La semana pasada, Electomanía compartió un dato revelador, rastreado por el grupo académico The Populist: uno de cada tres europeos vota a partidos que pueden considerarse antisistema, tanto de izquierda como de derecha. En 1992 este voto contra las élites era sólo del 12%, en 2001 ya había subido al 20% y ahora estamos en el 32%. Los treinta académicos encargados del informe destacan que han crecido especialmente las formaciones que combinan en su programa propuestas de extrema izquierda con otras de extrema derecha.
Frase clave de este análisis: "Personas que nunca esperarías que votaran a la extrema derecha lo están haciendo, entre otras mujeres mayores, votantes urbanos y la clase media educada”, destaca Daphne Halikiopoulou, de la Universidad de York. “Están dispuestos a intercambiar la democracia por algún trato del tipo ‘Sé que este líder es autoritario pero al menos traerá estabilidad económica'”. No resulta sorprendente: entre liberalismo moderno y seguridad laboral, mucha gente va a preferir lo segundo. Estos datos coinciden con los que compartimos hace unas semanas sobre el decreciente apego de los jóvenes por la democracia parlamentaria.
La tendencia la ha explicado también el politólogo Fernando Vallespín en 'El País', poniendo un ejemplo del desgarro de la izquierda alemana: el liderazgo de la emergente Sarah Wagenknecht va a dar vida pronto a un nuevo partido, que atrae votantes tanto de tanto de izquierda radical como de extrema derecha. Su programa propone un nuevo conservadurismo nacionalpopular, que otros llaman izquierda 'antiwoke'. Se calcula que obtendrán un 10% de los sufragios en las próximas elecciones. "El objetivo es separarse de la superioridad moral de la nueva izquierda culturalista, ecologista, feminista...", escribe Vallespín, pero podemos abreviar diciendo que la pujante líder huye del pijerío de esa izquierda europea que desprecia a su propio pueblo y sueña con ser estadounidense.
Izquierda autodestructiva
En España, conocemos bien esta deriva clasista del progresismo. No es casual el abandono o expulsión de los pocos iconos obreros que han llegado a tener puestos de responsabilidad en Podemos: cuadros tan valiosos como Diego Cañamero, Óscar Guardingo y Alberto Rodríguez (por no hablar de Manolo Monereo, muy cercano a Anguita y a sus tesis nacionalpopulares). Tanto Más Madrid como Podemos han comprado las tesis del 'wokismo' anglo y el resultado ha sido un apoyo popular decreciente, cercano incluso a la desaparición en la meseta, Andalucía, Extremadura y casi todas las zonas más pobres de España (donde, sobre el papel, su mensaje igualitario debería resonar con más fuerza). La izquierda del PSOE ya no tiene partidos con tirón popular, sino búnkers culturales de la izquierda urbanita.
En España abunda la izquierda caniche, pero el caso más delirante está en Grecia, donde un exejecutivo de Goldman Sachs es el nuevo líder de Syriza
En los últimos años, hemos visto y escuchado cosas insólitas. Por ejemplo, Rita Maestre declaró que no tenía ningún problema con que la cumbre de la OTAN se celebrase en Madrid, dejando desamparados a los antiimperialistas de izquierda. Mónica García, rizando el rizo, celebró públicamente coincidir en planteamientos con el Foro de Davos, mientras una división juvenil de esta organización premió la figura de Irene Montero. El caso más delirante de izquierda caniche, en feliz expresion del escritor Juan Manuel de Prada, es el empresario Stefanos Kasselakis, ex ejecutivo de Goldman Sachs y candidato sin experiencia en la política griega, que contra todo pronóstico se ha convertido en el nuevo líder de Syriza. Defiende “copiar la fórmula estadounidense lo antes posible” para transformar la formación neocomunista en un Partido Demócrata al estilo estadounidense. ¿Conclusion? La izquierda europea no necesita enemigos, se basta y se sobra para desactivarse a sí misma.
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