Opinión

Los Ballabriga van a Madrid

Fueron pocos los separatistas que acudieron este sábado a la capital de España. Pero, más allá de las cifras, siempre engañosas y más para quien está dispuesto a dejarse engañar,

Fueron pocos los separatistas que acudieron este sábado a la capital de España. Pero, más allá de las cifras, siempre engañosas y más para quien está dispuesto a dejarse engañar, seguro que a no pocos les sucedió lo que a este matrimonio.

El matrimonio Ballabriga, don Josep y doña Carme, son los típicos convergentes de toda la vida. Ahora jubilados, él de su cargo en la Generalitat y ella de ejercer de “señora de” en los actos oficiales, a su edad provecta han descubierto una nueva pasión: la independencia. Son miembros de la ANC, de Ómnium, del Consell de la República, del PDeCAT, de la Crida y de media docena de entidades más, todas vinculadas a la neo convergencia más radical y vociferante. Don Josep se lo dice a todo aquel que se le pone a tiro: “Pujol tendría que haber estado unos años más en el cargo, y Cataluña ya sería independiente. Mas, Puigdemont o Torra son bons xicots, pero no saben, se dejan enredar por España y, claro, luego pasa lo que pasa”. Doña Carme es más radical. Collar de perlas exquisitas, suéter de angorina de color azul pálido, apenas maquillada, pelo blanco platino, su voz se vuelve áspera cuando enmienda la plana a su marido: “La culpa es nuestra, Josep, por acoger a esos muertos de hambre de toda España. Les dimos trabajo y mira cómo nos lo pagan, votando a la Arrimadas esa. Cuando seamos república, ¡ni un español más, y, los que tengamos aquí, que se vuelvan a su tierra!”.

Esta pareja tan bien avenida tras cuarenta años de matrimonio, solo turbado en alguna ocasión por ciertos devaneos de don Josep con un par o tres secretarias pizpiretas, decidieron viajar a Madrid. “Hay que estar con la causa, siempre”, se dijeron. Pero siendo poco propicios a la ordinariez del tumultuario viaje en autocar, bocata y canciones mal entonadas – son socios del Círculo del Liceo y melómanos empedernidos, wagnerianos, por más señas – optaron por desplazarse en el AVE. Clase preferente, por descontado. Durante el viaje de ida, meditaron seriamente si colgarse ya los lazos amarillos o esperar prudentemente a ver que pasaba en Madrid. “Mira que si la guardia civil nos pega, Josep”, murmuraba aterrorizada doña Carme. Nunca ha tenido el menor problema con la policía, de hecho, un tío carnal suyo fue inspector de la Brigada Político Social, pero le tiene horror a la violencia física. Especialmente, si se la aplican a ella.

“Hay que reconocer, Josep, que aquí en Madrid aún tienen claro lo que es la clase. Esto no lo vemos en Barcelona”

Llegaron a tiempo para dejar las maletas en el hotel y saltar a la mesa de Lhardy, que el marido conocía de cuando iba a Madrid semanalmente para despachar asuntos de su Consellería y, de paso, “arreglar” otras cosillas que le encargaban algunos empresarios convergentes. Cambalaches, sobrecitos, influencias, permisos, en fin, lo de siempre. Tras un colosal cocido, acaso el más suntuoso de toda la capital si exceptuamos el de La Bola, se dieron un paseíto por la calle Serrano, y la señora Carme compró varios trapitos. “Hay que reconocer, Josep, que aquí en Madrid aún tienen claro lo que es la clase. Esto no lo vemos en Barcelona”. Cargados con las bolsas, acudieron a la cita en el paseo del Prado con don Josep rezongando acerca de que le parecía poco serio ir a una manifestación con bolsas de marcas de primera línea. Su señora le dijo que era un paleto y empezó a desplazar su mirada de halcón entre la gente. Allí todo el mundo llevaba lazos, esteladas, barretinas y se saludaban cordialmente con los madrileños que paseaban por ese hermoso lugar de Madrid. “Ponte el lazo, Carme, póntelo, que ahí veo a los Casas de Mas y no quiero que nos vean sin el símbolo. Y grita visca la república”. “Yo no grito, que eso es muy ordinario, Josep, a ver si te crees que soy una pescadera”. “Bueno mujer, pues haz algo, agita la estelada, ¿no hemos traído una?”. La señora Ballabriga, tras un instante de meditación, sacó de su bolso Louis Vuitton una estelada pequeña, casi testimonial, y empezó a moverla como si le fuera la vida en ello, con tan mala fortuna que las bolsas cayeron por el suelo. Un policía nacional se precipitó hacia ella, las recogió y, saludándola, le sonrió mientras decía con acento murciano “Perdone, señora, se le han caído las compras”. La señora Carme se quedó pasmada. “Fíjate que atento, Josep, me ha cogido las bolsas, y con qué educación, parece mentira que sea español, ¿no?”.

El tiempo que duró la manifestación, cánticos incluidos, los Ballabriga se lo pasaron saludando a todos los conocidos que vieron, ponderando lo mala que era España, lo injusto del juicio y lo cerca que estaba la independencia, porque el mundo entero los apoyaba. Practicando el entregent que decía Pla.

Imagínate que los Rius y los Ametlla-Casadesús no nos hubieran visto. Ya te puedes imaginar lo que habrían dicho de nosotros”

Un rato antes de que finalizase el asunto, los Ballabriga ya se habían retirado a su hotel. Habían quedado para cenar con un par de matrimonios que se habían encontrado. “¿Ves cómo teníamos que venir, tonta?” le decía el señor Josep a su mujer. “Tienes razón, imagínate que los Rius y los Ametlla-Casadesús no nos hubieran visto. Ya te puedes imaginar lo que habrían dicho de nosotros”. Ambos se miraron a los ojos tiernamente. Es lo que tienen tantos años de complicidad, de cerrar los ojos, de comulgar con ruedas de molino porque, a fin de cuentas, si a ti te va bien, ¡qué importa lo demás!

La cena fue, por descontado, tan suculenta como la comida. Al día siguiente, el feliz matrimonio volvía a Cataluña, no sin antes haber desayunado unos exquisitos churros de chocolate. Bien mirado, valía la pena viajar a Madrid. “A ver si volvemos para vacaciones, Josep, que he visto un par de exposiciones en el Prado que me interesan”. “I tant, noia, i tant”, respondió su solícito esposo mientras miraba de refilón las piernas de una joven separatista con un cuerpo de infarto. Tot per Catalunya.

Miquel Giménez

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