Aguda, muy aguda, ha sido la utilización de la expresión “cloacas del Estado” para cubrir las demás inmundicias del poder. La inventó mi antiguo amigo Jaume Roures, ahora convertido en el muñidor de los “medios” del independentismo. Con ello ha conseguido ocultar, gracias al manto de las simplificaciones, todo el manejo de los bajos fondos de las instituciones. Lo suyo ha sido una hábil operación de corrupción de mayores.
Cuando alguien alude a la segunda gran cueva de mafiosos políticos -la primera la ocupa por derecho propio el PP-, la que conformaron los gobiernos de la Convergencia de Jordi Pujol y aledaños, ¿tendría algún sentido referirnos a las cloacas del Estado? Ninguno, porque trataban no solo de sustituir al existente sino de ir creando uno nuevo. La “policía política”, si es que hay alguna policía que no sea política salvo en el salvífico candor de Pablo Iglesias, ha existido en Cataluña desde 1980, y si no que se lo pregunten a Miquel Sellarés o a Antoni Batista, que pergeñaron los primeros proyectos en los que quedaba muy claro el gremio periodístico como vital para un control paralelo al del Estado. En Cataluña desde entonces siempre han coexistido dos cloacas, pero no precisamente del Estado.
Lo de Francisco González en el BBVA, como los ya tan olvidados chantajes de Mario Conde y el excoronel Perote que pusieron en un brete a las más importantes instituciones, no tienen apenas que ver con las “cloacas del Estado”. Otra cosa es que aspiren al gobierno, o al monopolio de su ejercicio. Por eso me parece más exacto, aunque menos espectacular, referirse a “los bajos fondos”, porque en esas operaciones de mentiras e intoxicaciones informativas no son las ratas las que se mueven a su antojo, sino que se asientan en el poder omnímodo, gansteril, de los capos. Igual que ocurre en los bajos fondos; unos mandan y otros ejecutan.
Diálogo histórico en vivo y en directo el de Ferreras e Iglesias. ‘La Sexta’, pillada en la inconsistencia de su parcialidad
El mundo del deporte es un semillero de corrupción y mordidas que deja chico al que se practica en la política. Es lógico, mueve más millones y está construido sobre una fe especialmente adaptada para cándidos y descerebrados. Como la gente no puede vivir sin dioses, y pasamos por tiempos de creencias líquidas, de baja calidad y espirituosas como la cazalla, los partidos de fútbol han venido a sustituir a los partidos políticos, haciendo verdad aquella salida para zotes repetida hasta la saciedad por el franquismo sociológico: yo no creo en la política, solo me preocupo por mi equipo.
No es extraño que Eduardo Inda, “el bienpagao” de los bajos fondos, haya hecho casi toda su carrera como periodista deportivo, en Marca, nuestro New York Times de la clase política impuesto por Florentino Pérez, político fracasado en las urnas, y por Mariano Rajoy. Tampoco es extraño que Antonio García Ferreras, factótum de “La Secta” y veterano cronista de fútbol, también de la cantera de Florentino, haya demandado ante la víctima, Pablo Iglesias, que a su calumniador profesional, el tal Inda, le sea concedida “la presunción de inocencia”.
Diálogo histórico en vivo y en directo el de Ferreras e Iglesias, que en un país normal y no dominado por los bajos fondos habría provocado páginas y comentarios. La Sexta, pillada en la inconsistencia de su parcialidad, echa mano de su hemeroteca y reproduce la supuesta inclinación hacia Pablo y “Nosotras”. Ya el gesto es como para inquietarse. O sea, que somos parciales a vuestro favor, pero ya sea porque no saben ni pueden reproducen imágenes equívocas de la preferencia del calumniador sobre el calumniado, quizá porque la mejor noticia es una mentira fabricada. Pero añade algo que aún hoy me asusta sobre el peso de los bajos fondos. Ferreras dice con voz entrecortada: “Yo solo vi a Villarejo tres veces”, pero lo hace con la misma consistencia con que hubiera dicho treinta y tres. Ahora bien, lo que nadie le ha preguntado a Ferreras, y sí lo hubiera hecho con cualquier líder político, es para qué te has entrevistado tres veces o treinta y tres con un veterano de los bajos fondos. Para darle tú información o para que te la diera él. Nadie toma café con un delincuente para preguntarle cómo anda de salud y qué tal le va con su mujer, Gemma Alcalá, si no tiene en la mente otras intenciones.
Nunca, o casi nunca, para evitar las malandanzas de la memoria, los bajos fondos de los medios de comunicación han salido a la luz pública
Nuestro mayor problema no está en que no sepamos sino en que no queremos saberlo. Ha caído como del cielo, que no otra cosa es ser alto cargo en Moncloa, Alberto Pozas. Otro vieux routier de los bajos fondos. Ya tienen que ser evidentes las pruebas para que un tipo como Pozas reconozca que le dio un pendrive de información a Villarejo. Un director de información de Moncloa pasando material sensible a un capo de los bajos fondos. Este antiguo director del semanario Interviú, único dato con el que se conformaron todos los medios de comunicación, ya estaba trabajando para el Gobierno socialista en la época de los GAL. Pero ¡silencio!, entre bomberos no se pisan las mangueras. Nadie pregunta nada porque nadie quiere saber nada de uno de los nuestros. ¿No les recuerda una antigua película sobre la mafia norteamericana? Pues arruinaditos y todo, con salarios de subsistencia y precariedad, competimos en bajos fondos con los grandes.
Gusta mucho al personal enseñorearse con la casta política salida de la Transición, y no sin motivo. Pero la universidad, la judicatura o el periodismo son temas intocables y con tanto o mayor motivo que el de la casta que en apenas unos años ha quedado obsoleta de tanto ensancharse. Nunca, o casi nunca, para evitar las malandanzas de la memoria, los bajos fondos de los medios de comunicación han salido a la luz pública. De vez en cuando te vienen ramalazos de recuerdos y cuando los dices escuchas hasta el silencio del interlocutor que hubiera preferido no oírlos.
Nadie pidió nunca al ministro de Educación, el socialista Maravall, los nombres de los seis, digo bien, seis, periodistas que cobraban del erario público en la época de UCD al tiempo que ejercían de columnistas seráficos. Entonces no atisbábamos las razones y es que vendrían otros seis de su propia mano. La primera gran operación de los bajos fondos que recuerdo la perpetraron la SER y El País en mayo de 1991, dirigido el periódico entonces por Juan Luis Cebrián. Se trataba de una cinta pirata de diálogos sobre el ministro Solchaga y Felipe González tomada desde el coche de Txiki Benegas. Dijeron que les había llegado por casualidad.
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