Los hechos objetivos del 7 de octubre han ido esfumándose tras una interminable ceremonia de la confusión. Hoy un año después de ese punto de inflexión para el pueblo judío, los acontecimientos traumáticos dejan unas lecciones difíciles para todos.
La vuelta a la Historia milenaria judía es claramente una de sus primeras consecuencias. El pueblo judío ya se vivía, desde el establecimiento del estado de Israel, como parte de las naciones de la tierra en igualdad de condiciones con sus semejantes. El pogromo del 7 de Octubre nos devuelve a nuestra larga y tradicional sucesión de masacres jaleadas por muchos, justificadas por otros, comprendidas por pocos en su justa dimensión, desde luego ignoradas en su significado profundo con esa reverberación que tienen las pesadillas recurrentes transmitidas por nuestros genes. De nuevo se plantea para cada judío la necesidad de definirse frente a los demás en las sociedades de las que creían hacer parte indisociable, y también cara a Israel.
La sorpresa mayúscula de que una buena parte de las élites culturales y políticas occidentales, seguidas por unas masas cada vez más abundantes y beligerantes, hayan adoptado como propio el relato de los terroristas de Hamás, también sus cifras y sus datos, desde el día mismo de la masacre, sin cuestionamiento y sin pudor alguno, aún nos desconcierta.
Las infamias cometidas por Hamás aquel día ya han desaparecido de la mente de muchos en nuestros países libres o en muchos casos han perdido su peso especifico, el destino trágico de los rehenes también, ambos difuminados intencionadamente por las “fake news”, uno de los términos esenciales de nuestro habitat informativo, clave de la gran batalla de las ideas y de las voluntades.
Tal vez lo novedoso esta vez es que el terrorismo yihadista haya logrado desde el 7 de Octubre lo que no consiguió en Nueva York en 2001 con los atentados de las Torres Gemelas, lo que no logró en 2005 con los de Londres o en 2015 con el Bataclan en París, reclutando, esta vez sí, para su Guerra Santa, las mentes occidentales perfectamente predispuestas, ya desde bastante antes, a la erradicación de todos los logros de Occidente.
El movimiento ”progresista revolucionario”, que arrasa ahora mismo en Occidente, ha hecho de la cancelación su arma más frecuente como tantas otras ideologías intolerantes, sectarias, racistas y represoras
El 7 de octubre ha facilitado que la pinza entre el islamismo radical y el wokismo alcance su plenitud para entreayudarse a destruir los valores de la Ilustración, los derechos humanos, las libertades y el pensamiento racional, que son los auténticos enemigos a batir por ambos. El movimiento ”progresista revolucionario”, que arrasa ahora mismo en Occidente, ha hecho de la cancelación su arma más frecuente como tantas otras ideologías intolerantes, sectarias, racistas y represoras antes que ellos, cuyos instrumentos principales han sido siempre la servidumbre voluntaria y el miedo.
Que la República Islámica de Irán sufrague las manifestaciones en las universidades del mundo libre, los partidos políticos adheridos a la doctrina woke, los organismos internacionales serviles, las muchas ONGs de todas las causas adecuadas, también los medios de comunicación que se prestan a su propaganda, así como parte del mundo de la cultura desde la académica más rancia hasta el entretenimiento más popular, a la vez que financia opíparamente a sus marionetas en Gaza (Hamás), en el Líbano (Hezbollah) y en el Yemen (Houthis) con el objetivo de establecer en esos territorios una réplica exacta de su teocracia medieval de terror, es posible desde el 7 de Octubre. Antes no. Faltaba para cimentar toda esta estrategia el adhesivo irremplazable del antisemitismo.
Este virus acabó de despertarse una vez más, a escala mundial, rebosante de energía renovada, debido a la debilidad momentánea mostrada por el estado de Israel ante una masacre bárbara, impensable, cometida en unas horas de desenfreno salvaje. Este virus es el que se envalentona desafiante con el olor a sangre de los judíos y se expande como la pólvora cuando las condiciones le son propicias, como ahora; ese es el virus que logró que el yihadismo y el wokismo se fundiesen en un abrazo a partir del 7 de Octubre.
Caballo de Troya sordo y ciego
La Yihad ha dado por fin con sus socios ideales, dóciles, obedientes, en el Occidente que quiere derribar. Este pobre caballo de Troya, ciego y sordo, solo sabrá comprobar la devastación que ha aupado cuando sea demasiado tarde y el precio sea ya impagable.
Ocurrirá igual que con los atentados suicidas que Europa jaleaba en Israel allá por los años 90, y que justificaba con gusto como consecuencia de la “desesperación de la cruel ocupación israelí de los palestinos” y, sin embargo, llegaron muy rápidamente a Occidente, el más espectacular el de las Torres Gemelas. Ocurrirá lo mismo con el 7 de octubre tan justificable hoy para los defensores de las mismas “víctimas palestinas” de siempre. Llegará a nuestras sociedades sin ninguna duda y no será ya para aniquilar solo a judíos. La Yihad no distingue entre infieles.
Que los admiradores occidentales del fundamentalismo islámico estén dispuestos a apagar las luces conquistadas tras tantos siglos de esfuerzos por nuestra civilización para sumergirnos en la oscuridad que ofrece la Yihad, resulta extremadamente grave. El Islam radical, en cambio, no ha conocido otra cosa desde hace siglos, más allá de las tinieblas y una ley cruel y retrógrada bajo la que solo cabe la sumisión.
Cómo negociar nada con el fundamentalismo islámico.
Acusan en todos los foros a Israel de ser culpable de un genocidio que nunca existió pero que proclaman abiertamente querer perpetrar ellos. Sin vergüenza alguna
El 7 de octubre ha dejado también meridianamente claro quiénes son los interlocutores de Israel. Por una parte, un grupo terrorista marioneta de Irán en Gaza capaz de mantener en la miseria más absoluta a su población con tal de construir su particular Numancia subterránea mientras engorda sus cuentas bancarias sin miramientos para aquellos en cuyo nombre dice luchar. Por la otra, la ANP en Cisjordania, otro poder corrupto donde los haya, elegido por su pueblo democráticamente una sola vez, hace pronto 20 años ya, que dedica el 8 % de su presupuesto anual a mantener espléndidamente a las familias de sus” mártires”, esos fanáticos asesinos suicidas que educan para la inmolación desde la cuna.
Ambos poderes, encarnizados enemigos entre sí, siempre proclamaron la destrucción del estado judío, pero es solo ahora, con la bravuconería que les confiere el 7 de octubre cuando, caretas fuera, tanto unos como otros se atreven a reclamar, sin disimulo, echar a los judíos al mar para hacer del territorio de Israel, la Palestina que siempre ambicionaron, una y grande. Acusan en todos los foros a Israel de ser culpable de un genocidio que nunca existió pero que proclaman abiertamente querer perpetrar ellos. Sin vergüenza alguna. Desde el 7 de octubre los israelíes han dejado de hacerse ilusiones sobre la hecatombe que les esperaría porque ahora lo creen, por primera vez y sin matices, de verdad.
Siempre que ha sido atacado, a Israel se le ha acusado, igual que sucede ahora en Gaza o en el Líbano, de querer defenderse, como si los israelíes, es decir los sionistas, o al fin y al cabo, simplificando, los judíos, no tuviesen derecho alguno a protegerse como ocurría antes de la creación de Israel durante casi 2000 años, como si no tuviesen razón en revolverse contra las agresiones más que negociando, como si no pudiesen doblegar a sus enemigos como merecen, recuperar a sus rehenes al precio que sea.
La Historia nos enseña que los regímenes despiadados, como el nazi o el fundamentalista islámico, se derrotan llegando hasta las últimas consecuencias para que no renazcan de sus cenizas como en Afganistán
Israel enfurece a sus enemigos y enerva incluso a sus partidarios en la escena internacional, que no se cansan de la argumentación de que “la paz para nuestro tiempo” depende exclusivamente del comportamiento adecuado que adopte el estado judío. La Historia sin embargo nos enseña que los regímenes implacables y despiadados como el nazi o el fundamentalista islámico se derrotan llegando hasta sus últimas consecuencias para que no renazcan de sus cenizas como recientemente en Afganistán.
Tal vez se entienda mejor, de lo que inocentemente creemos, que para Israel toda guerra es una amenaza real para su existencia misma. Nadie lo sentenció más elocuentemente que Golda Meir cuando dijo : “Preferimos vuestras condenas a vuestras condolencias”.
Un régimen de libertades
Las lecciones del 7 de octubre no son edificantes para el mundo futuro que está construyendo Occidente con sus nuevas simpatías, con sus vergüenzas expuestas y sus repudios a rastras.
La defensa de nuestra civilización la ha enarbolado Israel, como tal vez sea lo lógico, tratándose de una de las mayores historias de éxito que han producido los valores occidentales. Un país que ocupa cerca del 4 % del territorio de Oriente Medio en tierras desérticas sin recursos naturales algunos, habitado hoy por 9 millones de ciudadanos israelíes, judíos, árabes y cristianos en igualdad de condiciones, disfruta de una de las economías más punteras del mundo, de verdadero impacto, logrado en muy pocos años en la economía mundial. Un país inmerso en un régimen de libertades respaldado por un sistema capitalista dinámico y una democracia vigorosa, encarna verdaderamente lo mejor que puede dar nuestra cultura. Lo que Israel ha demostrado es que la auténtica riqueza que vale la pena cultivar son las mentes y su capacidad creativa, los productos salidos del fomento de la inteligencia, imposibles sin libertad, la gran conquista de Occidente que Occidente mismo está empeñado ahora en coartar. La única manera de progresar frente a los desafíos del planeta y los grandes retos de nuestras sociedades es mediante el genio humano capaz de crear nuevas tecnologías al servicio de todos.
A ello hay que sumar la valentía, el arrojo y la determinación de sus gentes, que hace un año sacaron a los israelíes de la comodidad de sus vidas, una madrugada de octubre, para enfrentarse, cuerpo a cuerpo, con lo peor de la humanidad. Pese a quien le pese, igual que está derrotando a sus agresores, Israel también acabará venciendo a los que quieren destruir, desde dentro o desde fuera, la civilización occidental.
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