En un escenario político gris marengo, rebosante de trepas y listillos, de sáncheces, torras, urkullus, echeniques y colaus, no es de extrañar que perfiles como los de Isabel Díaz Ayuso o José Luis Martínez-Almeida animen la platea.
Andamos por aquí huérfanos de líderes, ayunos de dirigentes de un razonable nivel. Un escenario pobretón, lindero con lo calamitoso. Basta con echar la mirada un lustro hacia atrás para comprobar lo vertiginoso de la caída, la celérica evaporación del talento. Fuera del ámbito partidista, donde se desprecia el mérito y se escupe sobre el esfuerzo, gente tan incapaz como Lastra, Rufián, Garzón chico, las Montero o Chivite, apenas serían subjefes de negociado en una oficina siniestra dedicada a la import/export con Corea del Norte. Ahora son piezas relevantes en sus respectivas organizaciones. Es el fin de una era, camino como estamos de la destrucción de un régimen.
Ayuso y Almeida, la 'doble A' de Madrid, forman el tándem revelación de esta terrible etapa. El haz y el envés (muy diferentes de carácter) de un PP desacomplejado, que afronta sus desafíos con audacia. Su firme defensa de la región y de la ciudad tanto contra la pandemia como contra la embestida de la izquierda ha catapultado la cotización de ambos. Junto con Macarena Olona, de Vox, son los activos más valorados en el maltrecho circuito de la derecha nacional.
Ahora pugna por evitar las fatigosas zancadillas de su socio de Gobierno, Ignacio Aguado, que de mayor quiere ser presidente. De algo, no se sabe bien de qué, pero presidente
Desde que accedió al sillón en la Puerta del Sol, la presidenta de Madrid apenas ha tenido dos o tres minutos de sosiego. Sobrevivió primero a un encarnizado fuego amigo desde altas poltronas del PP. La izquierda, por supuesto, la convirtió enseguida en su pim pam pum favorito, con un empeño que roza la neurosis. Y ahora pugna por evitar las fatigosas zancadillas de su socio de Gobierno, Ignacio Aguado, que de mayor quiere ser presidente. Un consejero de Cs está ejerciendo de agitador mediático de los dramáticos episodios ocurridos en algunas residencias de ancianos. Un serio problemón para Ayuso, extensible sin duda a otros presidentes autonómicos, como ya se está viendo en su recorrido por los tribunales.
No hay en estos momentos cargo político más hostigado, vilipendiado y perseguido que Ayuso. Habría que remontarse, quizás, a los tiempos de José María Aznar o de Esperanza Aguirre para dar con una cacería tan feroz. Disparen sobre la presidenta, es el único juego en la ciudad. La Moncloa, los medios serviles del sanchismo, la oposición social-peronista, los correligionarios resentidos y, ahora, su propia pareja de baile en el Ejecutivo, integran el enloquecido pelotón de fusileros que la tienen en su punto de mira.
Cada día, esta gavilla de escribas de todo a cien, diputadillos a granel, zoquetes oxidados y presuntuosos matoncillos le dedican todo tipo de ataques, burlas e insultos con la ofuscación de una ametralladora averiada. Más ingrato resulta sobrellevar las microtraiciones de Aguado. Como apenas tiene responsabilidades orgánicas en su condición de vicepresidente ornamental, el líder regional de Cs se dedica a enredar. Monta reuniones con la oposición, intriga, cizañea... Es el arquetipo del socio desleal. Begoña Villacís, su alter ego en el Ayuntamiento, superó hace tiempo esa etapa de sublime ambición y ahora ejerce como 'número dos' de Almeida con fidelidad ejemplar.
El problema es que en la familia naranja, pocos se fían ya de Aguado. Ni se fiaba Rivera, ni se fía Arrimadas, ni Villacís... es un elemento sospechoso a quien creen 'capaz de todo'
Por algunas terrazas de la Corte, donde el politiqueo madrileño sienta ahora sus reales a la espera de la tercera fase, es comentario común la posible y casi inevitable traición de Aguado para defenestrar a su presidenta. El runrún emergió al hilo del volantazo de Cs en el Congreso y su sorprendente apoyo al estado de alarma de Sánchez. Si lo hace Arrimadas, ¿por qué yo no?, debió pensar Aguado. El socialista Gabilondo prestó oídos a la idea, le dio alas y se vivieron unos cuantos días de versiones cruzadas y conspiraciones enveradas.
La cúpula de Cs, partido en reconstrucción, ha desmentido formalmente la especie. El problema es que, en la familia naranja pocos se fían ya de Aguado. Ni se fiaba Rivera, ni se fía Arrimadas, ni Villacís. Es un elemento sospechoso. En el PP no creen que se atreva a dar el paso de la moción de censura. "Lo mismo pensaba Rajoy y ahí lo tienes, jubilado y arrepentido", señalan en los mentados círculos, desde los que se anima a Ayuso a darle a su socio una patada en el tafanario, disolver la Asamblea y convocar elecciones, que ya se puede.
Tumbar el marco constitucional
Los sondeos vienen siendo favorables a los colores del PP en una comunidad perseguida y maltratada. La Moncloa se ha cebado con Ayuso en todas las etapas de la crisis del virus. Empezó con la polémica por el cierre de colegios, de ahí al abierto boicot en el suministro de material, pasando por el estrangulamiento financiero, el castigo institucional y hasta el desprecio en el terreno personal. Durante diez reuniones telemáticas con jefes de gobiernos autonómicos, Sánchez no le dirigió ni una sola vez la palabra, no le respondió ni a una sola pregunta. El napoleoncito del Ramiro la detesta.
Madrid es el último muro para contener el avance de la plaga Sánchez-Iglesias que amenaza con no dejar en pie ni una sola de las piedras de nuestro edificio constitucional. Ya ha arrasado con el CIS, RTVE, la Abogacía y la Fiscalía del Estado, el Parlamento, la CNMC, y van a por la Guardia Civil, el Poder Judicial, la Constitución y la Corona. Madrid se les resiste. De ahí la importancia que los estrategas de la Moncloa dan a esta jugada, Aguado mediante, para derribar a Ayuso.. "Presidenta, dale el patadón ya", animan algunos fieles a su líder, viéndolas venir. El entorno más cercano a la presidenta no comparte sin embargo esta opinión. Piensa que Aguado no lo hará. "En Cs le escupirían a la cara". A saber. Quizás ya sea demasiado tarde hasta para las lágrimas.
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