Si son ustedes asiduos a los debates culturales seguramente se han cruzado con alguna columna sobre Autodefensa, la serie de moda que se emite en Filmin. La premisa es contar los conflictos cotidianos de dos jóvenes que viven solas en Barcelona, buceando en los placeres y los abismos de la vida moderna. Como suele pasar en España, la serie casi siempre se ha juzgado en términos de adhesión moral: los periodistas progresistas la adoran y los que somos más bien del bando rancio la condenamos por frívola. Dicho esto, recomiendo con entusiasmo el producto, sobre todo para quienes detestan el moderneo insustancial y prosistema que nos ha tocado sufrir. Aviso que esta columna contiene múltiples destripamientos de la trama.
En términos de factura técnica, encuentro la serie impecable: ambientaciones creíbles, actuaciones contagiosas y diálogos fluidos. Funciona para el público objetivo de Netflix y para los fans del arte y ensayo (los que adoran a Casavettes, el mumblecore y Portlandia). En el plano político, es un gol en propia puerta del equipo progresista: los ocho primeros capítulos muestran con total crudeza el vacío de su concepto de modernidad, su narcisismo militante y la tremenda toxicidad de su forma de relacionarse con los demás. Creo que quien recomiende la serie a sus hijos adolescentes seguramente se arriesgue a que empiecen a vestir de traje y se interesen por votar a Vox.
El famoso Me Too está en el centro de dos de los capítulos. En uno las dos amigas se burlan de un pobre chaval que bebe demasiado en una fiesta y se despierta torturado por si ha tenido algún comportamiento inadecuado que le pueda costar su prestigio social. Cuando el hombre vuelve a la casa para pedir perdón se le manipula y despacha de manera humillante con un premio de consolación. En el otro episodio, más crudo todavía, las dos chicas tienden una emboscada a un director de cine para chantajearle grabando una proposición sexual sin que él lo sepa. La trama aquí es incómoda y poco realista: en realidad los directores no tienen que recurrir a estas tretas (ninguno ha sufrido un Me Too) porque suelen ir sobrados de propuestas sexuales de aspirantes (el problema lo tienen más actores y productores). Aún así, estos dos capítulos muestran cómo lo que fue un recurso de autodefensa femenina se ha vuelto un arma que se utiliza sin piedad contra hombres no ya depredadores, sino más bien inseguros o con actitudes torpes, nerviosas o ambiguas.
Autodefensa descerebrada
¿Mi capítulo preferido? Como es habitual en estos ambientes, y la serie refleja con máxima honestidad, una de las protagonistas sufre ataques de ansiedad. Obviamente son fruto de una vida absurda e insatisfactoria, que va del subidón drogadicto a la resaca, pasando por el sexo insatisfactorio. Lo malo no es que la protagonista sufra ataques de pánico en plena calle, sino que sea incapaz de portarse de manera normal cuando alguien le ofrece ayuda, ya que en vez de agradecerlo se pone violenta con la mujer que se acerca a preguntarle por su estado.
¿Otro episodio jugoso? Las dos amigas tienen un resacón infernal y prometen dejar las drogas. Abroncan duramente a su camello y le amenazan con denunciarle a la policía. Hacen ejercicios de espiritualidad oriental pero a las dos horas ya le están volviendo a llamar para comprar mandanga para una rave en Montjuic. Imposible hacer mejor resumen de la vida de los modernos de Barcelona. Mi pronóstico es que la mejor temporada de esta serie será la 22: cuando las amigas cumplan 48 años y se den cuenta de que siguen viviendo exactamente igual que en esta temporada (así es como 'maduran' muchos modernos de los noventa, hoy cincuentones). Una serie ideal para proyectar en colegios religiosos conservadores para confirmar que el camino recto es mucho más bonito y sustancial.
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