Cuando Francisco Correa, atildadito con un impecable terno negro, camisa celeste con gemelos, gomina a paletadas en su melenilla cana, portadocumentos en ristre y cocacola a mano, algunos en Génova contuvieron la respiración. Con Bárcenas se ha hablado, dicen algunas versiones. Con Correa, parece que no. "Está fuera de control". Cuando el líder de la Gürtel, en su prolija respuesta a las preguntas de la superfiscal Concepción Sabadell, minuciosa y punzante como un estilete, tiró de la manta, oh sorpresa, quienes aparecieron fueron Aznar y Agag. Y por supuesto, Bárcenas, a quien le entregaba la pasta, con quien compartía las mordidas, su pareja de comisiones. El extesorero saltó como una fiera a desmentirlo todo. Trifulca de trileros.
Correa llegó más allá de lo previsto al recordar ante el tribunal algo ya sabido. Mariano Rajoy le parachutó de Génova apenas hacerse cargo de la presidencia del partido conservador porque no se llevaba bien con Pablo Crespo, el lugarteniente del jefe de la Gürtel. Antiguas peleas de la gallegada. Armó entonces 'don Vito' su petate (“nunca me han llamado así, ¿tengo yo pinta de Don Vito?”) y se mudó rumbo a la Valencia de Francisco Camps. Y ahí empieza otra novela. El patio de monipodio de los populares levantinos.
Un respiro de alivio
La tensión acumulada durante meses en torno a este fatídico día, cuando, supuestamente, tocaba ‘tirar de la manta’ y demoler los cimientos del Partido Popular, de su actual líder y de todo el entramado de Génova, se tornó en alivio conforme avanzaba el declarante en su deposición. “Era la Génova de Aznar, no la de Rajoy. Ha quedado muy clarito”, comentaba un dirigente de la actual cúpula conservadora. Dolores Cospedal hacía un alto en un cónclave del PP extremeño para recordar que los señalados en este pestilente asunto “hace ya años que no están en el partido”. Y añadió que lo puede decir “con legítimo orgullo, ya no están en nuestra casa”.
En el largo recitado de Correa ante el tribunal que juzga uno de los episodios más hediondos de la corrupción en nuestro país, mencionó tan sólo a dos dirigentes populares aún en activo: Javier Arenas y Pío García Escudero. No los vinculó ni a la entrega de sobres ni a cualquier otro trance supuestamente delictivo. Tan sólo, a título de personajes con la que tuvo más de un contacto. Al cabo, el procesado se pasaba en Génova más tiempo que en su despacho y casi más aún que en su propia casa. Un empresario ejemplar, un trabajador estajanovista, el rey de las contratas, el campeón de los mítines, el número uno de congresos y convenciones.
Este asunto está amortizado, es la prehistoria del partido, insisten desde el PP. La inquietud, de momento, se ha evaporado. La coincidencia de la actuación del cerebro de la Gürtel con las negociaciones para despejar el camino a la investidura de Rajoy no movía a la tranquilidad. Un terremoto justo en el momento en el que la Gestora socialista hace encaje de bolillos para meter en cintura a los críticos de la abstención resultaba enormemente inoportuno.
Correa tiró de una manta, que, aunque hedionda e infesta, está vieja y apolillada
El ‘nuevo PSOE’, que es el viejo, el de González y Rubalcaba, Zapatero y Fernández, miró hacia otro lado. De la corrupción, ahora, no se habla. No está el horno para bollos. Hasta Ciudadanos se ponía de perfil y su portavoz Villegas, recitaba una palinodia genérica y roma. Nada que temer. “Esto ha sido un apaño de dos facinerosos, Bárcenas y Correa, los dos con pasta en Suiza”, insistían esas fuentes. Algunos exalcaldes madrileños y un destacado dirigente de Esperanza Aguirre.
Correa tiró de una manta, que, aunque hedionda e infesta, está vieja y apolillada. O como dicen en el PP, esa manta no es nuestra, es la manta de Aznar. Se les olvida mencionar que Rajoy también estaba allí.