¿No tienen ustedes la sensación de que los medios de comunicación están para todo menos para informar, salvo contadas excepciones? Si repasan los titulares de hoy mismo, el covid parece haberse evaporado y todo lo acapara Ucrania. Comprendo que la guerra es un asunto muy serio máxime si quien la desata es un tirano émulo de Stalin o Hitler, pero es que quienes deciden qué es y qué no es noticia han borrado de un plumazo estadísticas de vacunación, contagios y muertos. A saco. Da que pensar. Ayer parecía que el hermano de la presidenta Ayuso era el escandalazo del siglo, que los presuntos intentos de hundir a la líder madrileña del PP eran una canallada del quince y que Casado y Egea se habían cargado la oposición. Hoy, en cambio, todo es incienso hacia Feijoo que dice que aquí no ha pasado nada, sacando del baúl de los recuerdos a la vieja guardia popular. En Cataluña todo era proceso, proceso y más proceso y, ¡ale hop!, de repente ni se le menciona. Aquí no sabemos nada, pregunte en objetos perdidos.
Eso, por no mencionar noticias que ni siquiera llegan a las portadas como el asunto del ex partenaire de Oltra, el de las niñas de Mallorca o el de la muchacha vilmente apalizada y violada en Manresa. Quien decide qué es noticia está decidiendo, al fin y a la postre, qué es relevante y que no lo es. Siempre ha sido así, no nos engañemos, pero ahora, además, el vértigo de la inmediatez producido por las nuevas tecnologías hace que esos hornos mediáticos tengan una gran urgencia en alimentar sus calderas con material nuevo, porque la leña que se quemó ayer es ceniza hoy. Y así se perpetúa una danza infernal en la que nadie reflexiona ni está en condiciones de hablar de la semana pasada porque tenemos esa memoria de pez que conviene a los poderosos.
Olvidar lo sucedido permite no tener presente la nefasta gestión de Sánchez durante la pandemia, los nunca aclarados contratos de Illa con empresas opacas, las maletas de Delcy y Ábalos, la responsabilidad de Iglesias con las residencias de mayores, la situación económica de España en la que ni un euro llega a pequeñas y medianas empresas o a La Palma, por poner un ejemplo de ineptitud.
En este contexto de desmemoria colectiva es factible decir hoy que no enviarás armas a Ucrania y al día siguiente decir lo contrario, como también lo es afirmar que si se envían vas a dimitir y después no hacerlo. Es el reino del todo vale porque nadie tira de hemeroteca y ningún político se siente responsable de lo que hizo hace pocas horas porque no se acordará nadie. Se habla de fake news y de verificadores, pero no se afronta el problema de fondo: nadie quiere saber nada y todos prefieren la calma ficticia que les permite seguir viviendo tan ricamente. Me sorprende que esa actitud, entendible en los de arriba, se haya extendido también a los de abajo. España no puede ir bien si la gente se sabe de memoria la alineación de su equipo en tal o cual partido de hace diez años pero, en cambio, ignora lo que dijo o prometió este o aquel partido hace dos meses.
Esa es la razón más poderosa, creo, por la cual nadie hace más que criticar por lo bajini el asunto del día para luego irse a dormir tan ricamente y, hala, a empezar mañana con el contador a cero. Un escenario óptimo para tertulianos vendedores de crecepelo y charlatanes todólogos con aspecto tremebundo y voz engolada. Se habla de lo que toca, que las tertulias son como el pan, del día. No me extraña que los que tenemos memoria seamos vistos como elementos peligrosos.
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