Opinión

El dolor despolitizado: el atentado yihadista de Murcia

Una calurosa tarde de mediados de septiembre un coche arrolla a los clientes de un bar que disfrutaban de sus consumiciones en una terraza del barrio de Chueca de Madrid.

Una calurosa tarde de mediados de septiembre un coche arrolla a los clientes de un bar que disfrutaban de sus consumiciones en una terraza del barrio de Chueca de Madrid. Mueren dos personas y varias resultan heridas de diversa consideración. Uno de los fallecidos es el conductor del vehículo causante del atropello, que presentaba una herida de arma blanca. Un testigo afirma que lo escuchó recitar versos del “Mein Kampf”.

Tras varios días de investigaciones, la Guardia Civil concluye en su informe que nos encontramos ante un ataque terrorista perpetrado por un radical neonazi. El día antes del atentado se había rapado la cabeza y tatuado una esvástica antes de acudir a un servicio religioso.

Ante unos hechos de tal gravedad, pueden imaginar que se montaría un enorme revuelo político y mediático. El ministro de Interior comparecería para condenar el odio que se percibe en la sociedad madrileña desde que Isabel Díaz Ayuso gobierna en coalición con la ultraderecha representada en Vox. En el plató de Sálvame Jorge Javier clamaría contra la homofobia de la derecha española. Pedro Sánchez convocaría de urgencia la Comisión contra los delitos de odio. Seguro que les suena, puesto que fuimos testigos de estas reacciones apenas hace unas semanas con ocasión de una denuncia por una agresión homófoba que resultó ser falsa y cuyos visos de verosimilitud eran escasos desde el principio.

Quizás porque el testigo presencial de los hechos declaró haberlo escuchado recitar versos del Corán y el día antes del atentado se había depilado y acudido a la mezquita

No obstante, los hechos que les he relatado al principio sí que son veraces -según se desprende de las investigaciones-, pero han tenido escasa atención mediática y nula repercusión política. Quizás porque no acontecieron en el popular barrio de Madrid, sino en una pedanía de la localidad murciana de Torre Pacheco. Quizás porque el presunto autor no era un neonazi, sino un yihadista marroquí llegado a España años antes como un menor no acompañado. Quizás porque el testigo presencial de los hechos declaró haberlo escuchado recitar versos del Corán y el día antes del atentado se había depilado y acudido a la mezquita. Estas circunstancias parecen justificar que ya no nos encontremos ante un crimen execrable que destila odio, sino ante un acto irracional de un chiflado. Y miren que el modus operandi se antoja idéntico a otros acontecidos en España y Europa. Pero el mero hecho de sacarlo a la palestra te transforma en xenófobo y racista.

A la vista está que no parece merecedor ni de una mísera comparecencia del ministro de Interior ni del interés de los medios, que han pasado por la cuestión como si se tratara de una noticia de la sección de sucesos. Y a mí eso me resulta llamativo en un país en el que se hace activismo mientras se deglute carroña. El odio que destila quien, desde el islamismo, concibe como pecados a erradicar lo que para nuestra sociedad son derechos y libertades civiles no merece luz y taquígrafos.

No me entiendan mal: ni nuestra clase dirigente, ni los tribunales ni las leyes deberían quebrar la presunción de inocencia en atención a cuestiones como el sexo, la nacionalidad o la religión del presunto autor. De igual forma, y siempre desde un escrupuloso respecto a ese derecho fundamental, nuestros medios de comunicación tampoco deberían desatender o ignorar determinados crímenes en función de esos mismos parámetros. Su obligación es informar objetivamente al margen de tales consideraciones y con el mismo grado de intensidad, al menos cuando la similitud entre los sucesos sea palmaria. La verdad factual no debería admitir omisiones, sesgos ni manipulaciones por mucho que ofenda o asuste. Pero desgraciadamente no es así. La prensa se ha sumado a las campañas de politización de la miseria inflando o desinflando el globo en función de los requerimientos del poder y al margen de la gravedad o la realidad de los hechos, contribuyendo así a que el odio, como otras tantas cosas, deje de sustentarse en datos para transformarlo en relato: el que no se cuenta, no existe.

Correa de transmisión

Eso no es prensa libre, sino servil y sumisa. Es informar a ritmo de batuta, convirtiendo la información en una mera correa de transmisión de la voz de los amos. Convertir en noticia sólo aquel dolor ajeno que el partido puede parasitar o exprimir.

Una democracia sana con una sociedad civil crítica no puede permitirse que desaparezcan los políticos prudentes, pudorosos ante el crimen y las desgracias, que circunscriben su actuación a honrar y ayudar a las víctimas y a implementar medidas eficaces de prevención de la criminalidad. Pero tampoco puede asumir la extinción de la prensa independiente ni que los medios de comunicación sean asaltados por los voceros de los partidos, cuya preocupación por la verdad termina donde empiezan sus aspiraciones políticas. Yo doy gracias por poder hacerlo desde un diario libre y con la seguridad de quien sabe que el pago de la hipoteca no depende de lo “ajustado” de sus opiniones.

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