En un país donde cuatro de cada diez ciudadanos admiten no leer jamás, despierta fervor y optimismo el reciente arrebato por los legajos, tesinas y demás papeles escritos por los líderes políticos, que andan justos de autoría en estos días de donoso escrutinio de la biblioteca. El tesario no da para más; el gobierno tampoco y la oposición mucho menos.
Cristina Cifuentes, que no pudo acreditar jamás haber escrito una tesis para obtener su máster; la ex ministra Montón, que rodó por la cuesta abajo del plagio; Pablo Casado, que anda por ahí blandiendo la carpeta de sus esfuerzos para probar que no es culpable y ahora el bachiller Sánchez, que de doctor podría pasar a traditor si se descubre que su tesis doctoral es un plagio, como denunció Ciudadanos esta semana. ¡Ni el bachiller Trapaza se vio envuelto en tantos líos y embaucamientos!
Hasta Josep Borrel está buscando su tesis doctoral, por si se la piden. Al menos así lo dijo con ironía el ministro al periodista Carlos Alsina cuando éste le preguntó por la denuncia de plagio que embadurna al presidente de gobierno. "El presidente no puede asistir impasible a que le acusen de algo que es grave, si fuera cierto", zanjó con envenenada diplomacia. Entretanto, se suceden los nombramientos de un gabinete en el que sus miembros caen como moscas, sospechosos de plagiar hasta sus nombramientos.
A las puertas de la biblioteca de la Universidad Camilo José Cela hacen fila el barbero, el cura, la sobrina y el ama, para buscar ellos mismos una aguja de plagio en el pajar de una tesina
No es nuevo el poder condenatorio de un libro fraudulento o acaso manchado con tal sospecha, que lo diga Miguel de Cervantes, a quien acusaron de copiar a Cide Hamete Benengeli. Pero por aquello de ser prácticos, conviene citar casos más próximos, como el del ex presidente de Hungría, Pál Schmitt, quien tuvo renunciar por ese motivo a la primera magistratura. A las puertas de la biblioteca de la Universidad Camilo José Cela hacen fila el barbero, el cura, la sobrina y el ama, para buscar ellos mismos una aguja de plagio en el pajar de una tesina.
¡Pardiez...! las cosas que ocurren a quienes dicen ahora Diego donde otrora hubo digo. A esa tesina, la del bachiller Sánchez, van a parar unas cuantas facturas sin pagar de un gobierno al que demasiado pronto le crecen los enanos, por no decir las obras completas del infortunio, con todo y su índice onomástico de meteduras de pata. ¡Hasta un negro hay metido en todo esto! Un Cyrano de Bergerac agazapado en la sombra que intentó transformar en Churchill al joven Sánchez, que tendrá que aguantar -si puede- el donoso escrutinio de quienes van a por él.
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