"Con Ayuso no, con Ayuso no". Así se titula el último capítulo de la teleserie ¿Tú eres tonto o bailas con la música del telediario?, que tiene como escenario la séptima planta de Génova, 13, cuartel general del primer partido de la oposición. 'Chicos, os vais a hacer daño', advertían los veteranos del lugar nada más arrancar la disputa, ya hace meses, justo tras el caudaloso triunfo de la candidata del PP en las autonómicas del 4-M.
Lo que arrancó como una patada en la espinilla ha derivado en una gresca feroz, en una absurda contienda que ha frenado el ascenso demoscópico de la formación en su momento de mayor gloria. El guion de esta astracanada ya no da para más. Los libretistas estiran sin sentido el argumento para alargar una trama absurda que apenas nadie logra entender. Han hinchado el McGuffin hasta las lindes de lo grotesco, como esas escenitas que acaban de protagonizar los dos protagonistas tanto en la movilización de los policías o en la presentación del libro de Rajoy. Mentes obtusas se empeñaban en evitar que Casado y Ayuso coincidieran en alguna fotografía, cual si se tratara de conjurar el efecto de una maldición.
En esta feria de disparates se han sucedido momentos sumamente chuscos, como el vodevil de la convención de Valencia (entraba uno por la puerta cuando la otra salía, sólo faltaba Arturo Fernández), o el excéntrico ménage à trois en Sevilla, Pablo-Teo-Isabel, que a punto estuvo de dinamitarle su Congreso a un Juanma Moreno al borde de la implosión.
El rechazo a Almeida tiene más aristas porque, por más que se empeñe Ortega Smith en tacharle de comunista y en llamarle 'Carmeida', (je, qué ingenio) los madrileños quieren a sus derechas unidas
Nadie pone freno al dislate, como si una obsesión feroz les impulsara al estropicio. Génova acaba de estrenar el último capítulo del folletón, el de 'con Ayuso no', consistente en disfrazar a la lideresa madrileña con el sayal de la peor enemiga de su causa y la más firme entusiasta de la de Abascal. "Son tal para cual", recitan las cacatúas del PP, cada día una monserga, cada minuto un afrenta. Díaz Ayuso, como es su obligación, ha cerrado con Vox unos presupuestos para el próximo año sin apenas hacer concesiones a Rocío Monasterio. Un pacto limpio, que beneficia a los madrileños y, por supuesto, al Ejecutivo de la Comunidad que dispone así año y medio de tranquilidad hasta la cita con las urnas.
Dado que ni Almeida en Madrid ni Moreno Bonilla, en Sevilla, han conseguido el preceptivo 'sí' de Vox para sus cuentas públicas, se deduce que la lideresa madrileña es la favorita de Abascal y un elemento cada vez más extraño en el PP. El silogismo es tan necio que ofende. La política tiene sus razones que los atorrantes no entienden. Abascal ha dado luz verde al acuerdo con Ayuso porque la líder madrileña cae demasiado bien en sus filas como para zancadillearla y, al tiempo, bloquea a Bonilla porque así se refuerza de cara al inevitable adelanto electoral en Sevilla. El rechazo a Almeida tiene más aristas. Por más que se empeñe Ortega Smith en tachar al alcalde de comunista y en llamarle 'Carmeida', (je, qué ingenio) los madrileños quieren a sus derechas unidas y concomitantes y a las izquierdas al menos a 500 mil kilómetros del Manzanares.
La figura de Ayuso es intocable tanto el Wall Street Journal (artículo del viernes) como para el votante del PP madrileño, que repudia hasta la arcada ese ensañamiento al que la tienen sometida
Ya tenemos pareja, según Génova. Se ha consumado con éxito la primera entrega del First Date en Madrid. Ayuso y Abascal, de la manita. Por lo tanto, se le puede negar sin problemas la presidencia regional de sus siglas e incluso despreciarla como hasta ahora. O más. La jugada incurre en dos severos errores. Uno, que la figura de Ayuso es intocable tanto para el Wall Street Journal como para el votante del PP madrileño, que repudia hasta la arcada el ensañamiento al que sus superiores orgánicos la tienen sometida.
El segundo es más trascendente. Pase lo que pase en los próximos meses, ocurra lo que ocurra en las generales de 23/24, Casado necesitará los votos de Vox para llegar a la Moncloa. No hay otra. Esto lo saben hasta en el gimnasio de Teo. El camino de Ayuso es el acertado. Tratar a Abascal con respeto (en las antípodas del malhadado discurso de aquella moción de censura), salvando las naturales distancias ideológicas, y acabar con el sanchismo y su pernicioso gobierno.
Todo lo que no marche en esa dirección es un error superlativo. "Alejaos de la cruel ferocidad de los soberbios", aconsejaba San Agustín. Ayuso lo intenta. Ni provoca ni alimenta la hoguera del disparate. No da que hablar. Intenta tan solo evitar que la pisoteen. Pero ha optado por la estrategia inteligente. Que sean otros los que hagan el ridículo, los que la pifien. Como aquel Dios mencionado por Burton, que se propuso crear un toro y le salió una pollino.
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