Le llamaban en su Chantada natal 'Paco el argentino' y también 'El guitarrero'. Lo primero, porque de la mano de su padre había regresado del Río de la Plata adonde había emigrado siendo niño como tantos y tantos gallegos. Lo segundo porque, de estudiante, se dedicaba en La Coruña a cantar en la reja de las chicas de buen ver susceptibles de aceptar un buen 'braguetazo'. Era su aspiración, decía con desenfado. Paco ya era entonces así, muy listo, con esa inteligencia práctica de los gallegos echados al mundo decididos a comérselo de un bocado a riesgo de atragantarse. Su padre había sido un tratante de ganado, y algo de ese comerciante dispuesto a vivir en el filo del todo o la nada ha formado parte del carácter de este personaje frío, de muy pocos amigos, en la cumbre del poder financiero desde hace muchos años, 22 al frente del BBVA, y hoy a un tris de ir a dar con sus huesos en la cárcel a poco que se lo proponga el poderoso establishment madrileño que desde hace décadas desea pasarle a cobro algunas de las muchas letras pendientes que ha ido dejando sin pagar.
Acababa de llegar a la presidencia de Argentaria, colocado de clavo por sus amigos de la aristocracia del PP cuyo dinero había pilotado desde FG Inversiones Bursátiles ("no te jode, no voy a colocar a mis enemigos", protestó Rodrigo Rato cuando alguien le reprochó haber situado a sus íntimos al frente de las empresas privatizadas por el primer Gobierno Aznar), y no se le ocurrió cosa mejor que, a través de Paco Gómez Roldán, su consejero delegado, poner en la calle a los dos altos ejecutivos, José Antonio Montenegro y Bob Daylor, que mandatados por Paco Luzón llevaban desde Nueva York las operaciones de márquetin del banco público para toda Latinoamérica. Nada más conocer la nueva, un alto ejecutivo se atrevió a invadir su despacho en la preciosa sede del Palacio del Marqués de Salamanca, Recoletos 10, para hacerle ver los riesgos que para la casa podían derivarse de decisión tan injusta como precipitada. Esta fue la respuesta contundente del de Chantada:
-Si tú me dices que estos tíos tienen que estar controlados, ¡yo ahora mismo les pongo en Nueva York un seguimiento que me informan de hasta cuándo van al baño a mear!
Se había puesto de pie y, con el gesto crispado más que indignado habitual en él, pespunteaba con los pulgares su mesa de trabajo como queriendo enfatizar los riesgos de desafiar su voluntad. De manera que el señorito ya venía entrenado en las cosas del espionaje, que no ha sido cosa de ahora mismo lo del escándalo Villarejo que tiene al “todo Madrid” en ascuas. En lo de husmear en la vida del prójimo, FG llegó a la copresidencia del BBVA con los deberes hechos, y bien pronto lo sufrió en sus carnes el bueno y blando de Emilio Ybarra, medio minuto después de haberle confiando que el BBV venía arrastrando un problemilla con unas cuentas en la isla de Jersey que era necesario regularizar, cosa de nada, pero tenía que saberlo… A FG le faltó tiempo para ir a denunciarlo al Banco de España y montar el incidente de la bahía de Tonkin que le sirvió para desalojar del Bilbao Vizcaya a la aristocracia bancaria de Neguri, crecida al resplandor industrial de los altos hornos y formada bajo el ala de aquel gran personaje que fue Pedro Toledo y otros "monstruos" de la estatura moral de un Ángel Galíndez (el “padre” de Iberduero, entre otras cosas) o José Ángel Sánchez Asiaín.
FG también tenía su gatuperio en el momento de la fusión BBV-Argentaria. Por el despacho del de Chantada desfilaba con asiduidad el ínclito Ramón Rato, hermano del todopoderoso vicepresidente y ministro de Economía, a la sazón responsable de la gestión (pésima) de las empresas de la familia. El Grupo de Empresas Rato estaba con un pie y medio en lo que era una quiebra fraudulenta como un castillo. Una de las sociedades, Radio Forana, con un empleado y un millón de pesetas de facturación, tenía concedido un crédito de 300 millones en Holanda por parte de ABN Amro. Extraordinario. Moncho Rato quería un crédito de 3.000 millones. "Recíbelo con cariño", trasladó el gallego. Incapaz de aportar el menor activo como colateral, aquello no había por dónde cogerlo. Y un día, harto el ejecutivo sobre quien había recaído el marrón, tiró de teléfono y llamó indignado al Banesto presidido por Alfredo Sáenz, otro discípulo (este poco aventajado) de Pedro Toledo.
-Sois un poco cabrones, queréis que yo le dé a este pollo 3.000 millones para levantar los créditos que tiene con vosotros [y con el Zaragozano, entre otros] y que Argentaria se quede con el mochuelo, ¿por qué no se los dais vosotros…?
Saldar cuentas pendientes con otros bancos y proporcionar liquidez a un grupo empresarial que estaba en las últimas. Ramón protestaba entre sorprendido e indignado, “¡pero si esto es un banco público…!”, decía. Había obligación de socorrerlo. Apartado el ejecutivo reacio al desmán, la operación terminó haciéndose, y con ese maloliente fardel se presentó FG a la fusión con BBV, arrastrando principal más intereses de más de 50 millones. El asunto desapareció del balance de fusión sin dejar rastro. Ah, los milagros de las "cuentas de orden". En realidad lo que al pobre Moncho no le cabía en la cabeza era que Francisco González (FG), que acababa de ser ascendido al olimpo bancario por obra y gracia del dedo promisor de su hermano, que le acababa de tocar el Gordo de Navidad, no les devolviera el favor resolviendo la crítica situación de sus empresas. Lo hicieron. Entró, entró. En el envite participaron todos los agraciados: Pizarro desde la presidencia de Endesa, Villalonga desde la de Telefónica, Alierta desde la de Tabacalera y FG desde la de Argentaria. Al festejo se apuntó también Emilio Botín, Santander, que compró por mil millones una empresita, Aguas de Fuensanta, que valía algo próximo a cero.
La enfermedad de nuestra democracia
El ejemplo ilustra a la perfección la verdadera naturaleza de nuestras élites económico-financieras, miembros de pleno derecho todos de esa gigantesca Sociedad de Socorros Mutuos según la cual entre bomberos no nos pisamos la manguera y hoy por ti mañana por mí, y favor con favor se paga, y pelillos a la mar, y que le vayan dando a las reformas de fondo imprescindibles para democratizar de verdad nuestra economía, nuestra vida política, y contar con una democracia medianamente sana gobernada por el imperio de una ley igual para todos, y una economía realmente competitiva donde el talento y el esfuerzo, no la cuna, no los favores, no la corrupción, marque el acceso de Perico de los Palotes al mundo del gran dinero capaz de generar inversión y empleo. La Sociedad de Socorros Mutuos ayuda también a esos políticos a los que luego, a la hora de su jubilación, tendremos que acoger en nuestros chiringuitos, en los consejos de nuestros bancos, de nuestras empresas eléctricas. Conocemos las debilidades de los socios, sus gatuperios, sus escándalos, pero callamos como putas y no decimos ni pío, porque la ley del silencio es el principio rector de nuestro mundo de ensueño, porque la Sociedad de Socorros Mutuos es eso, una garantía de que haremos negocios a la sombra del poder político y cuando vengan mal dadas, el Levante inclemente que llega sin previo aviso nos cogerá a sotavento de las amarguras del fin de ciclo.
Por eso el de España es un problema de democracia, de la baja calidad de nuestro sistema democrático. El escándalo provocado por las escuchas de Villarejo al servicio de FG en el BBVA no es más que eso: un nuevo y deslumbrante y descarnado ejemplo del mal funcionamiento de nuestras instituciones. Villarejo es el cáncer de páncreas de esa Sociedad de Socorros Mutuos reñida con la ley y con el respeto a las reglas de la libre competencia. Es la estructura mafiosa de notorios comisarios que, en pago a los servicios prestados, pasan a última hora a convertirse en jefes de Seguridad de grandes bancos y empresas, ergo miles de teléfonos pinchados al servicio del jefe de turno. Es esa vicepresidenta de Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega, que obsequiosa acude a socorrer a un atribulado Botín, enfangado en un asunto -las cesiones de crédito- que en cualquier otro país le hubiera costado la cárcel, para anunciarle que puede dormir tranquilo: "Transmítele que ya está hablado y no habrá problemas (…) aunque ya sabes cómo son en ese ministerio". Que la vicepresidenta del Gobierno garantice ('doctrina Botín') la inmunidad judicial del mayor banquero del reino es un escándalo catedralicio, que deja el Estado de Derecho reducido a escombros. Son esos organismos reguladores que no regulan, no vigilan, no castigan los abusos de competencia porque no son independientes y están trufados de políticos en excedencia –la Sociedad de Socorros Mutuos- que deben el favor al Aznar o al Zapatero de turno. Es ese Banco de España, policía del sistema financiero, responsable en primera línea de la quiebra de las Cajas y de los 60.000 millones que ha costado a los españoles su rescate, con el gran protagonista de la tropelía, Fernández Ordóñez, apodado MAFO, tan campante en la calle. Es la ausencia de los famosos checks and balance. La lista se haría interminable.
Decía Rodrigo Rato hace unos días que "a mí me despidió [de Bankia] Mariano Rajoy". Olvida el truhan que a él también lo nombró Rajoy, porque fue Rajoy quien lo puso en Caja Madrid, con dos cojones, porque sí, porque el señorito Figaredo había hecho millonarios a todos sus amigos y él no tenía dónde caerse muerto, tenía que “pillar”, había llegado su hora, tenía que enriquecerse, y cuando Zapatero llega al Gobierno en 2004 intenta el asalto al BBVA, un banco cotizado en Wall Street, porque ahora les tocaba a los socialistas hacerse ricos, a todo trapo, sin complejos, empezando por Sebastián y demás familia, había que hacer rico a Zapatero (parece que ahora está aprobando la asignatura con sobresaliente en Venezuela), ello con la ganzúa de unos dizque empresarios dueños de una constructora, con Luis del Rivero y el inevitable Juanito Abelló, arquetipo de señorito madrileño good for nothing, a la cabeza, en una de las más brutales colusiones entre lo público y lo privado que se hayan visto en la historia de España. Como era de temer, las elites regionales han replicado el modelo madrileño de capitalismo castizo en las Autonomías.
Nadie se atreve a tirar la primera piedra
Todos han sido pinchados por Villarejo a las órdenes de FG. "Vete dándome (…) En diez o quince días, un avancito de cuatro cosas (…) Para ir a ver a mi jefe (…) Sobre todo para cuando me llame, porque me llama cada 10 o 15 días el presi, tener yo las tres o cuatro historias y dárselas", dice el ex comisario Corrochano en una de las cintas. El jefe paga y reclama alpiste a cambio. Más grave aún que los pinchazos, o a mí me lo parece, es el hecho, revelado por este periódico (Tono Calleja y Alex Requeijo), de que el BBVA puso a disposición de la red de Villarejo los estados contables de algunos de sus clientes. Fernández de la Vega no ha dado señales de vida. Ella sigue chupando del bote en un Consejo de Estado del que aún no se ha ido por vergüenza torera. La Fiscal General del Estado no ha abierto una investigación de oficio. El ministerio del Interior sigue sin decir esta boca es mía, y el Banco de España hace mutis por el foro. Todos se la cogen con papel de fumar. Nuestras sedicentes élites siguen escondidas tras la empalizada, mirando con el rabillo del ojo al otro lado del foso. Ateridos por el pánico. A ver quién tira la primera piedra. Nadie se atreve. Todos forman parte de la Sociedad de Socorros Mutuos. Más que de Estado, es la crisis de una sociedad anémica de cualquier tipo de valores. Sociedad desarmada, víctima propiciatoria de Rufianes, Colaus, Chiquis, Teresas y marquesas de Galapagar. Lo tenemos muy merecido.
La situación de Francisco González parece insostenible. “No hubo música en su alma; sólo un vano / herbario de metáforas y argucias / y la veneración de las astucias / y el desdén de lo humano y sobrehumano”. A ver qué hace el banco, qué decisión toma ese Consejo de Administración plagado de personalidades “independientes” (un decir), pero un banco cotizado en Wall Street no puede soportar el escándalo de un presidente que ha utilizado el dinero de los accionistas no para defender la entidad sino para blindarse personalmente de las asechanzas de sus enemigos. Carlos Torres, libre de toda sospecha de haber participado en la trama, no puede siquiera pensar en iniciar su mandato sobre este pozo ciego rebosante de mierda, y de hecho debería ser la propia entidad quien se querellara contra su presidente, todavía, de honor. El honor perdido de Francisco González y el BBVA. La Audiencia Nacional ha decidido ya abrir una pieza secreta sobre este asunto y el tam-tam madrileño anuncia la presentación de no pocas querellas en los próximos días. No cabe prescripción. Es el momento, una vez más, de exigir una regeneración radical de nuestras instituciones. De salir a la calle para reclamar esa auténtica revolución liberal capaz de poner a cada uno en su sitio. En el sitio de la libertad y de la más rabiosa competencia.
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