una evolución similar a nosotros en los mercados financieros de deuda privada (hasta ahora) significa que vamos bien. Lo que no cuentan es que los mercados están descontando la acción del BCE cuando sea necesario (como, de hecho, está ocurriendo como acabamos de ver) y que en este momento hay gran apetito por la deuda pública dada la volatilidad y la mala evolución que arrastra este año la renta variable.
Cuando estos dos factores se diluyan, o cuando el riesgo se traslade de la renta variable a la renta fija, los mercados valorarán que Alemania tiene el 70% del PIB de deuda pública (nosotros el 116%) y que nuestro déficit estructural es del 4% del PIB. Y, por consiguiente, de un día para otro nos podemos ver con una factura de la deuda inasumible, el BCE sin margen para comprar nuestra deuda pública, y con los indicadores de riesgo (prima de riesgo, seguros de impago de crédito, etc.) al alza de forma súbita.
La autocomplacencia nunca fue un buen aliado. Y mucho menos el retorcer los datos para que digan lo que políticamente interesa en cada momento. La situación de la economía española es muy delicada (estanflación con posibilidad de entrada en recesión); y además, somos uno de los países más vulnerables de la zona Euro ante una crisis financiera que cada vez es más probable.
Mientras, el Gobierno de España sigue más preocupado por maquillar problemas y lanzar grandes campañas de comunicación que en solucionarlos.
Daniel Rodríguez Asensio es consultor estratégico y presidente de Acción Liberal Think Tank For Freedom
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