Opinión

Aún hay jueces en Barcelona

La cosa es mucho más seria de lo que ahora pretenden Puigdemont y sus corifeos y de lo que les gustaría a Sánchez y los suyos, que ven cómo su Frankenstein se tambalea

El líder de Junts, Carles Puigdemont Barcelona
El líder de Junts, Carles Puigdemont EFE

A diferencia de Federico II de Prusia -que celebraba, con su célebre “aún hay jueces en Berlín", la decisión de un juez valiente que le impedía a él hacer lo que le diera la real gana-, Pedro Sánchez parece lamentar que aún haya jueces en Madrid… y en Barcelona.

El último disgusto se lo acaba de dar el juez de Barcelona Joaquín Aguirre, que instruye la trama rusa del Procés y que pide al Tribunal Supremo que investigue a Puigdemont por traición por negociar con agentes rusos el apoyo del Kremlin al proceso separatista catalán.

El delito de traición quedó excluido de la amnistía que Sánchez confeccionó a la medida de Puigdemont a cambio de los siete votos de Junts en la investidura del propio Sánchez. Puede que la decisión del juez Aguirre eche por tierra el objetivo compartido por Sánchez y Puigdemont de que este último regrese a España de su escapada bruselense, como si nada hubiera ocurrido.

Nada más conocerse la noticia, políticos y tertulianos separatistas se lanzaron a menospreciar al juez Aguirre y a tratar de ridiculizar la pretensión de investigar a Puigdemont por sus contactos con la Rusia de Putin. Olvidan, o quieren que la opinión pública olvide, que la investigación del juez responde, entre otras cosas, a la petición del Parlamento Europeo a los tribunales españoles de que investiguen “todas las conexiones relacionadas con el Gobierno ruso, los viajes y encuentros de Puigdemont y sus colaboradores y las actividades realizadas por estos, que habrían facilitado la infiltración de personas de origen ruso en territorio español con el objetivo de influir en las estructuras financieras y en la realización de actividades de desinformación, desestabilización y alteración de la paz social”.

Posaban, ufanos y desafiantes, con resoluciones del Tribunal Constitucional como si fueran trofeos de la Champions League

La cosa es mucho más seria de lo que ahora pretenden Puigdemont y sus corifeos y de lo que les gustaría a Sánchez y los suyos, que ven cómo su Frankenstein investido se tambalea. La justicia tiene sus tiempos -por lo general más dilatados y sosegados que los de la política-, pero es inexorable y no entiende de oportunidad o conveniencia política. Mal que le pese a Sánchez, aún hay jueces en Barcelona.

Conviene recordar que una de las características principales del comportamiento de los dirigentes separatistas durante el apogeo del Procés fue la absoluta desconexión con el principio de realidad. Posaban, ufanos y desafiantes, con resoluciones del Tribunal Constitucional como si fueran trofeos de la Champions League; asediaban, para impedir su actuación, a la comisión judicial que registraba la sede del departamento de Economía de la Generalitat; e incluso el propio Puigdemont se reunía, en su residencia oficial, con emisarios rusos la víspera de su espectral declaración de independencia en el Parlament. Y, al parecer, lo hacían asombrosamente convencidos de que nada de eso habría de tener consecuencias penales para ellos, como si España tuviera que ser el único país del mundo que no tiene derecho a aplicar su Código Penal para proteger su integridad territorial y los derechos y libertades de sus ciudadanos.

El caso es que el solo hecho de que un presidente regional negociara con Putin su apoyo a la secesión de la región que preside a costa de la estabilidad de Europa bastaría en cualquier otro país para juzgar al susodicho por alta traición. En España, Sánchez le da la llave del Gobierno a Puigdemont e intenta borrar de un plumazo sus delitos como si fueran meras chiquilladas.

Las pulsiones totalitarias

El comportamiento desquiciado de Sánchez da la razón a Bismarck o a quienquiera que dijera aquello de que España es la nación más fuerte del mundo, pues los españoles llevan siglos intentando destruirla y nunca lo han conseguido. Y puestos a glosar frases acaso apócrifas aunque sin duda verosímiles, Bismarck concluía que el día que (los españoles) dejen de intentarlo (autodestruirse) volverán a la vanguardia del mundo. Si non è vero, è ben trovato. Y ese día llegará más pronto que tarde, pero mientras tanto confiemos en que los jueces sigan preservando nuestro Estado democrático de Derecho frente a las pulsiones totalitarias de nuestros gobernantes.

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  • J
    Juanmanuelito

    Veremos qué recorrido tiene el asunto. Pero, adelante.