Opinión

Bacigalupo y el poder

Es el dúo de moda dentro de ese socialismo hispano donde la influencia se ejerce por parejas. Es Nadia Calviño y su marido, al que quiso colocar de cl

  • Mariano Bacigalupo, consejero de la CNMV. -

Es el dúo de moda dentro de ese socialismo hispano donde la influencia se ejerce por parejas. Es Nadia Calviño y su marido, al que quiso colocar de clavo en Patrimonio Nacional; es Dolores Delgado y el dueño de su copa, el ex juez golfo Baltasar Garzón; Es Meritxel Batet y su tronco, Juan Carlos Campo, hoy magistrado del Constitucional. Y es, naturalmente, Teresa Ribera y su enamorado, Mariano Bacigalupo Saggese, quizá el dúo con más poder hoy dentro del PSOE. Modelo de pareja socialista rica, progre y pija por antonomasia. Ella es hija de un catedrático de Medicina de la Complu, un tipo de prestigio vecino de Majadahonda, uno de los municipios ricos de la Comunidad de Madrid, católico practicante, a quien le sale una hija lista y rojilla, que se licencia en Derecho por la Complu y que se casa con un joven igualmente prometedor, tan inteligente como bien educado, que hizo Derecho en Friburgo y cuyo padre es el famoso Enrique Bacigalupo, por sus obras les conoceréis, un jurista argentino que emigra a España, saca su cátedra en leyes y se encarama al Tribunal Supremo, ninguna broma, convirtiéndose, en perfecta adaptación al medio, en el juez más devoto del felipismo para protagonizar, como tal, algunos de los escándalos judiciales más sonoros de los ocurridos en democracia (y hemos tenido unos cuantos), tal que el “caso Sogecable” que supuso la condena del juez instructor Javier Gómez de Liaño (luego rehabilitado con todos los honores por el TEDH) y la salvación de quienes apuntaban al banquillo, el entonces todopoderoso Jesús Polanco y el director de El País, Juan Luis Cebrián. El diario El Mundo llegó a calificar a Bacigalupo y a los dos colegas del tribunal que condenó a Liaño de "prevaricadores", "trujimanes del Derecho" y "amigos del polanco-felipismo". Entre aquellos lodos germinó una nueva flor verbal en español: “prevarigalupar”. 

Con tales antecedentes está claro que el recorrido vital de Mariano Bacigalupo, hijo de su padre, tenía necesariamente que transcurrir por la pasarela de la notoriedad más escabrosa si no escandalosa. Desde su cátedra de profesor titular de Derecho Administrativo se interesa por los temas energéticos con tanto aprovechamiento que Zapatero le nombra en 2011 secretario del consejo de la Comisión Nacional de la Energía (CNE), organismo que en 2013 el Gobierno Rajoy subsumiría en la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC) junto con el resto de reguladores. Lo llamativo del caso es que Rajoy, con esa habilidad que caracteriza a la derecha española a la hora de nombrar para cargos de responsabilidad a sus peores enemigos, le propone como consejero de la CNMC, donde definitivamente se especializa en regulación energética. De modo que cuando Marianico y su bolso caen víctimas de la moción de censura y al poder se encarama el bribón que hoy nos preside, Bacigalupo jr. defiende su compatibilidad para seguir en el cargo argumentando que “a mí me ha nombrado otro Gobierno”. Su señora esposa, una mujer preparada, nada que ver con las Marisús de Hacienda, pero a quien vista y cerebro se le nublan cuando de asuntos medioambientales se trata, ha sido catapultada a ministra del ramo. Y ya tenemos a la parejita rica de Majadahonda instalada en el puente de mando de todo lo que tiene que ver con la Energía, asunto clave en el funcionamiento del aparato productivo y en la vida y bolsillo de Juan Español. Y era lugar común en la sede de Barquillo esquina Alcalá que Mariano oficiaba como portavoz oficioso de la ministra, su señora, en la CNMC, y que la ministra estaba al corriente de todo lo que, en materia de sanciones y demás, se cocinaba en la CNMC. Secretos de alcoba.

Y ya tenemos a la parejita rica de Majadahonda instalada en el puente de mando de todo lo que tiene que ver con la Energía, asunto clave en el funcionamiento del aparato productivo

Naturalmente, cuando le faltaban unos meses para cumplir su mandato en el CNMV, su señora, la ministra Ribera para la Transición Ecológica y otras hierbas, enchufa a su marido en el Consejo de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), donde se mete pal cinto 141.000 al año en lugar de los 100.000 pelaos de la CNMC. Hoy es un secreto a voces en el sector eléctrico que el verdadero ministro de la cosa energética se llama Mariano Bacigalupo, de manera que cuando alguien quiere tratar un asunto espinoso relacionado con la materia ya sabe a qué puerta tiene que llamar (además de a la de Pepiño Blanco). La pareja Mariano-Teresa o Teresa-Mariano, que tanto monta, está a punto de protagonizar su último gran golpe, caliente, caliente, sobre la mesa del Consejo de Ministros: la escisión, dentro de la CNMC, del área de Energía para crear (recrear) una nueva Comisión de la Energía a la que tienen previsto quitar el apellido de “Nacional” porque eso de “Nacional” sueña mal en la Españita de Pedro Sánchez. Comisión de la Energía a secas. Lo de “Nacional” se lo dejamos para el separatismo catalán.

Es cierto que en el mundo existen modelos organizativos de los organismos de regulación y supervisión juntos en un solo ente o por separado, y que ambas fórmulas funcionan razonablemente bien a condición de que sean transparentes y, sobre todo, independientes. Independientes del poder político. Pero también lo es que en el mundo multisectorial en el que vivimos, donde una empresa ya no se dedica a la producción de un solo bien o la oferta de un único servicio, sino que la mayoría están diversificadas, el modelo de supervisión y control unificado, tipo CNMC, tiene ventajas evidentes en tanto en cuanto le permite tener una visión más global de la actividad económica y de los conflictos inherentes a la misma. En el mundo multidisciplinar de hoy es muy difícil que la Supervisión funcione sin el contraste de los criterios de Competencia. La unión de los reguladores en un solo organismo dificulta, además, la labor de los lobbies y grupos de presión interesados en influir sobre la “autoridad”, cuando no maniatar su capacidad de sanción. Este es el riesgo que se corre con esa nueva Comisión de la Energía que enmascara un obsceno intento de “captura del regulador” por parte no solo del Gobierno de turno -un Gobierno no democrático como el actual-, que va de suyo, sino de las empresas del sector, por no hablar de partidos como el PNV, siempre presto a satisfacer las exigencias de alguno de sus financiadores, caso de Iberdrola.

En el mundo multidisciplinar de hoy es muy difícil que la Supervisión funcione sin el contraste de los criterios de Competencia

El Gobierno Sánchez quiere una Comisión de la Energía con un Consejo reducido, muy manejable, además de pegado a las faldas de Moncloa, y atada en corto por la parejita de Majadahonda. Un Consejo de cinco personas es más fácilmente manipulable que otro de diez. Y lo quieren rápido, porque este ejercicio toca evaluar –tarea que acomete la CNMV una vez cada cinco años- los criterios de retribución para los próximos cinco años de las empresas que realizan la actividad regulada de distribución de energía eléctrica (importe de peajes, cuantía de inversiones, compensación a Enagás y Red Eléctrica), retribución que equivale a algo más de un tercio de los ingresos totales de algunas compañías, lo que da idea de la importancia del envite. Subir o bajar esa retribución se convierte cada cinco años en una batalla soterrada donde las empresas se juegan mucho, una de las razones que convierte en imprescindible la independencia del regulador.

Y ya suenan con fuerza algunos nombres para ocupar la presidencia de esa futura Comisión de la Energía. En un país simplemente decente, Mariano Bacigalupo estaría descartado de plano, porque resultaría inimaginable que la ministra del ramo nombrara a su marido presidente de un organismo creado por ella misma. Pues no lo crean, no lo está. Otro nombre que suena es el de Natalia Frabra, socialista pata negra hija de Jorge Fabra, expresidente de REE y eterno experto en energía de la PSOE, una mujer preparada, catedrática de Análisis Económico en la Carlos III de Madrid y asesora en asunto medioambientales de la ministra Ribera, que ahora se sienta en el Consejo de Enagás (transportista y gestor técnico del sistema gasista). ¿Se puede pasar del consejo de Enagás a la presidencia de la futura Comisión? No se puede. No se debería poder. Un tercer nombre en discordia es el de María Jesús Martínez, una señora tan aseada técnicamente como fiel al matrimonio de marras, que estuvo a cargo de Regulación y Competencia en la antigua CNE, que ha sido parte del equipo de Ribera en el ministerio (directora General de Política Energética y Minas) y que volvió a la CNMC como directora de Energía, para, en octubre de 2022, ser nombrada consejera adscrita a la Sala de Competencia. Tanto Natalia como María Jesús son sacerdotisas confesas de la nueva religión climática donde oficia de papisa la propia Teresa Ribera. La señora Martínez tiene muchas papeletas para ocupar el cargo: en la nueva Comisión sería la perfecta voz de su amo, que no es otro que Bacigalupo. Cualquiera de las dos, no digamos ya Mariano, aseguraría una Comisión de la Energía privada de independencia y convertida en un mero adminículo al servicio del poder y en contra de los intereses de los consumidores.

En el fondo y en la forma estamos ante una batalla de poder. Se avecina una auténtica rifa de reparto de cargos (leído estos días: “Sánchez prepara más de 30 nombramientos en la cúpula de los reguladores económicos y empresas del Ibex”) entre la fiel infantería del capo di tutti capi. Vivimos en un país que ha dejado de ser un Estado de Derecho para convertirse en algo más parecido a un territorio sin ley (la amnistía) gobernado por una banda, un grupo mafioso al frente del cual se encuentra un tipo que ha decidido gobernar para los suyos y en contra de los intereses generales, y que como tal está obligado a retribuir adecuadamente –el pájaro se ha apoderado de la Caja y reparte prebendas con tanta liberalidad como desvergüenza- a los partidos que le sostienen en el poder, pero también al estado mayor socialista, a esa guardia pretoriana que le rodea y le ha jurado fidelidad perruna y a la que, naturalmente, hay que alimentar, hay que enriquecer. Vale de nuevo la célebre cita de Michael Corleone: “Nuestros hombres están bien pagados, en eso se basa su fidelidad”. Un reparto de poder en el que rivalizan las familias socialistas, dispuestas a disputárselo con saña, y del que el Partido Popular va a quedar totalmente al margen. La ocupación de las instituciones permitirá al brabucón -primero de carrera de Ingeniería Social- diseñar la sociedad pastueña, acrítica, y dócil sobre cuyas ruinas reinar por tiempo indefinido (“voy a superar los años de Felipe en el Gobierno y más”. Con el PP extramuros del sistema, lejos de cualquier posibilidad de moldear esa sociedad civil educada, próspera y libre, condición sine qua non de toda verdadera democracia. 

La ocupación de las instituciones permitirá al brabucón -primero de carrera de Ingeniería Social- diseñar la sociedad pastueña, acrítica, y dócil sobre cuyas ruinas reinar

El autócrata está ahora enfrascado en la batalla, vital para él, de asegurar el apoyo de sus socios para toda la Legislatura. Una vez cerrado el capítulo de la amnistía a plena satisfacción de los delincuentes que portan su peana, nuestro Caudillito Wapo se volcará en la ocupación del poder económico, tanto en el sector público como en el privado. Nada quedará fuera del radio de acción de este enemigo de las libertades. Y los organismos de regulación son pieza esencial en esa estrategia. La recreación de la Comisión de la Energía irá disfrazada de la abundante cháchara con la que el orfeón socialista y su Equipo de Opinión Sincronizada suele rodear el asalto a las instituciones, que si la neutralidad climática, que si la transición energética… En realidad se trata de acabar con el verso suelto que ha sido la CMCM y poner fin a la independencia del regulador en un sector de tanta importancia como el energético, proceso incurso en una nueva batalla por el poder entre los distintos clanes de la familia sociata. Ninguna duda: en la nueva Comisión de la Energía, sin Nacional, mandará la parejita chupiprogre de Majadahonda, el ministro sin cartera Bacigalupo y su adjunta, la señora Ribera, dispuestos ambos a estrechar el control sobre el sector y, sobre todo, sobre las empresas y sus cuantiosos beneficios. El precio de la luz se decidirá en la cama. A oscuras.

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