Si resumiésemos algunas estampas del mundo cotidiano tras el Coronavirus, saldría una colección de objetos desaparecidos y costumbres abolidas. Es un mundo sin servilletas, desprovisto casi por completo de papel: sin menús impresos ni pañuelos desechables, sin periódicos en los bares ni revistas en las salas de espera, tampoco programas en los teatros ni hojas de sala en los museos.
La mascarilla es el nuevo complemento. Si antes lo eran los bolsos o el fular, ese lugar ahora lo ocupa esta prenda. Se han multiplicado los lugares donde venden versiones cada vez más elaboradas: desde las que tienen motivos y estampados, hasta las reivindicativas. Como esas de color verde oliva con una diminuta rojigualda tejida en el lateral. Se parecen bastante a la que lleva Macarena Olona.
El mundo post Covid es un lugar ‘menos sesenta por ciento’. Excepto los precios, todo se ha reducido a menos de la mitad
Sobre la mascarilla he notado, también, algunas prácticas curiosas: el doblez que hacen las personas de las cintas elásticas para sujetarla mejor y sin dejar huecos; el añadido que permite usarla sin que las ligas hagan presión tras las orejas e incluso hay una nueva forma de no llevarla, y que consiste en usarla como brazalete para disimular.
En este nuevo Atlas de la desescalada, desaparecieron también las botellitas de agua en los taxis. En su lugar, hay un bote de hidrogel. No se me ha pasado por la cabeza bebérmelo, pero debo decir que prefería el agua. A eso hay que sumar la mampara, que como artefacto no añade demasiado a la experiencia, pero hace completamente imposible que el taxista te entienda y que tú lo entiendas a él.
El mundo post Covid es un lugar ‘menos sesenta por ciento’. Excepto los precios, todo se ha reducido a menos de la mitad: los aforos, la clientela, el mobiliario en las oficinas hasta las mesas en los lugares públicos. Hasta los telediarios parecen más cortos. Algunas de estas cosas no son completamente malas. Por ejemplo, desde la desaparición de los ceniceros en las terrazas, apetece mucho menos fumar e incluso hasta los clientes reducen su tiempo en las mesas. Todo muy apetecible: rápido, corto y fugaz.
Si resumiésemos algunas estampas del mundo cotidiano tras el Coronavirus, saldría una colección de objetos desaparecidos y costumbres abolidas
Me pregunto si, una vez perfeccionado este mundo profiláctico, higiénico y distante, volverán algunas costumbres que ya dimos por olvidadas. Por ejemplo, las ruedas de prensa. Desde hace ya unas semana scada vez son más los portavoces que ofrecen conferencias de prensa telemáticas o presentaciones en línea. Eso lo hace todo más rápido y económico, aunque terriblemente aburrido también.
Queda un verano completo por delante para descubrir una forma menos asfixiante de llevar los tapabocas y una solución razonable para retomar la vida, los viajes, las fiestas, los tumultos y hasta los aplausos, que después de esto nos van a sonar a homenaje de confinamiento. Un compendio inagotable de asuntos olvidados que volverán, de a poco, a la vida post pandemia.
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