Cuando despertó, el periodista todavía estaba allí. Utilizo el manido cuento de Monterroso porque los informadores, como los dinosaurios, también parecían extinguidos. Esta crisis del coronavirus, con confinamiento incluido, está sirviendo para aclarar prioridades, para conocerse mejor y para despejar incógnitas. Una de estas últimas era si el periodismo servía para algo. Y por lo que se ve, sirve bastante. Esa es una lección que estamos aprendiendo todos, pero especialmente en las redacciones, que ahora son virtuales y funcionan mejor que antes.
En estos tiempos frenéticos de fake news, populismo y redes sociales, parecía que el periodismo había pasado a mejor vida. Nadie creía en este oficio hecho para cínicos. Sobre todo, no creían muchos de los propios periodistas, que se metieron a esto para salvar el mundo porque eran muy románticos o porque leyeron demasiado a Kapuściński y que, por el contrario, a principios de 2020, antes del cataclismo, ya solo aspiraban a salvarse a sí mismos de tanto fango y tanto interés oculto y tanta manipulación.
El motivo para la esperanza reside en que los medios están volviendo a cumplir con el servicio público que consiste simplemente en informar. Información que, además, ahora va sobre lo que la gente desea saber y no sobre los estériles debates políticos que habitualmente rellenan el telediario. Contar lo que pasa y, si es posible, molestando al poderoso que quiere ocultar algo. Nada más pero nada menos.
No digo todo esto por corporativismo o porque haya enloquecido para idolatrar de repente la profesión. Lo digo porque en estos días de encierro proliferan los audios y mensajes con contenido supuestamente informativo. Llegan por WhatsApp y, como los ha enviado tal o cual colega, parecen tener altas dosis de verosimilitud. Muchos confinados los creen a pies juntillas. La mayoría son bulos que alguien se ha inventado para erosionar a otro, para sacar algún beneficio propio, para las dos cosas anteriores o para generar más caos en el nuevo universo caótico.
Nada mejor que ir a los periódicos y las televisiones -con alguna excepción deshonrosa- para expurgar de mentiras todos esos audios, vídeos y noticias que no paran de llegar. Por fuerza, los confinados nos estamos refugiando más que nunca en los medios. Y estos, con sus monumentales y perpetuos errores, están siendo el principal dique de contención para frenar el alud de falsedades que nos anegan el teléfono móvil.
Unas imágenes 'abracadabrantes' y una música electrónica pegadiza han aparecido en nuestras vidas para quedarse durante mucho tiempo. Me refiero, como se imaginarán, a ese grupo de bailadores de ataúdes de Ghana que aparecen en mil y un vídeos. Mi hijo ya baila la melodía
Los bulos, sean audios o en formato de periodismo fake, versan sobre casi cualquier cosa. Los hay de todos los colores ideológicos y sociológicos. Por poner un ejemplo, en estas semanas habré recibido unas cuatro veces el tráiler de la película Contagio y un mensaje diciendo que su estreno se ha tenido que posponer por su parecido a la actual pandemia. La realidad es que esa cinta se estrenó en 2011 y sí, hay parecidos con lo que está pasando, pero no tantos como se dice.
Lo mejor de estos días, por poner el contrapunto positivo, es esa avalancha de memes que también son falsos pero no lo ocultan porque solo pretenden divertirnos. En especial, unas imágenes abracadabrantes y una música electrónica pegadiza han aparecido en nuestras vidas para quedarse durante mucho tiempo. Me refiero, como se imaginarán, a ese grupo de bailadores de ataúdes de Ghana que aparecen en mil y un montajes. Mi hijo ya hasta baila desenfrenadamente esa melodía tecno que siempre acompaña al vídeo de turno.
El vídeo proviene de Ghana, según leí en un divertido artículo obra de Juan Diego Madueño, que, por cierto, es un periodista de bigote antiguo y pluma afilada que fichó por El Mundo para escribir de toros justo cuando se acabaron los toros sine die. La mayoría de las imágenes provienen de un documental de la BBC sobre los porteadores ghaneses publicado en 2017.
O sea, otra vez el periodismo, tan atacado con razones y sin mesura, alumbra la realidad. Porque, le pese a quien le pese, cuando despertemos de este drama, los periodistas (al menos los que no sean despedidos) todavía estarán allí, contando lo que pase.
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