En mayo de 1274 (antes de Cristo) se produjo una tremenda batalla en Qadesh, en lo que hoy es la frontera norte del Líbano con Siria. Los contendientes eran dos. Unos eran los poderosos hititas de Muwatalli II, que contaban con la presunta ayuda de una constelación de reyezuelos que buscaban sacar partido de todo aquello. Los otros eran los egipcios de Ramsés II, no menos poderosos, que solo parecían tener de su lado (también relativamente) a los del país de Mitanni, mucho más brutos y asilvestrados que ellos.
Los hititas pretendían destruir el poder de los egipcios e invadir su país. Los egipcios buscaban acabar con el poder hitita y controlar todo el arco parlamentario del Creciente fértil, que hoy solemos llamar Oriente medio.
La batalla fue terrible. Se enfrentaron alrededor de 60.000 soldados y miles de carros. Unos y otros estaban convencidos de que aquel encontronazo sería decisivo, hicieron un esfuerzo militar y económico nunca antes visto y la “prensa” egipcia (los bien entrenados servicios de propaganda del faraón) repitieron veinte veces en muchos relieves y jeroglíficos que habían ganado ellos. Eso hemos creído durante siglos. Pero no fue así. Lo que en realidad sucedió fue que la matanza alcanzó tales dimensiones que ambos ejércitos quedaron prácticamente inutilizados. No ganó nadie y nadie invadió ni destruyó a los de enfrente. Después de Qadesh, las cosas estaban prácticamente igual que antes. Nada esencial había cambiado. Nada había servido para nada.
Las encuestas o sondeos, más abundantes que nunca en estas elecciones, buscaron descaradamente utilizar esos “datos” sacados de la manga como un arma más de la campaña
Después de las recientes elecciones generales, esta vieja historia de la batalla de Qadesh nos permite sacar algunas conclusiones.
1.- Es muy peligroso creerse las propias mentiras. El Partido Popular ha ganado las elecciones, eso es incuestionable, pero no ha logrado destruir a los hititas. Y el objetivo era ese, no otro. La mil veces repetida “derogación del sanchismo” se ha hundido en los marjales del delta del Nilo. La repetidísima marea o tsunami azul que iba a inundarlo todo resultó ser un cuento. ¿Y quién contó ese cuento? Además de muchos periodistas, que se retroalimentaban con sus baladronadas, el cuento lo contaron las cada vez más numerosas “empresas de encuestas”, muchas de las cuales, sencillamente, se inventaron los resultados. Así de claro. No es posible que el mismo día un sondeo conceda al PP 145/150 escaños y otro le conceda 180. Uno de los dos miente. El denostadísimo Tezanos se ha vuelto a equivocar, como suele, y en la misma dirección de siempre, pero en esta ocasión ha errado mucho menos que otros. Porque las encuestas o sondeos, más abundantes que nunca en estas elecciones, buscaron descaradamente utilizar esos “datos” sacados de la manga como un arma más de la campaña, que fue lo que hicieron los servicios de propaganda del faraón. Eso se ha demostrado no ya inútil sino contraproducente. Los ciudadanos no han hecho caso de la engañifa, como a la vista está. Las mentiras no son “desviaciones porcentuales” ni hechos alternativos. Son mentiras. Y se les nota mucho.
2.- La euforia es la antesala de la aflicción. Pedro Sánchez cometería un tremendo error si cree que España entera le ha respaldado. No es así. Debe su notable crecimiento en votos y pequeño en escaños (dos), muy mayoritariamente, a la sobirana paliza que el PSC ha propinado a los independentistas en toda Cataluña, algo inimaginable hace solo seis años. Pero, como pasó en Qadesh hace tres milenios, la paliza no ha sido suficiente: no ha logrado evitar que la perversa ley electoral le permita independizarse de los indepes. Ahora no se sabe qué será peor: que nadie se te acerque siquiera salvo la extrema derecha, que es lo que le pasa al PP, o que necesites bailarle el agua a un montoncito de partidos que siguen empestillados en el sueño (declinante) de cargarse la nación grande para levantar su idealizada patria. Sánchez sigue en manos de los mercaderes del templo. Más que antes.
3.- Un cambio de estilismo no es suficiente. Sumar y Yolanda Díaz quedan muchísimo mejor para las fotos que los de Podemos, eso no se discute, pero el paso de la nueva líder por la peluquería y por Adolfo Domínguez / Custo Barcelona no ha impedido que la “izquierda de la izquierda” pierda cien mil votos y cuatro escaños respecto de las últimas elecciones generales. La “evaporación” de Podemos y la fumigación de Irene Montero no han dado el resultado previsto. Los evaporados (Iglesias, Belarra) no han tardado ni 24 horas en comenzar el lanzamiento de venablos contra la que llaman Fashionaria. Los cuchillos llevan ya tiempo afilados. Lo que sucede es que esa pelea, ahora mismo, solo les importa a ellos. A nadie más.
4.- Cuidado con el perro. Para hacer chistes es muy recomendable tener gracia. El que inventó esa maravilla de “perro sanxe” sin duda la tiene, pero le ha pasado lo peor que le puede pasar a un chistero: que la gracieta divierta al aludido y la convierta en uno de los eslóganes de su campaña. Hasta chapitas de solapa se han hecho con la perrería, y se ha mejorado la burla explicando que más sabe el perro por perro que por sanxe. Sea como fuere, si algo ha demostrado este perro es que tiene más vidas que un saco entero de gatos. Nunca subestimes a alguien que se sobreestima a sí mismo, como bien decía Franklin D. Roosevelt.
5.- Cuidado con los tuyos. Desde que se popularizaron los drones se ha vuelto muy peligroso convocar a la gente ante la sede de los partidos para celebrar algo. Todos pudimos ver por la tele, desde lo alto, cuántos fervorosos había en la calle de Ferraz y cuántos en la de Génova: muy pocos cientos. Y volvió a cumplirse el axioma de que las “bases” tienden siempre a los extremos y no hacen caso a los estrategas del partido. Al perro sanxe le corearon el “no pasarán”, eslogan guerracivilista inventado cuando no habían nacido los padres de ninguno de los que allí estaban. Y ante Feijóo los chiquillos cantaron esa cosa repugnante del “que te vote Txapote”, pareado que ya había indignado a algunas víctimas de ETA y que sin duda fue inventado por la ultraderecha. Que se supone que estaba, a esa misma hora, en otro sitio. Pero no.
6.- Cuidado con los de atrás. Que pierdas en una noche 600.000 votos y 19 escaños, y que salgas –casi a rastras– a dar la cara para bramar que la culpa del desastre la tiene todo el mundo menos tú, que eres infalible, entra dentro de las carencias humanas. Es comprensible. Pero poner detrás de ti, a la vista de todos, al vinagre de García Gallardo, con su cara de jefe de centuria no demasiado listo, y encima cabreado como un macaco, es un error que no se puede cometer, Santiago. Ese señor de barbas asusta a los niños. Cómo no te ibas a dar el ostiopatazo que te diste, con esa manera de andar por la vida.
Núñez Feijóo ha llamado al Sanxe para proponerle algo que bien podría derivar en una “gran coalición”: un gobierno de los dos grandes partidos. Eso es lo que se llama hacer política
7.- Los colores son importantes. Para la celebración del balcón en Génova había una consigna ibicenca: sonreíd como si fuésemos felices y, eso sí, todos de blanco. Salió bien. Carmen Fúnez y Carmen Navarro derivaron un poco al verdecito, pero no desentonaban. La que hizo lo que le dio la gana fue (para variar) Isabel Díaz Ayuso, que salió a la pasarela con una blusa de color rojo sangre. Logró lo que quería: que todo el mundo la mirase a ella, no a Feijóo. Mientras se dejaba aclamar por los de la calle, que ya hemos dicho que son imprevisibles, la presidenta miraba al presidente con una sonrisa y un alzar de cejas que lo decían todo: “Esto a mí no me habría pasado, bonitiño. Vete haciendo sitio, anda”.
8.- Este es el momento. A la vista de los resultados, y ante el abismo nada lejano de una repetición de las elecciones, Núñez Feijóo ha llamado al Sanxe para proponerle algo que bien podría derivar en una “gran coalición”: un gobierno de los dos grandes partidos. Eso es lo que se llama hacer política, no campaña. Lo hicieron los británicos en 1940, con Churchill a la cabeza, y salió bien. Lo hicieron los austriacos en 1945 y volvió a salir bien. Los alemanes lo han hecho cuatro veces, desde Kiesinger (1966) hasta Merkel, que lo ha hecho en tres ocasiones, la última en 2017. Siempre salió bien. Ninguno de los partidos integrantes de esos gobiernos sufrió ningún desastre posterior. Mariano Rajoy se lo propuso al perro chánchez en 2016, pero este dijo que no: de aquellos polvos vienen estos lodos.
Un gobierno de gran coalición, ahora mismo, reduciría a la mendicidad política a los mercaderes del templo como Rufián, Borrás, Otegi, Míriam Nogueras y sobre todo al surrealista Puigdemont, que se quedaría sin nada que hacer en esta vida y que se pondría a criar telarañas en el chalé de Waterloo, como doña Urraca en las almenas de Zamora. Ese gobierno sería la peor pesadilla de Iglesias, Belarra… y Abascal, a quienes no quedaría más recurso que el del pataleo populista. Ese gobierno independizaría a los dos grandes partidos de sus respectivos condottieri mediáticos, que son, como se ha visto, mucho más fieros y colmilludos que los propios políticos. Ese gobierno no podría intentar, sin duda, muchas de las cosas que querrían hacer cada uno de los dos partidos por sí solos, pero cohesionaría el país como nunca en las últimas dos o tres décadas. Ese gobierno demostraría que tenemos una auténtica clase política cuyo objetivo es servir a la nación y a los ciudadanos, no alcanzar el poder al precio que sea y vendiendo lo que haya que vender, incluido el collar del perro si hace falta.
Tiene razón Feijóo, como la tuvo Rajoy hace siete años. Es el momento de un gobierno de “gran coalición” que saque al país de la histeria y el espumarajo, y lo devuelva al sentido común. Sería como si en Qadesh los egipcios y los hititas se hubiesen puesto de acuerdo en vez de despedazarse mutuamente.
Pueden ustedes pasar a la historia, señor Sanxe, señor Feijóo. No depende de nadie más. Y este es el momento.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación