Opinión

Auge y caída de la burguesía catalana

Santiago Abascal los calificó este miércoles en Cornellá como “burguesía acobardada”. Pero son algo más que cobardes

Uno de los mitos que se nos ha querido vender es el carácter emprendedor y europeo de la burguesía catalana. Nada más lejos de la verdad. Las familias que han mandado siempre en mi tierra se han limitado a mercadear privilegios y gabelas a cambio de no dar por traspuntín. Jamás les ha interesado la libre competencia. ¿Y qué han hecho con las concesiones que se les han dispensado desde la Restauración del XIX? Pues copiar cosas que ya se hacían en el resto de Europa – véase el caso del textil – fastidiando al resto de españoles que también querían hacerlas, pero se encontraban indefensos ante les ventajas que el gobierno de turno entregaba sonrientemente a los catalanes. Repasemos: quien primero da alas al nacionalismo no es la república sovietizante de los treinta, sino la monarquía de Alfonso XIII, con sus concesiones a la Mancomunidad de Prat de la Riba. Cambó, ejerciendo el mismo papel que desempeñaría décadas más tarde Jordi Pujol, era el hombre de la Liga Regionalista, el financiero de la CHADE, el que movía los hilos entre el capital catalán y Madrid. Hasta Primo de Rivera, padre, contó con él.

Aquella burguesía, cuyos apellidos se encuentran bien representados entre los separatistas de ahora, era de un racismo total, deliraba con Wagner, se comparaba con Alemania, hablaba de raza catalana – véase por ejemplo Pompeyo Gener -, despreciaba a quienes venían del resto de España a trabajar en el metro de Barcelona o la Exposición Universal, mantenía con sus empleados una relación tiránica y pagaba bajo cuerda sindicatos de criminales para asesinar a los líderes obreros. No eran cobardes, todo lo contrario. Su plan consistía en aprovecharse lo que pudieran del estado y mantener sus posiciones de privilegio en el cortijo catalán que consideraban por derecho suyo. Esa misma burguesía se colocó como un solo hombre al lado de Franco el 18 de julio, aportó el capital crematístico para el movimiento y el humano con la carne de sus hijos a los que enviaban al frente sin decirles que no iban a defender a España, sino la fábrica de papá. Esa misma burguesía a la que Franco dió todo tipo de facilidades y que empezó a conspirar en su contra a finales del franquismo porque intuía, no sin razón, que los nacionalismos periféricos iban a tener un papel importantísimo en España a la muerte del dictador.

Amamantaron al pujolismo, a sus sucesores y al proceso separatista con todo lo que pudieron. Y quienes no estaban de acuerdo se callaron como puertas, porque en Cataluña se vive más de la subvención y de la tolerancia del gobierno autonómico que de lo que facturas. Pongo por ejemplo al Grupo Godó de comunicación, que si tuviese que mantenerse por los ingresos de sus medios, prescindiendo de los millones que le da la Generalidad, habría tenido que cerrar hace mucho tiempo. No ha sido excesivamente difícil ser empresario de lo que fuera si contabas con un amigo conseller, un aval de presidencia o el carné convergente. Y quienes no tragaban se fueron a otros pagos en los que el caciquismo no tuviera el poder que detenta en Cataluña.Así que esta burguesía de papel de envolver el pescado, de broma y engaño, de gandules que dilapidan la herencia familiar no es cobarde. Indiscutiblemente, es jeta. Y si tiene miedo a algo es a que se la tilde de botiflera y no incomodar a España o su gobierno, porque ha comprobado a lo largo de los siglos que puede hacer lo que le pase por la punta del Nabucodonosor, siempre que cuente con poder contabilizado en escaños. Pero eso tiene un alto precio. De ahí su caída, su decrepitud, su anquilosamiento. Ya no es burguesía, es apéndice del poder político. Es mucho peor de lo que dijo Abascal.

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