Entre el ruido del menudeo político, cuando por fin los partidos se han puesto de acuerdo en sacar algo adelante sin ningún voto en contra, esta semana en Pamplona se ha producido una de las imágenes más absurdas e incoherentes que cualquier persona decente se pueda echar a la cara. Los concejales de EH Bildu de la capital navarra protestaron contra el crimen racista de George Floyd de rodillas. No se puede ser más hipócrita y mezquino. Ni hacer un favor más flaco a la reivindicación de los derechos humanos.
Alguno de los partidos que componen esa coalición, en especial Sortu, deberían recordar que de rodillas es como intentaron poner a la sociedad. Que de rodillas es como mataron a decenas de personas, entre ellas a Miguel Ángel Blanco. Y que, de lecciones antirracistas, Sortu no tiene nada que decir como heredero del brazo político de un grupo de asesinos que basaba sus acciones en la diferencia entre los buenos vascos nacionalistas, los vascos malos y los no vascos. En general, los nacionalismos no pueden aportar nada a la lucha contra el racismo. Aún retumba aquella frase de Xabier Arzalluz en la que afirmó: “Prefiero a un negro, negro, que hable euskera que a un blanco que lo ignore”. Toda una declaración política que dejaba claro lo que pensaba de los negros, seres inferiores que podrían ascender socialmente aprendiendo un idioma, y de los no vascoparlantes, todavía peores.
?‼️? @ehbilduirunea|ko zinegotziak belauniko, George Floyden alde, baita arrazakeriaren kontra ere
?‼️?Los y las concejales de @ehbilduirunea, rodilla en tierra, en la concentración de George Floyd y contra el racismo pic.twitter.com/Z66Nkmsqtp
— EHBildu Iruñea (@ehbilduirunea) June 9, 2020
Pero esta semana ahí estaban, tan campantes, unos cuantos concejales de la izquierda nacionalista vasca. Hablando de racismo. Con la rodilla en el suelo. Criticando la violencia. Subiéndose a una foto de la que deberían estar excluidos ya no por su pasado, que es más que suficiente para que no abran la boca hasta que reconozcan el daño y pidan perdón sin ambages ni subterfugios, sino por su presente de cobardía.
Son los mismos que no condenan los insultos a las fuerzas democráticas, que juegan con las palabras (“no nos gustan los ataques a las sedes”) pero siempre acaban justificando a sus chulitos de barrio
Esta izquierda abertzale, palabra que significa ‘patriótica’, es la que no ha condenado los actos vandálicos que durante las últimas semanas han ejecutado sus cachorros descarriados y han llenado de pintura las sedes de los partidos y el portal de Idoia Mendia, candidata socialista a la Lehendakaritza en las cercanas elecciones vascas. Para esta protesta no había foto buena ni rodilla al suelo. Esta izquierda abertzale es la que ha dicho que esa pintura amenazadora no es para tanto, como si en Euskadi y en el resto de España hubiese de repente una amnesia colectiva y nadie recordase lo que significa esa violencia de persecución que ellos, justamente ellos, pusieron en marcha y ahora parece que no saben controlar. Son los mismos que no condenan los insultos a las fuerzas democráticas, que juegan con las palabras (“no nos gustan los ataques a las sedes”), pero que siempre acaban justificando a sus chulitos de barrio. El secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, ha manifestado tranquilamente que, sin querer ofender, la pintura “se quita con acetona”. Para no querer molestar, ha estado bastante lejos de lo que se espera o debería esperar de alguien que repudia los ataques.
Un mes de pintadas
La cosa no queda ahí. Para Sortu, los culpables son casualmente quienes amanecen con sus portales llenos de pintura. La frase de Rodríguez para ‘explicar’ lo que sucede y abrirnos los ojos no tiene desperdicio: "Observamos una gran irresponsabilidad por parte del resto de responsables políticos y medios de comunicación. Unos y otros intentan debilitar, generar contradicciones y desgastar la izquierda abertzale. Nos preocupa porque la perjudicada no es la izquierda abertzale, sino el país por el riesgo de retrotraernos a tiempos que esta sociedad ha dejado atrás".
Para los herederos de Batasuna, el problema no es que se coarte la libertad amenazando a los partidos. Ni que se llene de pintura o carteles el domicilio particular de una representante política. Para ellos, en su nube patriótica, lo más denunciable de atacar las sedes de los partidos no es el hecho en sí sino hablar de ello. Afirman, sin mostrar la más mínima muestra de enrojecimiento, que se lleva un mes hablando de pintadas, "como si fuera el mayor problema de este país" y que eso es una "irresponsabilidad que alimenta a esos sectores". Y como corolario, resume que "los que dicen no querer que haya más pintadas hacen lo contrario que deberían hacer para que no se den". Desde luego, estas palabras del secretario de Sortu no tienen precio como explicación a lo que sucede. Como amenaza, todavía menos.
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