No avanzamos, aunque pedaleemos como galeotes esforzados. No estamos cómodos, porque no tenemos sillín donde apoyarnos. Y nos exponemos a un percance en caso de no aguantar más y buscar acomodo en la barra metálica. Así están las cosas. Aunque arrojemos el bofe, hay que seguir pedaleando, hay que continuar moviéndose sin movernos, sin descanso, sin reposo. El sistema está organizado así y no nos deja otra alternativa. Es la abismal diferencia que existe entre las vidas de los que sufrimos en nuestras propias carnes ésta loca carrera hacia la nada y las de quienes se deslizan cómodamente por las autopistas de la abundancia en automóvil de lujo con chófer incluido.
España está arruinada, sin dinero para pagar siquiera las pensiones y con una deuda que ni nuestros bisnietos habrán podido pagar. Europa ya piensa como deshacerse de nosotros y los cacareados fondos de ayuda están bloqueados por Hungría y Polonia, que hace tiempo que maduran la creación de “otra” UE con los países de su entorno, pasando de nosotros totalmente. La economía se ha desplomado, el empleo está por los suelos, las colas del hambre son kilométricas y hay gente que empieza a sacar discretamente lo poco que le queda en su cuenta corriente por temor a lo que pueda hacer el Gobierno. Las pateras llegan y llegan y llegan, Canarias está prácticamente siendo invadida por miles de personas que ni se sabe de dónde vienen ni se sabe a qué han venido. Pero como nadie tiene el coraje de decir la verdad, se les consiente todo, porque lo contrario sería fascista, xenófobo y de mala persona. Igual pasa con las redes criminales organizadas por maras sudamericanas, los menas que acaban derivando en radicales yihadistas o las organizaciones de países del este de Europa. Silencio. El violador eres tú y no se hable más.
Nos mienten a diario con el virus, no paran de excusarse para ocultar su negligencia criminal, solo han sabido subirse los sueldos y contratar a una legión de amiguetes
Nos mienten a diario con el virus, no paran de excusarse para ocultar su negligencia criminal, solo han sabido subirse los sueldos y contratar a una legión de amiguetes. Tenemos un presidente narcisista que carece de escrúpulos y un vicepresidente que quiere acabar con la democracia parlamentaria y meternos a todos los que opinamos desde la libertad en la cárcel. De ahí el ministerio de la verdad y sus continuas advertencias acerca de que no le gusta que le llamen vice chepas o el del moño. Recuerdo lo que tuvo que soportar el ministro socialista Morán en su época de exteriores o Ana Botella cuando era alcaldesa de Madrid y me entran ganas de llorar.
Las autonomías se han revelado como lo que son, auténticos reinos de taifas que, además de carísimas, no sirven para nada más que para colocar a los seguidores e ir tejiendo redes clientelares para el partido gobernante en las mismas. En casos como Cataluña o las Vascongadas es peor: sirven para destrozar la igualdad entre españoles buscando privilegios por haber nacido aquí o allá. Los bilduetarras dicen que han venido a destrozar al sistema por dentro, la CUP retira de su rueda prensa en el congreso la enseña nacional y Rufián no aprueba que se destinen partidas al Ejército. Y en los telediarios nos lo venden como el país de las maravillas.
Uno se pregunta cómo será este invierno. La perspectiva no es nada halagüeña. Pasada la Navidad, que aportan la pérdida de conciencia económica, la realidad se impondrá. Porque es tozuda y nuestros bolsillos no son ilimitados. Pronto podremos darles la vuelta sin que caiga más que pelusilla. ¿Qué hará entonces el pueblo español el día que no tenga un plato encima de la mesa y, en cambio, vea una papeleta de embargo o un certificado de paro de todos los integrantes de la familia? ¿Seguirá consumiendo televisión? ¿Continuará apasionado por si tal o cual equipo mete una pelota en una portería? ¿Será permanente el opio que le suministran desde el poder? ¿O estallará su indignación democrática?
Nada de eso. Seguiremos todos pedaleando como si no existiese un mañana. Incluso muchos osarán sentarse en la barra metálica porque, al fin y al cabo, hay que descansar y a todo se acostumbra uno
Nada de eso. Seguiremos todos pedaleando como si no existiese un mañana. Incluso muchos osarán sentarse en la barra metálica porque, al fin y al cabo, hay que descansar y a todo se acostumbra uno. O una. O une. Y, a poco que nos lo vendan mínimamente, Simón mediante, habrá quien crea que la estática avanza moderadamente y que no se está tan mal sentado con el tubo de marras en salva sea la parte.
Los políticos que gobiernan, y los que no, están lejos de entender lo que pasa en la calle. No comprenden, a estas alturas, que hay mucha, muchísima gente, a la que ir en una bicicleta que no se mueve y sin sillón puede llegar a parecerles razonable. Normal, ellos van en coche y pisan poca calle. Es el drama de España en la hora presente.
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