Estos días se habla de las balanzas fiscales regionales tras publicar el Ministerio algunos datos para su cálculo. En realidad, estas balanzas constituyen un instrumento inigualable para practicar la demagogia al servicio de determinados intereses. Porque se trata de un tema relativamente técnico que, en manos de políticos populistas que tengan pocos reparos en manipular los datos y que se dirijan a un electorado bastante ignorante y ávido de engaño, tiene el éxito asegurado.
Eso es lo que hacen los partidos nacionalistas, aunque las balanzas fiscales sirvan para bastante poco y no nos proporcionen información ni novedosa ni demasiado útil, por varios motivos:
- Porque los impuestos los pagan los individuos no las regiones, y por ello en las de mayor renta, y dada la imposición progresiva, siempre va a haber una mayor aportación neta, como resulta evidente. Ahora bien, si el propósito fuera cargarse la progresividad del sistema fiscal en su conjunto, los fans de las balanzas van por el camino adecuado.
- Porque hay conceptos, sobre todo de gasto y alguno también de ingresos, que no se pueden regionalizar más que haciendo supuestos, algunos heroicos, y cada uno los hace como más le conviene. Es decir, se incorporan criterios políticos, aparte de otros técnicos, en el cálculo. La manipulación está servida.
- Porque los gobiernos autonómicos que peor gestionan su comunidad siempre van a echar mano de resultados prefabricados para echar la culpa de su incompetencia a otro.
- O porque esas balanzas no son una buena herramienta ni sirven para la reforma de la financiación autonómica.
Las balanzas fiscales constatan que, en las regiones con mayor número de rentas más altas, hay más ingresos fiscales que gastos. Pero, para ese viaje no hacen falta tantos aspavientos políticos. Lo mismo podrían hacer los vecinos de la calle Serrano de Madrid o el Paseo de Gràcia en Barcelona si hubiera balanzas fiscales “callejeras” y luego decirnos que otras calles “les roban”. Pues eso mismo es lo que hacen los de Junts y Esquerra. La estrategia de estos partidos parece clara. Primero quieren conseguir más dinero y piden el 100% de los tributos que se pagan en Cataluña y/o una Hacienda propia como la del País Vasco, como paso previo a una supuesta independencia o confederación.
Lo que carece de fundamento es que el País Vasco, comunidad autónoma de elevada renta, no contribuya a la solidaridad nacional como es debido, como muestran los estudios de prestigiosos analistas (el más destacado, Ángel de la Fuente)
Es pertinente por ello recordar la realidad del concierto vasco. Que tiene fundamento histórico y además está reconocido en la Constitución, por lo que no es discutible. Como es conocido, las diputaciones gestionan los impuestos y el gasto público y luego contribuyen con un cupo por los servicios estatales no asumidos. Dicho todo eso, lo que carece de fundamento es que esa comunidad autónoma de elevada renta no contribuya a la solidaridad nacional como es debido, como muestran los estudios de prestigiosos analistas (el más destacado, Ángel de la Fuente). Simplificando, esto se produce sobre todo por dos razones. Una se deriva de que el cupo se negocia políticamente y, al haber un intercambio de dinero por votos, acaba infravalorado. Y la otra nace de la picaresca e incluso fraude que hay sobre todo en el caso del IVA y de algunos grandes contribuyentes (empresariales).
¿Quién será el pagano?
Es esa mayor disposición de recursos en el País Vasco lo que atrae a los partidos independentistas catalanes. No deja de resultar curioso que ahora demanden este sistema cuando Jordi Pujol rechazó el concierto en la negociación del estatuto. Pero, para suprimir envidias, habría que acabar con la situación actual de ventajismo fiscal injustificado en Euskadi. Un sí rotundo al concierto, acompañado de otro sí rotundo a la equidad fiscal. que será la mejor forma de defender el concierto
El País Vasco no pesa mucho (y Navarra menos) pero si Cataluña tuviera un sistema similar al de esos territorios, el modelo fiscal español no aguantaría, porque la solidaridad regional debería ser ejercida casi en solitario por Madrid y los números no darían.
En pura teoría, un partido como el socialista, si fuera fiel a sus principios, no debería aceptar esto. Nunca debería perjudicar a las comunidades autónomas de menor renta desviando para Cataluña fondos que ahora van hacia ellas, que es lo que persigue la propuesta de los “indepes”. Pero, en realidad, ya no estamos ante un partido socialista tal y como lo hemos conocido en el pasado, sino que parece haber abandonado sus principios de igualdad para todos los españoles en favor de primar la supervivencia de quienes ahora mandan. El líder y los que disfrutan de prebendas. Por lo que no solo no cabe descartar que ceda ante esos partidos insaciables, sino que resulta incluso probable.
Federalismo fiscal
Dicho todo lo anterior, desde un punto de vista puramente teórico, el que existiera un concierto para todas las CCAA -algo que podríamos llamar el federalismo fiscal- sería conceptualmente más adecuado que el sistema actual. Ahora, en el régimen común, solo se descentraliza (y mucho) el gasto, pero no los ingresos, salvo los impuestos autonómicos. Las CCAA no son responsables de cobrar la mayor parte de los impuestos. Ni saben exactamente cuánto les va a tocar, con retraso, de la tarta común. Si cada una recaudase la mayor parte de los impuestos (algunos quizás no, por ejemplo, Sociedades) y luego entregara un cupo al Estado para los gastos comunes y para la solidaridad interregional, la corresponsabilidad fiscal y la gestión financiera de las CCAA serían mucho más adecuadas.
Sin embargo, este diseño teórico es difícil de poner en práctica. Si el cupo se negociara como el vasco, su cuantía dependería de la capacidad de negociación de cada comunidad autónoma. Y eso sería una merienda de negros. Haría falta un modelo de cálculo técnico del cupo aplicado con la misma metodología en todos los casos. Pero, claro, esto es más fácil decirlo que hacerlo. Aparte de multiplicar las administraciones fiscales autonómicas, poner en duda su independencia ante grandes contribuyentes regionales y entorpecer la gestión de algunos impuestos nacionales. Por lo que esta solución, aun siendo teóricamente válida, generaría muchos problemas al pasarla de las musas al teatro.
En cualquier caso, y en conclusión, dar pasos con cuidado hacia la corresponsabilidad fiscal de las CCAA es irrenunciable. Es el gran desafío de nuestras finanzas autonómicas. Pero también hay que terminar con el ventajismo fiscal injustificado de algunas regiones. Y, desde luego, rechazar cualquier reforma derivada del timo de las balanzas fiscales. Sería necesario que los dos grandes partidos (con otro PSOE, no con “esto” que hay ahora) se pusieran de acuerdo y tomaran decisiones sensatas. No es sencillo.
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