Tras las elecciones municipales del 26 de mayo de 2019, en las que, recordemos, ERC fue el partido más votado en Barcelona, una parte de las fuerzas consideradas constitucionalistas, y digo consideradas porque existen dudas más que razonables de que el PSC encaje en esa categoría, acordó llevar a la alcaldía de la ciudad a Ada Colau. Lo justificaron aduciendo que era el mal menor para evitar un Ayuntamiento independentista presidido por Ernest Maragall, pero muchos ya sabíamos que se iba a cumplir inevitablemente la sentencia con la que Churchill despachó a Chamberlain en la sesión del 5 de octubre, (¡qué tendrá ese mes!) de 1938 en la Cámara de los Comunes.
Había acudido el primer ministro a justificar el Acuerdo de Munich por el que se cedía la zona de los Sudetes en Checoslovaquia a la Alemania Nazi. Churchill le contestó “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… escogisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra”. Efectivamente, así fue, de la misma forma que se votó a Ada Colau para evitar un ayuntamiento independentista y ahora la vemos en almuerzos tête a tête con Xavier Trias o en actos multitudinarios con Yolanda Díaz en los que, entre abrazos y arrumacos, la ministra se pronuncia a favor de que “Cataluña decida su futuro” además de “garantizar su reconocimiento”.
Con enorme ignorancia y osadía han decidido intervenir en el perfecto trazado del Ensanche de Ildefonso Cerdá con la construcción de unas superillas que han convertido el centro en un nuevo Beirut
Es decir, al permitir el acceso al poder a Colau conseguimos lo contrario de lo que se perseguía y tenemos ahora lo peor de las políticas de extrema izquierda y el mismo independentismo que se pretendía evitar. Hemos pasado así cuatro años en los que el gobierno municipal, nefasto pero muy eficaz y valiente en la ejecución de sus políticas, contra todo y contra todos y sin llegar a ningún consenso, ha puesto patas arriba Barcelona. Si se mide la prosperidad de una ciudad por el número de grúas que la pueblan, la conclusión es desoladora porque no se ve ni una. La normativa del 30 por ciento, esa por la que en toda promoción debe dejarse un 30 por ciento para vivienda social cualquiera que sea el barrio donde se construya y el precio del suelo sobre el que se alce, ha hecho inviable económicamente la actividad de los promotores que se han pasado en masa a las poblaciones vecinas en las que esa normativa absurda no está vigente.
La falta de vivienda nueva se ha traducido en un alza de los precios de alquiler y compra, justo lo contrario de sus pretendidos objetivos. Con enorme ignorancia y osadía han decidido intervenir en el perfecto trazado del Ensanche de Ildefonso Cerdá con la construcción de unas superillas (manzanas vedadas al tráfico rodado) que han convertido el centro en un nuevo Beirut, y se han cargado calles emblemáticas y arterias necesarias para la fluidez del tráfico, transformando la vida de los vecinos en algo antipático y cada vez más difícil. No les gustan los coches pero no dan alternativa, tampoco la dan para los bares ni las terrazas que tampoco les gustan. Su modelo de ciudad, antiturismo y anticomercio, no es para todos sino para unos cuantos, los que les votan. Pero las consecuencias son generales para todos.
La falta de vivienda nueva se ha traducido en un alza de los precios de alquiler y compra, justo lo contrario de sus pretendidos objetivos
Se acercan nuevas elecciones y los partidos constitucionalistas han presentado sus candidaturas. Esta vez, Vox, PP y Valents presentan como cabeza de lista a candidatos muy valiosos. Luchan por un espacio electoral común y la división del voto afectará muy negativamente a su representación. Si el PSC sigue con su política Chamberlain volveremos a tener por cuatro años más un Ayuntamiento de En comú-Podem al que la ciudad, exhausta, harta y sucia, ya no podrá sobrevivir. Como diría Shakira, ilustre vecina a punto de alzar el vuelo, la Barcelona de Colau ha pasado de Rolex a Casio, pero con una salvedad: Los Casio, sin pretensiones y con gran eficacia, funcionan de maravilla. Colau, en cambio, ha convertido la ciudad en un reloj parado.
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