El separatismo se presenta dividido en estos comicios municipales y eso, lógicamente, causa una profunda desazón en los Ballabriga.
Tuve ocasión de presentarles a Josep Ballabriga y a su esposa Carme con ocasión de la manifestación separatista en Madrid del pasado marzo. Él, jubilado de la Generalitat, ella de profesión sus collares, ambos, convergentes hasta la médula, en fin, gent de casa, que dicen los de la estelada en el balcón y el dinero en Andorra. Pero ante la inmediatez de las elecciones municipales, el matrimonio ha visto quebrada la paz de su hogar sito en un coquetón ático del barrio barcelonés de Sarriá. Hoy tienen comida familiar y se mascan más cosas que els canelons, el rostit y el tortell. Se masca la tragedia.
Yo no sé a quién votar, dice doña Carme mientras clava el tenedor en el canelón como si se tratase del hígado de uno de Ciudadanos. Cuando estaba el president Pujol, prosigue, sabías a qué atenerte, pero ahora todo son partiditos. Su marido la mira. La mira sin mirarla, con una lejanía casi sobrenatural. Ha aprendido a convivir con ella como quien vive debajo de las cataratas del Niágara. De todos modos, el instinto del pater familias intuye que la tormenta se cierne sobre los níveos manteles lavados y planchados por Adoración, la dominicana que tienen como empleada del hogar, sin contrato y cobrando una miseria. No hay que darles mucho dinero, que luego se lo gastan de mala manera, dice doña Carme, y, sobre todo, ¡nada de darles confianza!, buenos son, les das un dedo y acaban cogiendo el brazo. Cuando sepa hablar en catalán ja en parlarem. La señora Carme es de las que dan veinte céntimos a un pobre advirtiéndole de que no se lo gaste en vicios.
Llorenç, sobrino de don Josep, funcionario de la Generalitat como su tío, sacude unas miguitas de la manga de su pullover de marca y sonríe con suficiencia. Siempre sonríe con suficiencia, incluso cuando está en el lavabo y se encuentra sin papel higiénico
Mira, Carme, dice su marido, has de votar en clave de país. Laia, sobrina cupaire de doña Carme, abandona el móvil desde el que está quedando para ir a ensuciar de caca la sede de Ciudadanos y para tomar unos gin tonics en una terraza de moda, y habla en tono terrible. Si, sí, vosotros mucho postureo, dice por debajo de sus rastas, pero a la hora de la verdad nada, burgueses, que sois unos burgueses, remata con un bufido empapado de desprecio para seguir con el móvil. Antes de comer le ha pedido a su tieta quinientos euros para comprarse no sé qué de una Tablet y ella, claro, se los ha dado. Se cree que es una roja, pero ya se le pasará cuando conozca a un bon noi y se case, piensa doña Carme no demasiado equivocada.
Llorenç, sobrino de don Josep, funcionario de la Generalitat como su tío, sacude unas miguitas de la manga de su pullover de marca y sonríe con suficiencia. Llorenç siempre sonríe con suficiencia, incluso cuando está en el lavabo y se encuentra sin papel higiénico. No hagamos una tragedia, le dice condescendientemente a su prima, tenemos un enorme abanico de posibilidades de voto, no en vano el independentismo es transversal, ¿oi, tiet? Como su tiet dice que si con la cabeza. mientras se esfuerza en descorchar una botella de cava rebelde, la luminaria. Mireu la lista de Junts per Catalunya encabezada por el conseller Forn, injustamente encarcelado. Claro que no va a poder ser alcalde, pero tiene de número dos a la ex consellera Elsa Artadi y de número tres a la también ex consellera Neus Munté. Doña Carme, que sabe muy poco de política, pregunta si Munté no era la que había ganado las primarias. Evidentemente, contesta Llorenç aceptando el burbujeante cava que le escancia su tío en la exquisita copa de cristal de Bohemia, comprada aprovechando un viaje de don Josep a Praga cuando montaba delegaciones comerciales de la Generalitat. Munté, continúa el sobrino, ganó, pero ahora va de tres porque Forn quería ir de uno y Artadi, que también quería ir de uno, se ha conformado con ir de dos. Y Mascarell, que quería ir solo, va de cuatro. Además, tieta, la lista la cierra Nuria de Gispert, no te quejarás. Somos unos demócratas.
Bueno, no m’atabalis, dice la tieta, que me lío. ¿Entonces, a quien hay que votar? A Esquerra no, seguro, que tienen a ese Maragall y a una ex de los Comuns, una tal Alemany. Qué horror. Laia tercia de nuevo en la conversación – ya ha quedado con sus colegas para lo de la caca y los gin tonics – y les intenta endilgar un discurso acerca de la candidatura de las CUP, pero su tiet la corta secamente. Mira, nena, no hables tanto, que las CUP no han querido una candidatura unitaria. Así que mejor te callas, que así nos va, sin mayoría en el Parlament.
La mesa se queda en silencio. Los estómagos están llenos, las mentes están vacías. ¿Y si no ganamos?, dice doña Carme con un temblor oscuro, antiguo, nacido de generaciones y generaciones de catalanes que siempre se sintieron por encima del resto de sus compatriotas. Llorenç le coge la mano cariñosamente, echándole un poco más de cava en la copa. No se preocupe, tieta, nosotros ganamos siempre. Don Josep sonríe apaciblemente ante la inteligencia de su sobrino; doña Carme, también. Incluso Laia esboza una sonrisa. Las copas se alzan y todos coinciden en el brindis. ¡Por la independencia! Satisfechos, pasan al salón mientras Adoración, que ha comido en la cocina lo que ha traído en un táper de su casa, recoge la mesa silenciosamente.
Lo que se dice una familia bien avenida.
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