Mario Dragui ha anunciado el fin de flexibilización cuantitativa o QE europea. Después de más de tres años de ayudas, el Banco Central Europeo (BCE) reducirá la compra de activos en el mes de octubre para dejar de hacerlo a finales de año. El crecimiento experimentado en los últimos dos años por las principales economías europeas, la reducción del desempleo de un modo sostenido, particularmente en las economías centrales y la tímida subida de la inflación de los últimos meses, suman razones más que suficientes para la toma de esta decisión.
La QE se inició en el año 2015 después de un intenso debate tanto económico como político. Mientras en los Estados Unidos se hablaba de finalizar el programa de compra de activos, en Europa seguíamos analizando la necesidad de aplicarlo. Tras las nefastas actuaciones del BCE antes de la llegada de Draghi y el aviso de este a los mercados de que apoyaría en lo necesario al euro, su definitivo paso de rehacer los balances bancarios terminó por ayudar al continente y a la zona euro a salir de una recesión que se prolongó en exceso. Diversos estudios, algunos realizados por el propio BCE y otros por organismos tan distantes como el Banco de Canadá han avalado la política y desvelado los beneficios que el programa ha demostrado tener.
Sin embargo, las razones para su aplicación parecen quedar atrás. En primer lugar, el desempleo está muy por debajo de niveles “tranquilizadores” en gran parte de la zona euro. Este dato es relevante si lo que deseamos es una inflación estable para los próximos años. Aunque aún queda por esperar que acontezca tal repunte de la misma, las actuales subidas del precio del crudo y las más que probables subidas salariales que apuntan en los próximos acuerdos sociales pueden acercar la inflación al nivel objetivo del 2%. Aunque aún por debajo de este límite, no cabe duda que las expectativas de inflación son hoy mayores que hace sólo unos meses.
El desacople de los tipos entre ambas orillas del Atlántico puede forzar una depreciación del euro que termine por encarecer aún más la importación de productos"
Sin embargo, existe otra motivación no menos importante ni menos esperada. La subida de tipos en los Estados Unidos, en parte por un ciclo económico que anda desajustado del europeo, obliga al BCE a tener que ofrecer a los mercados cierta carnaza que los tranquilice. El desacople de los tipos entre ambas orillas del Atlántico puede forzar una depreciación del euro que termine por encarecer aún más la importación de productos que, como el crudo, ajustan sus precios ante las nuevas condiciones del mercado. Ante estas expectativas, al BCE no le queda más remedio que lanzar a los agentes la idea de que en un año la rentabilidad de los bonos en Europa pueden estar convergiendo a la ya observada para la deuda norteamericana. Aunque de momento no hay aviso de ajustes en los tipos de intervención, este anuncio trabaja en la misma dirección, calando la idea en los mercados de tipos más elevados en la zona euro.
En definitiva, el BCE se debate entre la necesidad de no cortar rápidamente la recuperación tan costosamente lograda y un riesgo inflacionario derivado de un repentino ajuste de costes como son los energéticos y, esperamos, los salariales. Lo último que se desea no es una esperada subida de tipos, sino que esta deba ser rápida e intensa por llegar demasiado tarde, tal y como ocurrió, con nefastas consecuencias allá por los años 2006 a 2008.
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