Opinión

Ayuso y el aborto (y lo que pensaba Miguel Delibes)

Las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso sobre el derecho de las jóvenes mayores de 16 años de abortar incluso sin el consentimiento de los padres han abierto un tema tabú sobre el que el PP tiene corrido desde hace años un tupido velo

"Una vez una mujer tiene claro que no quiere seguir con ello, creo que no puedes obligar a nadie". Isabel Díaz Ayuso ha vuelto a protagonizar la apertura del curso político. Unas horas después de que se filtrara una imagen de una cena con Alberto Núñez Feijóo en la madrileña taberna Maravillas, las palabras de la presidenta sobre el derecho de las mujeres entre 16 y 18 años de abortar sin el consentimiento paterno daba munición a quienes, desde la izquierda, pretenden enfrentarla un día sí y otro también a las directrices de la nueva Génova.

Esta vez, además, daba alas a quienes, desde la derecha de Vox, intentan arañar votos a los populares en temas como este del aborto. Un asunto en el que Feijóo había decidido correr un velo de silencio –por lo menos hasta que se pronuncie el Constitucional sobre la ley de plazos de Aído y Zapatero-.

“La presidenta es así: no sigue ningún cálculo político –defiende una figura de los populares madrileños-. Es una opinión personal y así lo ha manifestado”. Desde el entorno de Sol han pretendido matizar las declaraciones e incluso han defendido que “lo que dijo lo comparten muchos de los militantes y votantes del partido”. El problema es que, sobre el papel, Génova está en contra de que las jóvenes entre 16 y 18 años puedan abortar sin el permiso paterno, aunque es un tema desterrado desde el último programa electoral.

Génova y su sintonía con Ayuso

Esa sigue siendo la postura de la dirección nacional del PP tras la polémica por las declaraciones de Ayuso en el programa de Carlos Alsina. “Una chica de 16 años no debería poder ir sola a una clínica a hacerse un legrado mientras su familia cree que está en clase”, insistían ayer mismo. Génova no quiere profundizar en el desencuentro, sobre todo, porque se produce entre la cena de tres horas cara a cara con Feijóo en la noche del miércoles y el acto que este mismo viernes protagonizaron ambos para abrir el curso político en Madrid y en el que se multiplicaron los mensajes de unidad.

La política de gestos es clara: sintonía total entre Génova y Sol, entre Alberto e Isabel. Por mucho que el PSOE y sus medios afines aprovechen cualquier discrepancia para magnificarla con la consigna de que “Ayuso marca el paso a Feijóo”. "la presidenta ha dicho que los padres no pueden obligar a que su hija tenga un bebé si ella no quiere, del mismo modo que no la pueden obligar a abortar", recalcan en el entorno de Ayuso, e insisten: "Nadie ha hecho tanto por las mujeres embarazadas solas, en defensa de la vida y la familia".

El problema es que lo que menos se imaginaban en el PSOE y en esos medios es que la nueva discrepancia vendría porque la “radical” y “extremista” presidenta madrileña se alineara con uno de los puntos más polémicos de la ley de Irene Montero.

Pero por eso mismo, Vox ha encontrado un respiro en el estrecho espacio que la presidenta de la Comunidad de Madrid le deja a los suyos desde que el año pasado arrasara en las elecciones. El partido de Santiago Abascal –que está viviendo su particular semana de pasión con el camino del otro Santiago emprendido por Macarena Olona- ve el campo abierto como la única formación que rechaza frontalmente y exige la derogación de la ley del aborto.

Vox ha visto la posibilidad de intentar arañar votos entre los miles de simpatizantes del PP que sienten el aborto como una cuestión de principios irrenunciable. Precisamente, uno de los temas sobre los que no solo la actual dirección nacional sino desde los tiempos de Rajoy, se había dado orden de hablar lo menos posible. “En el PP convivimos liberales con democristianos o conservadores provida –dice un diputado regional madrileño- y desde hace años hay asuntos, como el del aborto, sobre el que se decidió no hacer declaraciones ‘institucionales’. Lo que ha hecho la presidenta es expresar una opinión particular”, dice.

Vox ha visto la posibilidad de intentar arañar votos entre los miles de simpatizantes del PP que sienten el aborto como una cuestión irrenunciable y uno de los temas sobre los que desde los tiempos de Rajoy, se dio orden de hablar lo menos posible

Génova insiste en destacar la buena sintonía con Ayuso y la complementariedad con “personalidades como ella o la de Juanma Moreno”, y así lo han pretendido zanjar con el acto conjunto de ayer entre Feijóo y Ayuso. Y minimizan el efecto de sus declaraciones en los votantes: las encuestas internas siguen viento en popa en Madrid y en toda España.

Sin embargo, otras voces ajenas a la actual dirección nacional avisan que “las declaraciones de Isabel, por mucho que sean a título individual, quedan en la agenda del día a día y en la retina de los votantes. Y más en un tema tan sensible para nosotros como el aborto”. Y vuelven a recordar que “lo fundamental hasta que se convoquen las generales es no darse un tiro en el pie” y dejar que “Sánchez siga equivocándose y acertando solo cuando rectifica y aprueba las medidas (como la rebaja del IVA en el gas) que desde el PP le pedimos hace meses”.

El aborto, ¿progresista?

PD: En el tema del aborto y su identificación con el progresismo, más allá de las declaraciones de Ayuso, conviene recordar al maestro Miguel Delibes y su Tercera de ABC reproducida en 2010 precisamente cuando Bibiana Aído y Zapatero lanzaban su reforma de la ley:

“Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia.

… El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante.

Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada…

…Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado”.

No lo llamen progreso. El aborto siempre es un fracaso.

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