Es sorprendentemente fácil convencer a la gente de que necesita ser salvada. Pertenecemos todos, en esta parte del mundo, a la cultura judeocristiana, que tiene su cimiento esencial precisamente ahí, en el mito de la salvación. Tenemos que salvarnos, alguien tiene que salvarnos, qué hacemos. “Sálvanos, Señor, que perecemos”, imploraban a Jesús quienes le seguían, amedrentados por la tormenta. Pero para decirle eso tuvieron que despertarlo, porque estaba dormido: no sería para tanto la cosa.
¿Salvarnos de qué? Nunca falta un importuno que plantea esa pregunta. A ese hay que eliminarlo: señalarlo, escarnecerlo, lapidarlo, crucificarlo, gasearlo, obligarle a ir por la calle con una estrella amarilla prendida en el abrigo, lo que sea. La historia está llena de métodos para eliminar a esa gente detestable que pregunta "por qué" en vez de preguntar "detrás de quién" hay que ir.
Por lo mismo, es igualmente muy sencillo convencer a esa misma gente de que es muy desdichada y que la cosa se va a poner peor si no aparecen, lo antes posible, un salvador y un paraíso al que nos ha de llevar porque ahí estaremos a salvo. Dicho de otro modo: para solucionar una desdicha, primero tiene que existir esa desdicha. Y si no existe, no pasa nada: se crea o se inventa. Eso se estudia en primer curso de Manipulación de Ganado Lanar.
Pablo Casado dirá cualquier día de estos que Sánchez tiene la culpa de que este invierno haya sido casi el más seco desde hace 50 años, y no se preocupen: habrá gente que se lo crea. Siempre la hay. Fingir que uno cree una calumnia, y a renglón seguido difundir esa calumnia, es un acto gratificante: quien lo hace se cree más listo que los demás, se figura que pertenece a los manipuladores y no a los manipulados. No es verdad, pero eso qué importancia tiene: partimos de la base de que necesitamos ser salvados y, ya metidos en harina, uno se siente mucho mejor creyendo que forma parte de los salvadores en vez de los salvables.
Todos los caudillos que en el mundo han sido han vivido de lo mismo: del miedo que generan en la sociedad y del que ellos, que son ‘tan’ abnegados, vienen a salvarnos
Repasen ustedes, por favor, la excepcional novela La ola, de Todd Strasser; y, si no la tienen a mano, su no menos brillante adaptación al cine, con el mismo título, dirigida por Dennis Gansel en 2008. Verán cuánta razón tenía Joseph Goebbels cuando dijo aquello de que una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad, y verán qué sencillo es convencer a la gente de que hay peligro y que necesitamos ser salvados, obviamente por un salvador. Añado yo: no es menos fácil convencer a muchas ovejas de que ellas son las ovejas listas, mientras que las demás son las ovejas tontas. Eso garantiza la fidelidad, como mínimo, de las que se creen listas.
El señor Abascal, que cada día que pasa se parece más al Mefistófeles de la ópera Fausto, de Charles Gounod, ha concedido una entrevista a una diminuta revista especializada en armas de fuego y ha dicho que los españoles tenemos derecho a defendernos a tiro limpio de quienes entren en nuestra casa para robarnos. El hecho de que eso no se le hubiese ocurrido antes, en este país, absolutamente a nadie, pero que unos pocos días después estemos todos hablando de ello, significa que el señor Abascal es cualquier cosa menos tonto: ha conseguido crear un problema donde no lo había, e inmediatamente ha propuesto una solución. Es evidente que aplicar esa solución sí crearía un problema espantoso, como el que tienen (por ejemplo) en Estados Unidos, pero eso carece de la menor importancia para el señor Abascal. Lo que él quiere es precisamente inventar un problema que no existe para ofrecerse de inmediato como salvador. Y hacer todo el ruido que pueda: lo importante, ya se sabe, es que hablen de uno… aunque sea bien.
El asunto tiene gracia. Recuerda a aquella vieja película de Pedro Lazaga, Vota a Gundisalvo, en el que un fantoche arribista –magistralmente interpretado por Antonio Ferrandis– quiere ser elegido senador y dice a cada tipo de público lo que cree que este quiere oír. Cuando, muy metido en su papel, grita en un mitin: “¡Y prometo que traeremos el agua a este pueblo!”, alguien replica: “¡Ya tenemos!”. Ahí Gundisalvo, desconcertado, farfulla (cito de memoria): “¡Sí, pero depurada! ¡Porque es una vergüenza que este pueblo no tenga agua depurada!”. Es lo de antes: ¿Que no hay un problema? No se preocupe, denos un minuto que nosotros se lo creamos.
Es razonablemente sencillo convencer a cierta gente de que es muy desdichada y que la cosa se va a poner peor si no aparecen, lo antes posible, un salvador y un paraíso
Proponer que la gente pueda tener armas para defenderse de los ladrones que pudieran entrar en casa se basa en un recuerdo colectivo: muchos hemos oído que a alguien le pasó algo así. Ninguno podemos recordar cuándo ni dónde, pero “nos suena”. Instintivamente tendemos a agradecer que nos recuerden un peligro (supuesto peligro) que se basa nada más que en una percepción y, sin darnos cuenta, añadimos dos tazas más de miedo al que ya tenemos almacenado. De eso viven todos los aspirantes a caudillos: del miedo que generan en la sociedad y del que ellos, que son tan abnegados, vienen a salvarnos.
Esto se entiende mucho mejor por reducción al absurdo. Imaginen que Abascal, Casado o quien sea, proponen que los ciudadanos tenemos derecho a partirle la cara a quien llene de alcaparras los cartones de leche. ¿Cuánta gente creen ustedes que diría: “Sí señor, muy bien, qué razón tiene, es que ya está bien”, sin caer en la cuenta de que jamás en la vida ha aparecido una alcaparra en un cartón de leche?
Desde el Delenda est Carthago que el pelmazo de Catón el Viejo voceaba al final de todos sus discursos, hasta el Espanya ens roba y sus variantes posteriores, la historia está llena de gente astuta que inventa problemas para inmediatamente ofrecer soluciones, naturalmente si les ponen al frente del negociado. Lo malo es que muchas veces les sale bien.
Por fortuna, en este caso no se trata de nada más que de un listillo que pretende arañar unos cuantos votos atizando el miedo al hombre del saco. El "aux armes, citoyens, formez vos bataillons" le viene bastante grande a este espantasuegras. Pero probablemente sí logrará cierto apoyo, tanto entre las ovejas listas como entre las tontas. De hecho, el eslogan publicitario del candidato en aquella película de Pedro Lazaga era “Vote a Gundisalvo. Total, a usted qué más le da”.
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