Habrá quien piense que el título de la columna de hoy es irónico. Algo como Otegi es un hombre de paz o Bildu no tiene nada que ver con ETA. El problema de los títulos irónicos es que ya no se puede saber cuándo son irónicos y cuándo cínicos. Afirmaciones claramente humorísticas como las anteriores aparecen cada cierto tiempo en la prensa en forma de análisis serio o incluso de prescripción política. La semana pasada, en fin, se llegó a anunciar en la portada de El País que la izquierda abertzale había pedido perdón a las víctimas de ETA "sin ambigüedades ni circunloquios", aunque "sin usar esa palabra expresamente".
Así que no, el título no es irónico. El título se limita a recordar que Bildu es mucho más que Otegi, y que el principal problema para la convivencia en el País Vasco no es Otegi, el hombre, sino las prácticas políticas de la izquierda abertzale. Y creo que es necesario recordarlo porque el ansia por normalizar a la izquierda abertzale nos está dejando dos ideas falsas y peligrosas.
La primera de esas ideas es que Otegi, el hombre de paz, es también el único obstáculo para la paz y la convivencia. Quienes defienden esta idea lo suelen hacer en intervalos de tres días, y siempre en función de la demanda. El lunes en Aiete, Otegi era no sólo un líder valiente, sino el representante de la izquierda patriótica. Sus palabras no iban a misa, porque la izquierda es más de construir de abajo hacia arriba, pero sí se podía decir que venían de la parroquia. El miércoles, en cambio, el líder de Bildu era un bocazas al que convenía apartar cuanto antes. Ya no era el representante de la izquierda abertzale, sino el usurpador de una voluntad mayoritaria que apuesta claramente por la convivencia.
La alegría en casa del ingeniero de puentes dura muy poco, y la decepción tras el amasijo retórico del lunes convirtió la fiesta en resaca. Como esos amigos que entre el sexto y el séptimo cubata dicen que van bien, que lo importante es no mezclar, y al día siguiente no pueden levantarse de la cama; así los celebrantes de las liturgias abertzales, repitiendo una y otra vez que lo importante es no mezclar al líder de la izquierda vasca con la voluntad real de la izquierda vasca.
No es ignorancia, sino ansia -psicológica o política- por estrechar la mano de los que se guardan la otra en el bolsillo, junto a la piedra
Puede que en el fondo de esta racionalización constante haya algo de esa ingenuidad que funciona como mecanismo de defensa cuando nos situamos ante el horror. La que nos hace considerar monstruos, inhumanos, demoníacos a nuestros semejantes más racionalmente despiadados, más humanamente crueles, para poder convertirlos en la excepción que confirmaría la regla de la bondad general y natural. Pero no es ni siquiera eso. No es ignorancia, sino ansia -psicológica o política- por estrechar la mano de los que se guardan la otra en el bolsillo, junto a la piedra. Y para que pueda producirse la consumación construyen un nuevo Otegi: el hombre que hablaba demasiado. Sin él, insinúan, todo iría mejor, habría paz, tendríamos convivencia sana.
Las brigadas de la convivencia
Lo que ocurre es que sin Otegi aún estarían Mertxe Aizpurua en el Congreso, Pernando Barrena en Europa y Bea Ilardia en las Juntas Generales (busquen, busquen). Tendríamos en Sortu a Arkaitz Rodríguez, que también estuvo el lunes pasado en Aiete, y Bildu seguiría siendo Sortu con envasado bio, para los consumidores más exigentes. Tendríamos a los chavales con demasiada pasión por lo suyo en sus juventudes, Ernai. Sin Otegi aún existirían, en fin, las brigadas por la convivencia a través de la desinfección con lejía. Los ingenieros de puentes y de caminos, los relatores de la convivencia Potemkin, son conscientes de todo lo que hace y defiende la izquierda abertzale. Son conscientes de que lo que molesta de Otegi no es lo que piensa ni lo que defiende, sino que lo haga en público. Precisamente por eso centran tanto sus alabanzas como sus críticas en la figura de Otegi, por si cuela; y, no nos engañemos: cuela.
La segunda idea no viene del deseo de hermanamiento con Caín, sino de su contrario, de la denuncia de ese hermanamiento. Se trata del automatismo de situar la línea roja ante Bildu en la ausencia de condena del terrorismo. Es una idea doblemente perniciosa, porque insiste en dirigirse a ellos como si fueran interlocutores éticos válidos y porque un día de estos, probablemente no muy lejano, deslizarán la condena en alguno de sus discursos, aunque sea sin usar expresamente la palabra, aunque sea con ambigüedad y circunloquios. ¿Y entonces, qué? Entonces habrá puentes y abrazos y champán, habrá desaparecido la última barrera.
Escribía hace unos días sobre la posibilidad de que Otegi se convierta en lehendakari dentro de no mucho tiempo. Es sin duda una escena terrible, pero hay otras escenas aún más terribles que se comentan menos, tal vez porque se imaginan menos. Por ejemplo: Jon Bienzobas, concejal de cultura en el Ayuntamiento de Galdácano. Es posible imaginar decenas de escenas como ésta, aunque no es recomendable si se quiere terminar bien la semana. Así que cerremos mejor no con un vistazo al futuro posible, sino al presente: La democracia consiste en respetar lo que decide la gente. Después vienen las leyes. Ésta era la coda con la que Arnaldo Otegi remataba la entrevista que le hicieron en TV3, allá por 2017.
El título, decía al comienzo, no es irónico. Bildu es, desgraciadamente, mucho más que Otegi; las ideas de Bildu, de sus líderes y de sus votantes van mucho más allá del nacionalismo; y esas ideas son compartidas en España por muchísimos más partidos que Bildu.
Pero en fin, aún estamos a lunes, así que lo dejamos aquí.
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