Opinión

Autoamnistía: ¿de quién depende Pedro Sánchez? Pues ya está

Cuando el 6 noviembre de 2019 le inquirieron en Radio Nacional de España (RNE) sobre cómo iba a cumplir su promesa de poner a recaudo judicial al huido Puigdemont tras encabezar el fallido golpe de Estado separatista de 2017,

Cuando el 6 noviembre de 2019 le inquirieron en Radio Nacional de España (RNE) sobre cómo iba a cumplir su promesa de poner a recaudo judicial al huido Puigdemont tras encabezar el fallido golpe de Estado separatista de 2017, Pedro Sánchez soltó una ignominiosa perla que merecía figurar inscrita en mármol en la Fiscalía General del Estado para oprobio de la carrera: “¿La Fiscalía de quién depende? (…) Pues ya está”. Transcurridos cuatro años de tal ostentación de prepotencia, Sánchez cae de hinojos ante el fugado de Waterloo tras investirlo presidente bajo la obligación de amnistiarlo conforme a la popular letrilla de “Yo me soy el rey Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como”.

Así, al sometimiento del Ministerio Público (ya Ministerio Particular), mucho más acusado tras ser ratificado al mando un personaje declarado no idóneo por el Tribunal Supremo tras atribuirle un acto de desviación de poder, se suma ahora el de Sánchez a Puigdemont pasando a ser el cazador cazado. Como en las “matrioskas” rusas, donde una muñeca hueca alberga a otra y así sucesivamente, la obediencia de la Fiscalía a Sánchez es también la de éste a un Puigdemont protegido ahora por el Ministerio Público por consigna de quien se doblega al proscrito. Cuando Sánchez se pone aristotélico -en realidad, peronista, cuyo caudillo malbarató la frase como un peso argentino- y afirma que “la verdad es la realidad”, se entiende que supedita la verdad que mancilla a la realidad del vasallaje ante Puigdemont.

No cabe duda de que la política, al desligarse de la verdad, “se corrompe desde dentro y termina convirtiendo al Estado en una maquinaria que destruye el Derecho”, como avizoró la gran pensadora judía Hannah Arendt. Lo certifica esta España donde se corroe el orden constitucional y se deshace la solidez de su Estado con un Sánchez que, en vez de someter al “pastelero loco” al Estado de Derecho, rinde el Estado y el Derecho al delincuente consumando la peor de las podredumbres. Si el poder tiende a corromper y el poder despótico corrompe absolutamente, no querer perder el poder a toda costa lo corrompe de raíz.

Al arrebatársele el sentido de la Justicia y del Derecho, el Estado se pervierte en una banda de ladrones a la que todo les está facultado. De hecho, después de que el estado de alarma decretado por el Covid se usara para diluir la frontera entre la Ley y la Ilegalidad, pese a reprobarlo el Tribunal Constitucional, ahora quienes promovieron las leyes de desconexión previas al ilícito referéndum de 2017 deslizan a Sánchez por esa pendiente para pasaportar una “autoamnistía” con la anuencia de Cándido Conde-Pumpido como camarlengo de sus intereses en el TC.

Sánchez está resuelto a que las cosas signifiquen lo que le convenga a cada instante. Empero, lo hace con tal frenesí que se pone en evidencia y arrolla una mentira con la siguiente

Cuando se subraya tanto la constitucionalidad de esta ley de impunidad con la que Sánchez sirve al secesionismo en el ara de la soberanía nacional, es oportuno traer a colación una apreciación de Borges sobre el Corán. Al observar que no aparecen camellos en el libro árabe por excelencia, el universal escritor argentino colige que Mahoma podía permitirse ser árabe sin camellos; “en cambio, un falsario (…) lo primero que hubiera hecho es prodigar camellos (…) en cada página”. Para el buen ojo ciego de Borges, si hubiera dudas sobre la autenticidad del Corán, bastaría la carencia de dromedarios para rebatirla. Otro tanto con esta “autoamnistía” anticonstitucional como sostenía Sánchez hasta verificar que no sería presidente sin los sediciosos. De ahí que, para dorar la mentira, reitera a coro -más veces que se persigna un cura loco- que es constitucional al cien por cien.

Con este afán, Sánchez está resuelto a que las cosas signifiquen lo que le convenga a cada instante. Empero, lo hace con tal frenesí que se pone en evidencia y arrolla una mentira con la siguiente. Así, lo que ayer era terrorismo hoy no lo es “excepto cuando de forma manifiesta y con intención directa, hayan causado violaciones graves de derechos humanos”. ¿Cómo si fuera posible ese oxímoron y no estuviera claro en el Código Penal de 2015 o en la directiva europea 2017/541, y hasta en el diccionario? Ítem más: Si estuvieran seguros de que Puigdemont “et alii” no perpetraron hechos terroristas, ¿por qué meter de matute ese delito en una “autoamnistía” de imposible digestión legal?

Ni al cervantino Licenciado Vidriera se le escapa que el terrorismo es en sí un delito contra los derechos humanos al margen de circunstancias agravantes o atenuantes. Más allá de bizantinismos sobre un terrorismo bueno y otro malo, como si se tratara de discernir entre el colesterol malo y el que no lo es, como antaño se dirimía sobre los sectores duro o blando de ETA, como si se hablara de una tableta de turrón, cuando era palmario que sólo existía la que asesinaba y atentaba. Algo irrebatible, a la sazón, para todo quisque cuyo cargo o nómina no penda de no entenderlo. Sea Sánchez o su colección de ministros prestos a prescindir de su sapiencia jurídica y de su conciencia para rehacer al minuto la ley de amnistía como la plastilina y no dejar cabo suelto al juez García Castellón.

Una nación comienza a corromperse por la sintaxis. Como la que el PSOE fuerza para que, por contra, apalear una piñata encarnando a Sánchez sea “incitación al magnicidio”, mientras se tolera, en cambio, si afecta al Rey

De esta guisa, el triministro Bolaños, a pachas con el soberanismo, trata de garantizar la impunidad de Puigdemont como si fuera el sirviente Crispín, protagonista de Los intereses creados, pugnando por sacar de la celda a su amo. Con parecido arte de birlibirloque, ese fénix de la Justicia se emplea con esta “autoamnistía” para dejar bien librado a Puigdemont y, por ende, a Sánchez. No en vano una nación comienza a corromperse por la sintaxis. Como la que el PSOE fuerza para que, por contra, apalear una piñata encarnando a Sánchez sea “incitación al magnicidio”, mientras se tolera, en cambio, si afecta al Rey.

No obstante, el pretérito (imperfecto) de Sánchez es su peor testigo de cargo. ¿Cómo olvidar las imágenes del viaje sorpresa que efectuó a Barcelona una semana después de los disturbios de Tsunami Democràtic tras la sentencia del Tribunal Supremo sobre el golpe de Estado y donde acudió como si lo hiciera a la guerra de Ucrania? Arribó rodeado de escoltas con subfusiles, un maletín desplegable antibalas y hasta un paraguas blindado ante unos airados alborotadores convocados por sus hoy sosias que le gritaban fieramente al acercarse a la Jefatura de Policía de Barcelona y a los hospitales donde estaban ingresados los agentes de la Policía Nacional gravemente heridos en los altercados.

En pro de sus espurias ambiciones, de igual manera que lo que ayer era terrorismo hoy no lo es, asimismo se indignaba entonces contra la banalización del terrorismo que operaban sus actuales aliados y hoy es él quien adopta esa frívola postura ante las averiguaciones del juez García Castellón. Nada que ver con lo que dijo en 2019 a Telecinco. Desde el plató de La Moncloa, arremetió como si no hubiera mañana contra la Generalitat por minimizar el terrorismo. Culpó al presidente Torra, teledirigido por el fugado Puigdemont, como su vicepresidente Aragonès lo era por el reo Junqueras, de azuzar a “elementos ya de por sí extremistas”, a la par que refutó que hubiera “presos políticos” y brindó porque respondieran ante el TS con las máximas garantías.

Pero es que, además, tras desclasificarse parcialmente documentos sobre el espionaje del CNI al hoy president Aragonès, su mendacidad adquiere ribetes de procacidad al probarse que fue él quien ordenó como presidente esa vigilancia al sospechar que aquel mangoneaba el Tsunami Democràtic como vicepresidente de Torra. Conviene rememorar cómo, a modo de maniobra de distracción, el Gobierno sorprendió a los españoles destapando el 2 mayo de 2022 -día festivo en Madrid- que Sánchez había sido espiado un año antes como sus socios independentistas y les sirvió la cabeza de la directora del CNI, Paz Esteban, por cumplir su deber constitucional y atender el encargo gubernativo bajo tutela judicial. Si ya aquello olía a podrido, hoy se corrobora. En política, no hay “casualidades”, sino “causalidades”. Aun así, para no matar la gallina de los huevos de oro que es para ellos Sánchez, el segregacionismo mirará para otro lado y se resarcirá gravando la hipoteca.

Para más escarnio, estas revelaciones se registran cuando el Gobierno trata de preservar el apoyo separatista avivando su campaña de intoxicación regurgitando la “Operación Cataluña” con comisiones de investigación que criminalicen a los jueces arropadas por el estruendo mediático de grupos municionados con fondos públicos. A estos efectos, Sánchez es como los agentes dobles: con habilidad para ser varias personas a la vez y mentir todo el tiempo a todo el mundo, por lo que su carrera suele acabar con secuelas, pero a los que motiva el poder y saber que tienen a los demás en sus manos.

Churchill estaba persuadido de que no se debe banalizar el mal y que basta para que éste triunfe con que los demás no hagan nada, bien mirando para otro lado, bien traicionando a sus propios ojos

A la espera de si se frenan los desatinos de un presidente prófugo de la realidad para contentar a un prófugo de la Justicia, bien por la Justicia española o europea, bien por Bruselas al contravenirse los Tratados Europeos, España atraviesa un momento parejo a aquel en el que Edward Halifax, ministro de Exteriores con Chamberlain y partidario de persistir en templar gaitas con Hitler, instó a Churchill a desistir. Lejos de ello, éste estalló: “¿Cuándo aprenderemos la lección, cuántos dictadores más deberán ser cortejados, apaciguados, colmados de inmensos privilegios antes de que aprendamos? ¡No puedes razonar con un tigre con tu cabeza en el interior de sus fauces!”. Versado en la verdadera naturaleza del tigre, aunque éste se hiciera pasar por vegetariano en pos de una víctima propiciatoria, Churchill estaba persuadido de que no se debe banalizar el mal y que basta para que éste triunfe con que los demás no hagan nada, bien mirando para otro lado, bien traicionando a sus propios ojos.

En cambio, Sánchez, como la lechera del cuento, se hace el cálculo de que, concediéndole todo lo que exija el secesionismo, amarrará los Presupuestos de este 2024 y ello le despejará el camino para prorrogarlos en 2025. Obtendría así una tregua para recrear su discurso y su personalidad camaleónica de cara a una eventual cita con las urnas. ¡Como si los separatistas fueran a cejar en el “apreteu, apreteu” (en la calle y en las Cortes) o Bildu no se aprestara a extender la “autoamnistía” para los etarras, al tiempo que versiona la “operación Cataluña” para que el Estado resarza a la banda de los abusos que le habría infligido, según su brazo político! Así lo verbalizó, coincidiendo con el juicio a los asesinos de ETA del concejal del PP Manuel Zamarreño, su aspirante a lendakari, Pello Otxandiano. Para él, la organización terrorista “ha asumido toda su responsabilidad política”; sin embargo, las violencias del Estado no se han depurado. Verde y con asas.

Como no se ha descorrido del todo el velo del pacto encapuchado entre Sánchez y Bildu, cualquier vileza es factible en el epílogo letal de los pueblos en el que, como Cicerón resaltó en su arenga contra Verres, “se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se libera a los presidiarios, se hace regresar a los exiliados, se invalidan las sentencias judiciales.” “Cuando esto sucede, no hay nadie -concluyó Cicerón frente a aquel gobernante autócrata siciliano al que emula Sánchez- que no comprenda que eso es el colapso total del Estado. Donde esto acontece, nadie hay que confíe en esperanza alguna de salvación”. Téngase en cuenta ello cuando aún queda tiempo, aunque mengue de prisa con un Sánchez como títere separatista y con un PSOE en el extrarradio de la Constitución, para que lo peor no tenga por qué ser cierto.

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