Celebraba Madrid la fiesta del 2 de mayo cuando comparecieron dos ministros -Margarita Robles y Félix Bolaños- para lanzar el enésimo mcguffin gubernamental, cuyo objetivo es -evidentemente- aferrar a Pedro Sánchez a su puesto. La inmensa factoría de dramaturgia que es el departamento de propaganda de Moncloa parió una sorprendente revelación: el teléfono del presidente había sido espiado. Algunos de sus homólogos europeos, como Macron, habían sido víctimas de prácticas similares con el programa Pegasus, pero no lo habían reconocido.
¿Por qué lo hizo el Ejecutivo español? Por lo de siempre: porque las informaciones sobre el hackeo de los teléfonos móviles a los líderes independentistas para espiar sus archivos habían debilitado su relación parlamentaria con ERC. Con esta acción, Sánchez pretende que el malestar de sus 'socios parlamentarios' se atenúe. Es más importante atornillarse al sillón presidencial que dejar al CNI al pie de los caballos o que poner en jaque la seguridad del Estado.
Será casual, pero los socialistas se han acostumbrado a desplegar sus grandes estrenos cinematográficos en primavera. Quizás porque saben que la crueldad del entretiempo ablanda los corazones y eso hace a los ciudadanos más permeables a las tragicomedias de argumento más inverosímil. O quizás porque la estación lluviosa es perfecta para quien ha hecho carrera gracias a su capacidad para desplazarse entre el barro, que es terreno de listillos y alimañas.
Apunta la Abogacía del Estado que hasta el 30 de abril no se tuvieron indicios de que el teléfono del presidente estaba vigilado. Cuesta confiar en esta versión, entre otras cosas, porque desde julio del año pasado se conocía que varios líderes mundiales habían sido espiados con Pegasus. Si esa revelación no motivó una investigación del CNI, la conclusión es que los servicios de inteligencia españoles son un desastre. Pero, francamente, los precedentes no invitan a conceder mucho crédito a cualquier palabra que emane del Ejecutivo. Sánchez es capaz de sacrificar a cualquiera por mantenerse en el poder. También de mentir sobre lo más sagrado, como son los asuntos de Estado.
Pegasus y los precedentes
Conviene recordar que hace un año terminó la campaña electoral madrileña, que, en su conjunto, constituyó uno de los episodios más vergonzosos de las últimas décadas. A Pablo Iglesias y a Grande-Marlaska les enviaron unas balas de las que no se ha vuelto a hablar, pese a que entonces se definió aquello como un atentado contra la democracia. Incluso hubo quien afirmó que la culpa de todo eso la tenía Isabel Díaz Ayuso por su discurso del odio, que había espoleado a la ultraderecha violenta.
No olvidemos que durante aquel 'abril cruel' la pobre Reyes Maroto recibió una navaja ensangrentada que no dudó en imprimir en tamaño A3, y a todo color, para exhibir delante de todos los medios de comunicación con cara de pasmada. Aquel arma se la envió un loco, al parecer. Un loco muy bien informado, dado que no puede decirse que la fama de la ministra de Industria y Turismo -entonces, en la lista del PSOE- fuera elevada. Cosas más raras se han visto... pero no mucho menos verosímiles. ¿Se sabe algo más de este gravísimo caso? En cuanto pasaron las elecciones, se le quitó (casi) toda la atención mediática. Y lo de las balas... se utilizaron para lanzar salvas de campaña. Luego ya no importaron.
Parecía que esta primavera la capacidad del PSOE para convertir la realidad en una gran mentira teatralizada iba a ser menor, pero llegó el 2 de mayo. Mientras Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo escenificaban el buen clima entre los dos -que seguramente también tenga un ingrediente artificial-, Moncloa decidió lanzar su enésima noticia con olor a cloaca. Dicho de otro modo: su nueva campaña publicitaria creada para defender sus intereses.
Las causas son evidentes: Pegasus había provocado que se abriera una de las cicatrices del Gobierno Frankenstein de Sánchez y eso implicaba pasar a la acción, dado que no es lo mismo ser víctima que verdugo; ni espía que espiado. Los portavoces gubernamentales afirman que se enteraron hace unos días de este suceso; e incluso que Robles fue la que informó a Sánchez de que su teléfono tenía el famoso 'virus israelí', al igual que sucedió en el caso de otros líderes mundiales.
Cuesta creerlo, dado que Pedro ha advertido tantas veces de la venida del lobo que ahora su voz suena de fondo y la consciencia duda si concentrarse en el mensaje o si obviarlo e invertir el tiempo en algo más útil. Es lo que tiene la propaganda, que al principio adquiere cierta resonancia, pero, con el paso del tiempo y el desgaste del Gobierno y de la sociedad a la que se vierten esos mensajes, acaba erigiéndose en una ración de gachas insípidas que nadie desearía probar.
Es indudable que la mentira es necesaria en cierta cantidad para evitar motines siempre que se gobierna sobre alguien. Pero el Ejecutivo de Sánchez ha hecho de la falacia su leitmotiv, de ahí que intentos de imponer su relato, como el del lunes, puedan ser considerados casi como uno de los actos -uno más- de una patética opereta.
El año pasado fue Madrid. Hace dos, el Salimos más fuertes o el "hemos derrotado el virus" (5 de julio de 2020). Ojalá el tránsito del invierno hacia el verano fuera más corto. U ojalá que no hubiera que temer a Sánchez otra primavera más.
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