El Parlamento Europeo cerrará los lugares de culto (es decir las mezquitas) que no respeten los valores de la Unión. Se trata de una de las 139 iniciativas de la Comisión Especial sobre el Terrorismo.
El objetivo es que "que cierren sin demora las mezquitas y los lugares de culto y prohíban las asociaciones que no respeten los valores de la Unión e inciten a cometer delitos terroristas, al odio, a la discriminación o a la violencia". La declaración es inquietante. ¿Acaso hay mezquitas y asociaciones que inciten abiertamente a la violencia? La respuesta está en el enunciado que han impulsado los eurodiputados.
La resolución debería de incluir “el fin de las relaciones con los países desde los que se financia el terrorismo, y no respeten los valores de la Unión Europea”. Esta última sería una declaración osada, el resultado de ir hasta el final y la única solución posible.
Pero lo más difícil es acabar con las ideologías que animan al terrorismo. En última instancia pertenece al género de lo individual, y como actualmente se socializa a través de internet, es muy difícil controlar la diversidad del discurso. El resultado es que las autoridades públicas se inclinan por la autocensura, por ejemplo, en lo que se refiere a la prohibición de visitar las publicaciones en la red de contenido ‘yihadista’. Como suele ocurrir en estos casos, se ha llegado tarde. Solo un loco -hoy día- llamaría a la guerra desde un púlpito.
Los predicadores del odio tienen campo abierto. Hay guerras cuyas causas no tienen fácil explicación por ser un tabú… europeo
No queda muy lejos el tiempo en el que los fieles sentados sobre el suelo escuchaban con total libertad a oscuros predicadores, en asociaciones y mezquitas. Hablaban sobre la situación de los ‘hermanos’ en Pakistán y Afganistán. La opresión. Los ataques con videojuegos de drones dirigidos desde Nevada o Las Vegas. Sobre el asesinato de individuos mientras celebraban una boda.
Muchas invasiones quedan en el olvido, mientras el cultivo del opio se multiplica desde la llegada de los libertadores de las mujeres del burka. Pero hasta esto lo vemos con naturalidad. Cuando mayor es el delito sobe un conjunto de personas desconocidas, mayor es la indiferencia.
En definitiva, era posible que un grupo de predicadores norteafricanos- sin formación conocida- relatara en un garaje del cinturón industrial de una ciudad europea (Barcelona) un crimen cometido en un país remoto de Asia, llamado Afganistán. Y esto les ofendía.
También hay otra lectura. Unos extraterrestres envían una nave espacial a una zona donde una tribu celebraba una fiesta familiar. La ovalada nave iba sin piloto, y sin embargo disparaba proyectiles. Hubo familias que quedaron como la madera petrificada: decenas de mujeres y niños se derritieron ante sus ojos. Luego un señor- a decenas de miles de kilómetros- hacía cábalas sobre una posible investigación, aunque no le consta una masacre de esas características. Como no había nadie en el lugar, tan solo una solitaria máquina volando sobre el inocente horizonte, no estaba claro el suceso. Es de esperar que por varias generaciones los jóvenes de esa tribu se unan en la lucha contra el invasor.
Cuanto mayor es el crimen, más se tiene que desproveer de personalidad e identidad a victimario y víctimas. Lejos de las redes sociales, el burócrata del mando goza del más completo anonimato. Desde esta perspectiva no es posible identificarse con el sujeto tribal, porque nos han educado en el rechazo a la barbarie.
Califato virtual
Pero el relato de los predicadores indignados siempre está sazonado de lágrimas y sollozos. Y de un carácter enérgico y violento. Por eso escogen lemas precisos e inteligibles. Saben que no todo el auditorio domina la lengua árabe. Muchos hablan el amazig, su lengua materna.
La sensación de incomodidad es general. Los sollozos dan paso a las súplicas por los hermanos oprimidos -sin más adjetivos- en todos aquellos lugares donde hay guerra, en una interminable lista. Poco después se procede al ágape. Unos cuantos deciden volver a casa, ante la desaprobación de los escuderos del ritual. Sirven bandejas de cordero. De las lágrimas a las sonrisas solo hay un paso.
Los predicadores señalan el modo de pellizcar la carne: con los tres dedos, ‘tal y como en los tiempos del profeta’. Por lo tanto no hay cubiertos, y todos comen del mismo plato. Replegados sobre sí mismos, contenidos, murmuran y sonríen con los asistentes. Los paisanos poco a poco se van retirando. Una vez que la mezquita-garaje se vacía, los predicadores acuden al bar donde se reúnen algunos magrebíes del hachís. Allí los sermonean y se escucha alguna que otra discusión.
Dos percepciones quedan. La primera el sentimiento de pertenencia a una comunidad inmensa que se defiende de los neocruzados. Por otro lado, la identificación que se produce entre los sujetos de una violencia indeterminada en las estepas de Asia, y algunos de los inmigrantes residentes en Europa.
La demagogia se nutre de la humillación de los sentimientos. Siempre hay personas dispuestas a morir con el objetivo de restaurar la dignidad de una comunidad imaginada. No esperen que las pasiones obedezcan a la razón.
El civismo laico se empleó como ariete en el Norte de África. El ejemplo de Argelia es el más doloroso, pero no el único
Existe un califato virtual. Pero su naturaleza contemporánea y actual obliga a vestirse con andrajos, salvo casos excepcionales. El único camino aceptado en Europa para el islam político es el de la democracia cristiana. Pero por razones históricas, sociales y económicas, lo probable es el fracaso. Porque su corpus doctrinal y político está tan atrofiado como un elefante de circo -maltratado- en una pequeña jaula.
‘Occidente’ dejó hace tiempo las cruzadas confesionales, sin embargo es muy fácil soliviantar el orgullo humillado.
Según Adam Kuper en Cultura (Paidós 2001), Comte y Saint Simon tomaron prestados los valores universalistas de la Iglesia Católica para crear una religión del positivismo. Su dogma central era el progreso, ‘que equivalía a una salvación laica del mundo. Las nociones alemanas del bildung (formación) y kultur, se engranaban con las necesidades del alma individual, valorando la virtud interior por encima de las apariencias externas…”.
Pero el civismo laico se empleó como ariete en el Norte de África, la zona más vulnerable a la penetración europea. El ejemplo de Argelia es el más doloroso, pero no el único. La interferencia en los asuntos internos es una constante. Y las tensiones inmensas.
Los predicadores del odio lo tienen fácil. Muchos de ellos son hábiles oradores. Las guerras se pueden explicar por sus causas económicas o energéticas. Pero hay otras profundas que no se pueden expresar por ser un tabú…europeo.
Cuando los franceses entraron en Damasco en julio de 1920, el general francés Gouraud visitó la tumba de Saladino. Luego la pisoteó, y dijo: “Despierta Saladino, hemos vuelto. Mi presencia aquí consagra la victoria de la Cruz sobre la Media Luna”.
Han pasado 98 años. Y se podrá argumentar que ya no es la misma época. Pero basta con recordar como Bush y otros evangélicos utilizaron las profecías bíblicas del libro de Ezequiel para completar su plan sobre el Cercano Oriente e invadir Irak.
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