Escribo este análisis 24 horas antes de que se produzca, o no, la primera gran derrota parlamentaria de Pedro Sánchez, equivalente sensu contrario a aquella gran victoria material y sicológica suya de enero de 2022, hace justo dos años, que fue la aprobación in extremis de la reforma laboral por un solo voto, el del despistado diputado del PP Alberto Casero. Hasta el error inicial de la entonces presidenta del Congreso, Meritxell Batet -inolvidable la imagen de Sánchez pidiendo calma a los suyos a la espera de un segundo recuento- alimentó el suspense y el mito de la invencibilidad del presidente.
Nadie sabe qué va a pasar, insisto, pero se veía venir este escenario agónico que, en el mejor de los casos, se saldará con una victoria pírrica del Ejecutivo, sobre el cual no va a dejar de sobrevolar a partir de ahora la pregunta del millón; una pregunta performativa porque su sola formulación condiciona la autorespuesta de esa mayoría silenciosa que da y quita presidencias del Gobierno: “¿Y así vamos a estar cuatro años?”.
A Carles Puigdemont, quien se imaginaba ya en este 2024 recién iniciado paseando por Gerona, no le salen las cuentas que le vendió el PSOE hace un par de meses sobre la Ley de Amnistía. La paralización de la medida de gracia cuando cualquier juez español presente la denominada cuestión prejudicial ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) será un hecho si este miércoles el Congreso aprueba la reforma legal contenida en el decreto ómnibus; y el prófugo ha dicho que no cuenten con el voto de Junts per Catalunya.
Normal que Puigdemont se sienta engañado y se pregunte: ¿Qué he ganado yo, y quienes participaron en el referéndum del 1-O conmigo, con esta investidura de Sánchez, si al final no vamos a poder volver a casa antes de que en 2025 -como poco- el TJUE dictamine si la amnistía por delitos de malversación contraviene el ordenamiento jurídico de la UE?
Normal que Puigdemont se sienta engañado y se pregunte: ¿Qué he ganado yo, y quienes participaron en el referéndum del 1-O conmigo, con la investidura de Sánchez, si al final no vamos a poder volver a casa antes de que en 2025 -como poco- el TJUE dictamine si la amnistía por delitos de malversación contraviene el ordenamiento jurídico de la UE?
Es más, ¿se atreverá el Tribunal Constitucional de Cándido Conde-Pumpido a pronunciarse en sentencia firme sobre esa ley antes de que el TJUE emita ese dictamen, arriesgándose así a que este acabe a posteriori enmendando la plana al máximo órgano de garantías nacional? Yo, sinceramente, no acabo de verlo y en discretas conversaciones que he mantenido durante estos meses, muchos miembros de la judicatura y de la clase política tampoco.
Pero, al margen de las razones de interés personal que pueden asistir a Puigdemont para desconfiar del PSOE, la incertidumbre parlamentaria que estamos viviendo está semana a cuenta de la aprobación del decreto ómnibus es más de fondo, tiene más que ver con el cómo se gestó este gobierno: un 'Todos contra la posibilidad de que Santiago Abascal sea vicepresidente de un gobierno presidido por Alberto Núñez Feijóo'. Dicho de otro modo: la enésima coalición negativa en la política española de los últimos años.
Cualquier coalición negativa, por su propia naturaleza, es temporal y se agota en sí misma una vez cumplido el objetivo. En este caso, cortar el paso a Vox. Difícil, por tanto, que aguante los cuatro años que dura una legislatura natural, y, aún más difícil, que sus componentes -hasta ocho socios tras la huida de Podemos del grupo parlamentario de Sumar- se pongan de acuerdo todas las veces, todos los días del año.
Como ha dicho el todavía lendakari Vasco, Íñigo Urkullu, Sánchez “va a necesitar todos los votos (178) de todos sus socios, todo el tiempo”. En el momento en que uno de ellos flaquea -hoy Junts, y Podemos- al resto, sobre todo ERC y PNV, se le empiezan a acabar los argumentos para ir de Pagafantas del Ejecutivo
Como ha dicho el todavía lehendakari, Íñigo Urkullu, Sánchez “va a necesitar todos los votos (178) de todos sus socios, todo el tiempo”. En el momento en que uno de ellos flaquea -hoy Junts, y Podemos- al resto, sobre todo ERC y PNV, se le empiezan a acabar los argumentos para ir de pagafantas del Ejecutivo; no digamos a ese PP al que el propio Sánchez ubicó durante su discurso de investidura en el “bloque reaccionario” junto a Vox, contra el que este Gobierno iba a ser “un muro” (sic).
Ruborizaba, en este sentido, escuchar este lunes -tan solo 45 días después del discurso del "muro anti reaccionario"- al secretario de Organización de los socialistas, el navarro Santos Cerdán, y a medio gobierno apelando a la “responsabilidad”… de Feijóo (!!!) para que se abstenga en la convalidación de los decretos que sus socios le niegan.
Sorprende ver el deterioro de esta segunda coalición parlamentaria, si así puede llamarse, resquebrajándose en el minuto uno de la legislatura y a propósito de medidas económicas como la revalorización de pensiones, el aumento de subsidios y otras. Y da lugar a otras preguntas del millón para la mayoría silenciosa que asiste atónita a este arranque de legislatura: Si esto pasa con la convalidación de un decreto… ¿Qué posibilidades hay de que los Presupuestos Generales del Estado 2024 salgan adelante? ¿A Pedro Sánchez le bastará el comodín de Vox para resistir?
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