El Órgano de Control, Ética y Disciplina de la UEFA ha sancionado a los jugadores de la selección española Rodrigo Hernández y Álvaro Morata por cantar “¡Gibraltar español!”. Alega la “muy neutral” UEFA que han violado, al entonar ese cántico, “normas básicas de conducta decente, por utilizar acontecimientos deportivos para manifestaciones de carácter no deportivo y por desprestigiar el deporte y del fútbol, y en particular de la UEFA”. Por supuesto la “muy neutral” UEFA no abrió ningún expediente disciplinario a Mbappé cuando, tras un acontecimiento deportivo, cuestionó los resultados de las elecciones francesas, y valiéndose de su prestigio deportivo se atrevió a orientar el voto. Nada extraño para quienes estamos acostumbrados a sufrir la insondable “doble vara” de medir.
En este caso, la UEFA ha sucumbido a la presión de los tabloides británicos, que se abrieron las carnes por semejante afrenta, y del Gobierno del Peñón que llegó a calificar esos cánticos de “comentarios rancios [como si no fuera lo rancio mantener una colonia estas alturas] sobre Gibraltar (…) una mezcla de un éxito deportivo con declaraciones políticas discriminatorias [¿respecto a quiénes?, ¿tal vez los habitantes de las Islas Malvinas?] (…) la idea de usurpar el territorio de Gibraltar es contrario al principio de que el deporte no debe utilizarse para promover ninguna ideología políticamente controvertida”. ¿Qué es lo controvertido aquí? ¿Que el Reino Unido lleva incumpliendo con nocturnidad y alevosía las distintas Resoluciones de la ONU que consideran a Gibraltar como un territorio no autónomo pendiente de descolonizar? Claro que el derecho internacional no se aplicar por igual a todos pues, mientras España ha cumplido todas las resoluciones que le afectan, otros mantienen colonias cambiándolas el nombre por “territorios de ultramar” aunque estén a miles de kilómetros de distancia, especialmente si juegan el papel de paraísos fiscales (especialmente en este caso), sin que nadie al parecer se lo cuestione ni se organicen grandes manifestaciones por ello.
Supongamos además que dicha invasión se hace militarmente sin previa declaración formal de guerra (pues así lo hicieron los ingleses en Gibraltar)
Para analizar la veracidad de una cuestión conviene plantearla en términos opuestos para entendernos. Hagamos pues un ejercicio de psicología inversa y de historia ficción. Pongamos que la “empresa de Inglaterra” de 1588 (mal llamada de “la Armada Invencible”) se hubiera decantado desde el primer momento para España (aunque lo haría posteriormente). Las intenciones de Felipe II no eran invadir Inglaterra sino deponer a Isabel I por su persecución a los católicos y sustituirla por una reina católica. Pero pongamos que antes de marcharse, pacta quedarse con Southampton para controlar el Canal de la Mancha y asegurar así además el cumplimiento de los pactos. Supongamos además que dicha invasión se hace militarmente sin previa declaración formal de guerra (pues así lo hicieron los ingleses en Gibraltar).
Supongamos además que Southampton se convierte en un paraíso fiscal y refugio de narcotraficantes y que España abre una gran base militar en el sur de Inglaterra
Supongamos que, con tal motivo, se firma una carta de “propiedad” temporal de dicha isla (que es lo que significó el Tratado de Utrecht), expulsando a sus habitantes originarios, expropiando sus tierras sin derecho a indemnización alguna y sustituyéndolos por familias españolas impuestas a la fuerza, que es lo que hicieron los británicos con los “llanitos” originales”. Supongamos asimismo que ese Tratado no es pactado ni siquiera con la nueva reina de Inglaterra sino con el Rey de Francia que la representa, tras haber secuestrado a sus embajadores, que es lo que hizo Luis XIV con los embajadores enviados por Felipe V. Supongamos que, con el tiempo, España incumple con total descaro los límites de dicho Tratado extendiendo artificialmente el territorio tanto tierra adentro, para construir un aeropuerto, como mar adentro. Supongamos además que Southampton se convierte en un paraíso fiscal y refugio de narcotraficantes y que España abre una gran base militar en el sur de Inglaterra.
En ese contexto, cabe formular las siguientes preguntas:
- ¿Alguien cree que a estas alturas Southampton seguiría siendo español?
- ¿Mantendrían en tal caso los ingleses la verja generosamente abierta?
- Si no por la fuerza, ¿habría permitido Reino Unido que se incumplieran las resoluciones de las NNUU?
- ¿No habrían denunciado el tratado, como carta de propiedad, ante el Tribunal Internacional de Justicia?
- De mantenerse milagrosamente ese “statu quo”, ¿sería el Reino Unido socio entusiasta nuestro en alguna organización de corte internacional?
Pero sobre todo, ¿qué cantarían los jugadores de la selección inglesa tras ganar a la española en una final de la Eurocopa? Y en ese caso, ¿se habría atrevido la UEFA a sancionarles por cantar “¡Southampton inglés!”?
Supongamos además que Southampton se convierte en un paraíso fiscal y refugio de narcotraficantes y que España abre una gran base militar en el sur de Inglaterra
Claro que si Gibraltar sigue siendo inglés a estas alturas es en gran parte culpa nuestra, de nuestros intelectuales y gobernantes a lo largo de estos tres siglos, unos por incompetentes, otros por cobardía, otros por ingenuidad y otros finalmente por estar a sueldo de nuestros contrincantes. Pero no solo de ellos, sino también de muchos españoles e hispanos que sorprendentemente se muestran a estas alturas fervientes anglófilos. ¿Cómo se puede ser hispanista (o simple español) y defender al mismo tiempo a los gobiernos anglos (del resto “nothing personal, just business”) teniendo ahí a Gibraltar, Malvinas, Esequibo, Guantánamo, Puerto Rico, Belice…? Es no entender cómo funciona el mundo. Si tan solo Southampton fuera todavía hoy español, ¿alguien se cree que habría un solo anglobobo que fuera hispanófilo? ¡Ni pagando! Pero aquí al parecer los hispanobobos son legión, y la UEFA se aprovecha del estado de vasallaje cognitivo en el que, al parecer, nos gusta vivir.
El rival más débil
Decía Lord Palmerston (1784-1865) que Inglaterra no tiene amigos ni enemigos permanentes, pero que sí tiene intereses permanentes, que cabe afirmar se centran fundamentalmente en prevalecer en todo tiempo y lugar. Los españoles nos morimos por caer simpáticos, mientras nos roban la cartera porque no sabemos ni quiénes son nuestros verdaderos amigos ni cuáles nuestros intereses geoestratégicos por encima de los de tinte partidista. Que dos jugadores de fútbol tengan que asumir el papel que correspondería ejercer a otros debería llenarnos a todos de una mezcla de orgullo, por ellos, y vergüenza por todos los que callan. Si sancionan a Rodri y Morata y no hacemos nada, tendremos lo que meremos como sociedad y como país.
En una mesa de póker (y eso es el tablero geostratégico internacional) si no sabes quién es el tonto de la mesa, el tonto de la mesa eres tú. La UEFA ejerce en este caso de crupier y ha visto quién es el rival más débil y con quién conviene llevarse bien. ¿Despertaremos algún día? ¿Nos atreveremos a cambiar ingenuidad por dignidad? ¿O dejaremos, complacientes, tirados y abandonados una vez más a nuestros héroes llenos de nuestros habituales complejos? Otros esperan ansiosos nuestra respuesta para alzarse rápidos sobre nuestra ya inclinada chepa.
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