Opinión

Blancanieves y los diecisiete enanitos

En mi cuento, Blancanieves es soberana del Reino de Espanya y vive en compañía de diecisiete enanos caníbales

La vida humana es una especie de cuento infantil. Un cuento con frecuencia macabro y censurado, como los de Grimm, Perrault, o más recientemente, Ronald Dahl. Contra la opinión general, los cuentos infantiles son crueles. Téngase en cuenta que a Caperucita no la rescatan de la barriga del lobo. El famoso cazador o leñador, que abre la barriga de la fiera y rescata a la infeliz niña y a su dulce abuelita, nunca aparece.

Me gusta el truculento cuento infantil cuyo protagonista es nuestra especie, y me gustan los cuentos infantiles, tanto, que he escrito varios. Estando todavía en la isla pavorosa, de infausta memoria, escribí cuentos infantiles. Y hace algunos años, ya libre y en España, publiqué una versión de Caperucita Roja mucho más cruenta que la de Perrault, que era ya la adaptación de una versión muy siniestra, trasmitida oralmente. Recordemos que en ella, el Príncipe no se limitaba a besar a Blancanieves para liberarla del hechizo, también la violaba. No quedaba claro si lo hacía porque el beso no era suficiente para despertar a Blancanieves. O por razones menos principescas.

Cosas de la llamada cultura popular, todo lo popular o que se deja en manos de lo popular, es grotesco, estúpido, o truculento. O eminentemente tribal y rumiante. Pero. Toda esta cháchara es para decirles que he comenzado a escribir una nueva versión de Blancanieves. Una versión posmoderna, que dirían los literatos con el cerebro machacado por el nosferatus Foucault y su nefanda tropa.     

Linajes inventados, no hay que decirlo, pero linajes intocables a todos los efectos prácticos, y fundamentalmente, a efectos del roer y devorar financiado por el devorado

En mi cuento, Blancanieves es soberana del Reino de Espanya y vive en compañía de diecisiete enanos caníbales, que se dedican a roerla entre quejas y lloriqueos perpetuos. No de Blancanieves, que nunca se lamenta, por el contrario, facilita el roer e incluso financia a los enanos que la devoran. Los que protestan, gimen y lloriquean ¡son los enanos! (sobre todo los dos más opulentos y culogordos). Según ellos, la soberana de Espanya  les inflige un atroz maltrato. Por eso, dicen, no dejan un momento de rezongar y exigir en nombre de las particularidades, jergas propias y derechos “históricos” de sus respectivas enaneces. Todos son enanos, cosa evidente, pero, ojo, enanos diferentes e hijos de ilustres pero muy distintos y exclusivos linajes. Linajes milenariamente esquilmados y agraviados. Linajes hijos de un ultraje perpetuo. Linajes con pujos de superioridad, como es propio de todo linaje. Linajes inventados, no hay que decirlo, pero linajes intocables a todos los efectos prácticos, y fundamentalmente, a efectos del roer y devorar financiado por el devorado.

Hay en mi cuento, como he dicho, dos enanos más culogordos que el resto. Dos enanos insaciables, que disfrutan de un nivel de vida superior al de los otros quince. Esta pareja vive en la opulencia, gracias a que se quedan con la mayor parte de lo devorado y roído a Blancanieves. Los otros quince enanos han de conformarse con las sobras que dejan los dos enanos culogordos, una vez se hartan de morder y roer el cuerpo de la infeliz soberana. Y de nada vale que se quejen los quince enanos, digamos, de segunda, porque la Reina teme, sobre todas las cosas, ofender a los dos ávidos enanos culogordos. ¿Por qué razón? ¿Qué podrían hacer estos dos enanos que apenas pueden moverse, anclados por el peso de sus monumentales culos, si se viesen enfrentados a la Reina y sus tropas? Nada. Serían derrotados en cinco minutos. Si es que los dos enanos en cuestión llegaran a presentar batalla, cosa que se antoja difícil a causa de sus  elefantiásicos traseros.

Tienen la habilidad de convencer a la Reina de que,  con cada bocado que se deja arrancar, se halla más cerca de la PAZ con los dos enanos y sus súbditos ¡sí, los diecisiete enanos tienen súbditos!

Pero. Ah. Este enigma tiene explicación. Hela aquí. Para algo ha de servir la literatura. Los dos traidores enanos son malvados hechiceros, e inoculan a la Reina con cada mordisco un veneno alucinógeno que hace ver a estos dos enanos como si fueran gigantes ferocísimos, invencibles. Por otro lado, los dos marrulleros y traidores enanos tienen la habilidad de convencer a la Reina de que,  con cada bocado que se deja arrancar, se halla más cerca de la PAZ con los dos enanos y sus súbditos ¡sí, los diecisiete enanos tienen súbditos! La única que no tiene súbditos es la Reina Blancanieves. Hace mucho que desaparecieron, engullidos por los diecisiete enanos.  

Así vive Blancanieves en el momento en que comienza mi historia (de la que ofrezco hoy aquí exclusiva primicia), sumida en un encantamiento engañoso y paralizante, al tiempo que es devorada inexorablemente. Pobrecilla, dirán ustedes. Pobrecilla, digo yo. Qué mísero destino. Ah. Y. Por cierto. Del príncipe apuesto y valiente que podría romper el hechizo y liberarla de los diecisiete enanos caníbales, ni rastro.

Y mientras escribo mi singular versión del clásico infantil y en el exterior gris parece estar a punto de nevar, pienso que, si un partido político español no lleva en su plataforma de campaña podar hasta el hueso las competencias cedidas a las diecisiete autonomías, o aún mejor, eliminarlas completamente, no merece ser votado.

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