El 14 de diciembre de 2003 los socialistas de Cataluña más la Esquerra Republicana que entonces dirigía el inefable Carod-Rovira, junto al resto de excrementos de izquierda que siguen contaminando aquella tierra, firmaron el Pacto del Tinell, que catapultó a Pasqual Maragall hasta la presidencia de la Generalitat con el objetivo, entre otros, de impulsar un nuevo Estatut que, como era claramente inconstitucional, fue recortado en el Congreso de los Diputados y luego demediado por los tribunales correspondientes para deshonra del títere de dictadores José Luis Rodríguez Zapatero, el que en su momento dijo a Maragall que “os aprobaremos lo que traigáis”.
Pero lo peor de aquel pacto, causa de gran parte de los males que aquejan a la nación, es que en su punto uno se establecía el compromiso de todos los firmantes para no llegar jamás a acuerdo de ninguna clase con el Partido Popular que entonces dirigía José María Aznar, a la sazón presidente del Gobierno. Esa fue la primera vez durante la transición democrática que las izquierdas mostraron sin complejos su vis totalitaria genética, excluyendo a la derecha de cualquier negociación posible, e instalando en el imaginario público el llamado ‘cordón sanitario’ hacia, más que el adversario, el declarado enemigo.
Este es el antecedente indeleble por el que no logro entender cómo el Partido Popular, que lleva padeciendo intermitentemente aquel hecho ignominioso, haya permitido establecer un cordón sanitario similar sobre Vox, que es una formación claramente afín, que ha nacido y prosperado por mor de sus múltiples errores, y que se haya confabulado con el resto de los grupos políticos para impedir que la marca de Santiago Abascal tenga las presidencias, secretarías y puestos en las numerosas comisiones del Congreso de los Diputados que le corresponden según los votos obtenidos y la representación política equivalente. Las comisiones son muy importantes porque ordenan el trabajo parlamentario y son cruciales de cara al protagonismo público. Por eso este es un hecho moralmente indigno que no tiene un pase, y que desgraciadamente da que pensar sobre los complejos de identidad que siguen asolando a la derecha española por mucho que Pablo Casado haya decidido hacerles frente.
Cambio de régimen
Esto que ha sucedido revela que al PP le queda mucho por hacer para fulminar a los ‘blandos farnientes’ que todavía pueblan el partido y cuya única vocación es la de conspirar y la de entorpecer la labor de quien ganó las primarias limpiamente, claramente y a pecho descubierto. Ya he escrito muchas veces que Casado no debe caer en la trampa que le tiende la izquierda, ni honrar los consejos venenosos con los que le obsequia un día tras otro el diario El País, el periódico gubernamental, que sólo aspira a ver una derecha hundida y genuflexa, dispuesta a facilitar la labor de un Ejecutivo infame, poblado de gente de la peor especie, determinada, con la complacencia de Pedro Sánchez, no sólo a impulsar el eventual cambio de régimen sino a crear una nación nueva, la más progresista del mundo, aunque el objetivo exija reproducir los vientos de discordia civil y de enfrentamiento social que ya generó Zapatero durante su paso por La Moncloa.
Mañana será la ley de la eutanasia -que no forma parte de la agenda de la ciudadanía corriente-, después vendrán las normas que prevé dictar la esposa del vicepresidente Pablo Iglesias, el más fatuo y ridículo de un Gabinete que supera con creces a los inquilinos del camarote de los hermanos Marx, sobre la libertad sexual, y con posterioridad todas las ocurrencias del resto de los ministros manicomiales de este político sin principios que es el presidente Sánchez. El señor Iglesias, el esposo del primer matrimonio que en toda la historia española forma parte del Consejo de Ministros, ya nos ha anunciado que prepara una ley para la protección de la infancia y de la adolescencia, es decir, para inocular entre nuestros vástagos la semilla del totalitarismo, o sea que la gente de bien tiene que estar muy alerta y atarse los machos.
Casado no tiene nada que pactar con Sánchez, un mentiroso compulsivo que gobierna con el que dijo que le quitaba el sueño y que se acaba de reunir con Torra, del que no hace poco echaba pestes
Casado no tiene nada que pactar con Sánchez, un mentiroso compulsivo que gobierna con el que dijo que le quitaba el sueño y que se acaba de reunir con Torra, del que no hace poco echaba pestes. No hay nada que transaccionar con este Gobierno vil que se propone instalar un modelo social sectario, despreciando a más de la mitad de la población. Contra lo que le aconsejan los aviesos soldados del diario El País, en contra de lo que postulan los miembros lanares y acomodaticios del PP, debe hacer la mayor crítica hiperbólica posible en cuestiones tan notables como Cataluña, el modelo territorial, el presupuesto público, el mercado laboral y la sana convivencia ciudadana. Debe ser rotundamente hostil al paisaje apocalíptico al que quieren conducirnos los señores y señoras que ya nos gobiernan sin escrúpulos. Y también el PP debería abjurar de los cantos de sirena que le lanzan sobre los peligros de acercarse a la mal llamada extrema derecha, con la que está obligado a aliarse por el bien del país.
Vox no es un partido ultra. Es una formación desprejuiciada. Ha nacido para combatir la dictadura de lo políticamente correcto y disputar la hegemonía cultural de la izquierda; en las calles, en los medios y en las instituciones, allí donde tenga la mínima posibilidad de dejarse escuchar. Y de momento lo está haciendo bien. Su pelea en el ámbito educativo es oportuna, porque es en la escuela donde se cuece el virus que infecta a toda la sociedad y donde la izquierda conserva un monopolio nauseabundo desde la época de Franco. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso, dice que no hay quejas de adoctrinamiento por parte de los padres, pero esto no quiere decir que no haya adoctrinamiento, que lo hay -el colectivo LGTBI debería ser desalojado de cualquier escuela o instituto-, sino que los padres, entre los que me encuentro, hemos descuidado tanto el control sobre lo que se enseña a nuestros hijos que el sistema funciona a su albur, sin contraste, vigilancia ni oposición alguna.
En el Consejo de Ministros se sienta por primera un matrimonio de comunistas que refuta la Monarquía parlamentaria, que disiente del actual modelo territorial y que reniega de la economía de mercado
Pero lo peor del sistema educativo no es ya la confusión que los perniciosos colectivos citados puedan infundir en nuestros hijos sino la instrucción básica, que es a lo que principalmente deberían dedicarse los centros de enseñanza, y que actualmente está contaminada por la ideología, produciendo los pésimos resultados que observamos un año tras otro en el informe PISA, en el que nuestros hijos salen siempre malparados en el ejercicio de las matemáticas, en comprensión lectora o en el conocimiento de la historia, dando lugar a unos alumnos deficientemente formados y en muchas ocasiones totalmente desorientados sobre las exigencias y oportunidades del mercado laboral.
Vox es un partido perfectamente constitucional, leal a la Monarquía parlamentaria, que promueve harto de causa la racionalización del modelo autonómico, que quiere frenar con razón la inmigración irregular, que postula la reducción de los impuestos y el recorte del gasto público improductivo y que defiende la unidad de España. ¿Cuál es el problema? También es verdad que está en contra de las leyes aprobadas para combatir la violencia de género -defendiendo otras alternativas que merecería la pena tomar en consideración- y que se opone al feminismo radical dominante. Entretanto, en el Consejo de Ministros se sienta por primera vez en la historia de España un matrimonio de comunistas -pastoreando a gente de igual pelaje- que refuta la Monarquía parlamentaria, que disiente del actual modelo territorial y que reniega de la economía de mercado. ¿Quién es mejor, Vox o Podemos? Si como pienso, la gente con sentido común no tendrá duda alguna a la hora de responder entonces llegaremos todos a la conclusión de que el boicot o el cordón sanitario impuesto en el Congreso a Vox, con la complicidad del Partido Popular, es una maniobra gratuita y totalmente infame.
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