Aun siendo tiempos de laicismos descreídos y Gretas hurañas, la Biblia es todavía fuente inagotable de ejemplos. Les ruego que imaginen una sesión en el Parlamento catalán, con Torra proclamando que los detenidos y presuntos terroristas son buena gente, mientras que la oposición se queda afónica intentando que razone. Ahora les pido que, sin abandonar ese escenario, recuerden un pasaje de la Biblia, concretamente Números, 22.
Allí se cuenta lo que pasó entre el profeta Balaam, su burra y un ángel enviado por Jehová, que no es flojo asunto. Todo arranca cuando el rey de Moab pide a Balaam que maldiga a Israel por un quítame allá esos dos reyes muertos a manos del pueblo israelita. Intenta comprar al profeta, pero Dios Omnipotente le dice a Balaam que maldecir a su pueblo elegido queda feo y que mejor está calladito. Pero el de Moab cada vez ofrece más y más y, claro, como la carne es débil, al final obtiene un asentimiento condicional: Balaam le dice que irá, pero que hasta que el Todopoderoso no le indique qué debe hacer, ni maldice ni nada. Maldecir por maldecir es tontería. Total, que Jehová le indica que vaya con los enviados el rey, pero que haga lo que Él le indique.
Y como el escarmiento es norma en el Antiguo Testamento, narra la Biblia que Balaam iba sentadito en su burra pensando que las maldiciones tampoco están tan mal, además de resultar muy rentable. Ah, pero un ángel lo esperaba, espada en mano, para dar cuenta de aquel que, aunque fuese a lo tonto, pensaba que podía vituperar impunemente contra el sano pueblo de Israel. La burra, que se percató de la presencia del ángel, invisible a ojos humanos, se detuvo bruscamente, lo que le valió que Balaam la increpase por ese parón inoportuno, dado que aquellos parajes son harto inhóspitos y más en verano. La burra le replicó con voz humana y hete aquí a Balaam, enfurecido, golpeándola con su bastón y discutiendo con ella sin apercibirse de que, ¡oh milagro!, hablaba con un animal irracional carente, en principio, del don de la palabra. Ofuscación total.
Que una burra hable quejándose cuando le pegan es potestad divina; que en un parlamento hablen asnos con seres humanos y nadie de los últimos repare en ello, no
El ángel, harto de tanta tontería - debía cobrar por horas - decide volverse visible ante Balaam, conminándole a que acuda a la corte de Moab, pero para bendecir a Israel. Así obró el profeta, aunque con escaso éxito si tenemos en cuenta que fueron los propios israelitas quienes le dieron matarile, como se narra en Números, 31.8.
Que una burra hable quejándose cuando le pegan es potestad divina; que en un parlamento hablen asnos con seres humanos y nadie de los últimos repare en ello, no. Máxime cuando los asnos no pretenden advertirnos de nada. Que existan precedentes bíblicos no es óbice para que sus señorías tengan presente con quién se juegan los cuartos.
Sepan que el burro, conocido científicamente como Equus africanus asinus, suele ser animal de carga y, por tanto, muy resistente a palos y otras sevicias. Así que no se cansen. Para un mayor conocimiento del mundo asnal, ojeen las peripecias del asno de Apuleyo, protagonista de Asinus aureus, única novela latina completa que se conoce. Ahí, el deseo de Lucio por desentrañar los secretos de la magia lo llevará a convertirse en burro. No caerá esa breva con algunos políticos catalanes, empeñados en la práctica de las malas artes.
Por si acaso, absténganse de hablar con ellos creyendo que le responden cuando, en realidad, solo pueden rebuznar, ya que no cuentan con un ángel enviado por Dios. Y es que los ángeles no son fáciles de ver por estos pagos, aunque, de haberlos, haylos.
Por si quieren saber cómo son, visten de verde o azul marino.
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