Pasado el trámite, donde el sumo interés de bancos y fondos para conocer las tripas de BMN se ha transformado en nulo interés para hacer una oferta, la operación de integración con Bankia ya no tiene semáforos en rojo. Era una fusión querida por todos los que se mueven, de momento, en la cosa pública. La quiere Luis de Guindos, porque considera que la suma de las dos entidades nacionalizadas tendrá más valor en ese intento heroico de recuperar los más de 23.000 millones inyectados a Bankia. La quiere el FROB, consciente de la complicada misión de recuperar los 1.646 millones de dinero público en una subasta. Y, por supuesto, la quiere Bankia. La fase de la dieta europea está a punto de terminarse. En pocos meses ya no habrá limitaciones a la expansión territorial, la financiación de sectores todavía prohibidos y resto de prohibiciones impuestas a cambio del millonario rescate público. “BMN es el punto de partida del crecimiento que tiene Goirigolzarri en la cabeza”, señalaba estos días un alto ejecutivo del sector.
El entorno es favorable para que se cumpla el pronóstico. Bankia quiere crecer. Su exceso de capitalización permite plantearse diferentes operaciones corporativas sin demanda alguna al mercado. No sólo quiere crecer, también lo necesita. Su red es en estos momentos raquítica para seguir arañando décimas de rentabilidad en un negocio que presiona al extremo el coste de capital. La economía de escala es más que nunca una necesidad. “Con BMN, empieza la reconquista de Goiri”, sostiene otro banquero delante de un café. Una operación neutral en términos de fondos propios. La situación de la entidad presidida por Carlos Egea permitirá a Bankia mantener un exceso de capital en el entorno de los 2.000 millones.
Bankia quiere crecer. Su exceso de capitalización permite plantearse diferentes operaciones corporativas sin demanda alguna al mercado. No sólo quiere crecer, también lo necesita.
Ese músculo de solvencia permite múltiples bocetos de expansión. Su cúpula, como medio sector, suspira por el Popular y su negocio de empresas. Uno de los flancos débiles del banco nacionalizado y donde el margen tiene más recorrido al alza. Bankia podrá llegar por tiempos a una hipotética subasta de la entidad presidida por Emilio Saracho. El verano marca el fin de la prohibición impuesta por Bruselas para la compra de entidades a cambio de ayudas públicas. El mayor problema para el equipo de Goirigolzarri estriba en si finalmente fuera necesario implementar algún tipo de ayuda pública en la venta del Popular. Una de las opciones que se están manejando por parte de las autoridades. En ese hipotético caso, la solución tendría que implementarse desde Banco Financiero y de Ahorros (BFA), la matriz de Bankia, según explican fuentes conocedoras del proceso. De esta manera, el Popular no estaría, en una primera fase, dentro de Bankia sino de su matriz lo que restaría sinergias al banco cotizado que ya no puede recibir otra tanda de ayudas públicas.
En esta pelea, Goirigolzarri tendrá que lidiar con el interés de Santander y BBVA. El primero es el que gana en todas las quinielas, porque su mayor capitalización y volumen le permitiría comprar Popular con menor impacto en beneficio y capital. Pero es BBVA el que más interés ha mostrado, acercándose, durante el pasado, en varias ocasiones a Ángel Ron para estudiar la operación. Aun así, el mercado ve complicaciones como el coste que implicaría y las bajas sinergias que aportaría al comprador. JPMorgan cifra en 7.400 millones el coste que tendría comprar Popular para Santander, BBVA y CaixaBank: 2.300 millones por provisiones que tendrían que hacer para cubrir el ladrillo; 1.800 millones para capitalizar Popular; y 3.700 millones de valor de compra, para apenas 400 millones en sinergias.
No sólo Popular orbita en los esquemas de Goirigolzarri. También está en sus dibujos de crecimiento la incorporación de otros bancos de antiguas cajas que tienen un complicado futuro en esa mezcla entre falta de negocio y la estructural presión regulatoria impuesta por el Banco Central Europeo (BCE) y el Mecanismo de Supervisión Única. Muchas son las aristas en el tratamiento de los fondos propios a las que se enfrentan las entidades, que tienen que afrontar hasta cuatro capas distintas y acumulables de exigencias de capital: requerimientos de Basilea, Pilar 2, riesgo sistémico y resolución.
También está en sus dibujos de crecimiento la incorporación de otros bancos de antiguas cajas que tienen un complicado futuro en esa mezcla entre falta de negocio y la estructural presión regulatoria impuesta por el Banco Central Europeo y el Mecanismo de Supervisión Única
El objetivo de este último clavo en el cajón de las exigencias de capital es que sirvan de colchón para absorber potenciales pérdidas y permitan mantener las funciones críticas de una entidad no viable sin que haya necesidad de recurrir a fondos públicos. Las exigencias que hay sobre la mesa son dos: el Requerimiento Mínimo de Fondos Propios y Pasivos Elegibles (MREL, por sus siglas en inglés) y la Capacidad Total para la Absorción de Pérdidas (TLAC, por sus siglas en inglés). Ambos colchones (de capital y de pasivos susceptibles de convertirse en capital) son parecidos, pero su perímetro de aplicación es diferente. El MREL es un requerimiento establecido por la Directiva europea de Recuperación y Resolución Bancaria, y su ámbito se circunscribe por tanto a las entidades europeas. El TLAC, en cambio, es una iniciativa del Consejo de Estabilidad Financiera (FSB, por sus siglas en inglés) dirigida a los 30 bancos considerados de importancia sistémica global.
El MREL se exige banco a banco en función de su plan de resolución. Pese a que la cuantía de estos requerimientos está todavía en fase de discusión, se parte de una exigencia del 27% del capital total de la entidad, toda vez que ha de garantizar no solo que se compensan las pérdidas sino que se genere capital nuevo en un volumen suficiente para que el banco pueda seguir operando y mantenerse en el mercado. En esa ratio no se computa solo el capital básico de mayor calidad sino otros tipos de instrumentos, como la deuda senior o la subordinada, que tienen un coste mayor y por tanto perjudican sus márgenes.
Estas necesidades adicionales de recursos propios para los bancos, junto al continuo golpe de las decisiones judiciales sobre la banca, serán uno de los grandes motores en el corto plazo de operaciones corporativas y reduce las posibilidades de fusiones entre los pequeños (bancos de las antiguas cajas) del sector financiero español. Más si cabe cuando algunos de ellos como Unicaja e Ibercaja, en el medio plazo, deben salir a Bolsa, lo que genera una presión extra. La entidad malagueña, la favorita de Goirigolzarri entre las antiguas cajas, generaría una excelente complementariedad en Andalucía a la red que aporta BMN en Granada y Almería, además de reforzar su cuota de mercado en Castilla y León a través de CEISS.
“BMN no será la única caja que acabe comprando Bankia”, sostienen diferentes banqueros. Algunos de ellos incluso sostienen que Goirigolzarri creará una gran banca alrededor de los bancos de las antiguas cajas. La diferencia con el engendro financiero que generó Rodrigo Rato alrededor de Caja Madrid y Bancaja es notable. La Bankia actual es un ente financiero sano y las cajas que han sobrevivido al tsunami financiero, pese a las dificultades del negocio actual, no son aquellos agujeros negros de la CAM, CCM, Novagalicia o Catalunya Caixa.
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