Isabel Díaz Ayuso provoca en la izquierda un incontenible 'efecto Paulov', que segrega espumarajos de ira en cuanto la presidenta aparece en una pantalla. Igual ocurría con José María Aznar o con Esperanza Aguirre, que provocaban en la progresía un efecto de convulsiones violentas rayanas en el paroxismo.
Ayuso libra desde hace semanas una batalla despiadada contra dos enemigos muy crueles. Contra el coronavirus, que se ha ensañado en forma inclemente con la población madrileña. Y contra el Gobierno de la nación, que obstaculiza sin descanso la labor del Ejecutivo de Madrid, en una actitud que, por momentos, roza lo delictivo. Este jueves, Ayuso dejó de lado su consumada paciencia y estalló echa una furia: "No llega material sanitario porque el Gobierno lo retiene en la aduana", denunció desde la habitación de un aparthotel donde está recluida desde que dio positivo en la prueba del contagio.
Remitió a Moncloa una misiva con el resumen del panorama: no quedan stocks, escasean los elementos de protección, se agotan los recursos materiales... Doce millones de mascarillas, 60.000 gafas protectoras, 250.000 batas desechables, 586 respiradores... Estas son algunas de las cifras que Madrid reclama al Ejecutivo central y que Ayuso incluyó en su misiva desesperada a la Moncloa. Herramientas imprescindibles y elementales para enfrentarse a la expansión de la pandemia. Utensilios de imperiosa necesidad para los heroicos combatientes que se arriesgan, cada hora de cada día, en defensa de una población postrada y doliente. Desde la proclamación del estado de alarma, los gobiernos regionales están impedidos de acudir directamente al mercado para abastecerse de estos recursos. "Si no nos las entrega Sánchez, las fabricaremos nosotros".
Tan duro resonó el aldabonazo de la presidenta madrileña, que el titular de Sanidad, Salvador Illa, se vio forzado a comparecer de urgencia para dar su inconexa versión. Todo cuanto dijo estaba contaminado por la presencia, a su vera, de Pablo Iglesias, el vicepresidente del Gobierno, que se saltó de nuevo la cuarentena para lanzar una proclama oportunista y rupturista con la Corona como objetivo.
Sánchez ha zancadilleado, una tras otra, toda una serie de iniciativas que emergían desde el equipo de Ayuso
Los madrileños se apagan a chorros en las atestadas salas de los hospitales y Pedro Sánchez, como hizo con Pablo Casado en el debate parlamentario, mira hacia otro lado, con esa descarnada soberbia propia de quien carece de escrúpulos. Sánchez bloqueó durante diez días el cierre de colegios e institutos en Madrid para no interferir en la manifestación feminista del 8-M. Ha zancadilleado, una tras otra, toda una serie de iniciativas que emergían desde el equipo de Ayuso, desde el cierre de peluquerías hasta la distribución de menús infantiles mediante Telepizza, en una delirante actitud con ramalazos de sadismo paranoide. Sólo Margarita Robles, lala genera al mando, en una iniciativa consecuente, enviaba militares este viernes para el despliegue del macro-Hospital de Ifema o ayudar en las tareas de limpieza de los centros de mayores, ahora tanatorios.
Sánchez no atendió las alarmas que llegaban, no ya de China, sino de Italia. Su reacción ha sido tardía y torpe. Lejos de mostrar interés alguno por los golpeados por la epidemia, el gobierno socialcomunista tiene ahora dos objetivos: justificar que lo ocurrido era imposible de predecir y que la culpa de todo la tiene el Rey. Sobre lo primero, la palinodia argumental que repiten las cacatúas oficialistas es bien sencilla. "Nadie advirtió, no se podía adivinar, en todas partes ha pasado lo mismo". En cuanto a lo segundo, ya han arrancado los conciertos de cacerolas, impulsados por Podemos, que está agitando un escenario de confrontación, especialmente en Madrid, para cuando las cifras del dolor resulten ya insoportables. Movilización en la calle con el Rey emérito como gran espantajo argumental. Utilizan el apocalipsis vírico, el inmenso dolor de la gente, como acicate para derribar el régimen del 78.
Sánchez ha demostrado esta semana en el Congreso que tan sólo le interesa su reivindicación personal y política, y lanza iniciativas y planes totalmente absurdos, sin base real alguna
Díaz Ayuso es un obstáculo para uno y otro objetivo. La presidenta madrileña demuestra a cada paso la inoperancia superlativa de un Gobierno en estado de absoluta incompetencia. Marcha cinco días por delante de las cejas de Simón. Desde una lealtad política incontestable y ejemplar, Ayuso se no se calla, lidera el frente de los líderes regionales sobrepasados por la incapacidad malsana del Ejecutivo central y reclama lo mínimo imprescindible para que los profesionales se lancen cada mañana a la batalla. Sánchez ha demostrado esta semana en el Congreso que tan sólo le interesa su reivindicación personal y política, y lanza iniciativas y planes totalmente absurdos, sin base real alguna, con ese aire de displicente suficiencia propia de quien apenas dedica algún minuto a no mirarse en el espejo.
La mitad del electorado
Ayuso suda, pelea, combate contra el virus centímetro a centímetro, casa por casa. La presidenta madrileña, igual que José Luis Martínez-Almeida, el gran alcalde de la ciudad, están demostrando una esforzada eficacia que dejan en evidencia la abominable actuación de la Moncloa. De ahí la inquietud del círculo de estrategas del presidente. Sánchez pierde comba y su imagen se desploma. De ser un político íntegro, un dirigente honorable, dejaría de lado a sus socios de las cazuelas y a los locos independentistas y habría congregado ya, sin perder un minuto, a toda la oposición en un empeño democrático y constitucional para sacar a España del piélago de dolor y muerte en el que está sumida. No lo hará. Nunca lo hará. La izquierda de nuestro país es así, revanchista y cainita, y aprovechará cualquier circunstancia, como ha hecho siempre, para barrer de la faz de la tierra a su principal enemigo político, es decir, a esas formaciones del centroderecha que representan a más de la mitad del país.
Ayuso compareció la otra tarde en 'Sálvame', una emisión televisiva de color entre el rosa y el amarillo, que conduce un periodista políticamente enamorado de Carmena y que se mostró tan afable con la invitada como un ateo entre carmelitas. La presidenta fue a lo suyo: defender a los madrileños y animar a su atribulada parroquia, lo que le corresponde a un líder político en estos tiempos feroces. Y no como Sánchez, que se oculta tras el teleprompter, tras las preguntas ensayadas y los discursos basurientos. Al terminar su participación televisiva, una espontánea clamó en las redes, en sintonía con el titulo del programa: "¡Sálvanos, Ayuso"!. Y los podemitas volvieron a soltar espumarajos de rencor.
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