"La belleza de la talla es la única que atañe a los hombres", sentenciaba Marcial. El general Cayo Mario, cinco veces cónsul, no admitía en sus filas a soldados que no alcanzaran los seis pies de altura. Pedro Sánchez, el pívot del narcisismo del progreso, se ha rodeado de semovientes más bien bajitos, de ministros que no dan la talla (también por dentro). En la recepción Real del miércoles, cuando la Fiesta Nacional, resultaba llamativo el menudeo small size de la recua ministril perdida en los salones de la copichuela de Palacio. La grey periodística tenía que afanarse en la búsqueda de algún personajillo con cartera para sonsacarle cualquier pavada. Misión casi imposible dada la enclenque canijez del objetivo.
El Rey se alzaba imperial entre la masa canapera. Un referente colosal pero poco práctico para la misión del reportero. Su Majestad no hace declaraciones ni concede off the record. Destacaba también el magistrado Marchena, un Gary Cooper con puñetas, así un par de mandos militares como recién fichados por la NBA. También llamaba la atención, inevitablemente, una muñequita linda de piernas interminables a lo Thurman, embutida en una fantasía azulona y restallante, que correteaba incansable tras el rastro del monarca, sin conseguirlo.
Para encontrar alguna altura estimable en el seno del Gabinete hay que posarse frente a la titular de Ciencia, Diana Morant, de aspecto y gestión desconocidos
Pero ¿y los ministros? ¿Dónde se han metido los ministros? No se les veía, semienterrados en el hormigueo frenético de un ejército de ilustres desconocidos firmemente aferrados a una cerveza. Había que buscar con un cuentahilos para dar con alguno de ellos. No es que se ocultaran por miedo a las preguntas o que se escondieran por si les caía algún pitido en la oreja. Es que no se les ve. Y no solo a la ministra de Defensa, Margarita Robles, que va de soi. Encuentren ustedes, por ejemplo, en ese arracimado laberinto, al pinturero Albares, el pequeño canciller, o a la vice Calviño, o a Irene de la Igualdad, o a Yo-yo-yolanda Díaz. Todas ellas muy poquita cosa. Por no hablar de Darias la de las tiritas, lo más renacuajo que se expende en el sector sanitario. Y así todos. Iceta, la Cultura menguante, cada día más ancho que largo y Marlaska, un falso alto, muy cortito. La portavoz Rodríguez, juvenil y menuda, casi inaprensible. Hasta Pilar Alegría que parecía esbelta, no lo es. Para encontrar alguna altura estimable en el seno del Gabinete hay que posarse frente a la titular de Ciencia, Diana Morant, de aspecto y gestión desconocidos. "Es la del flequillo", apunta un secretario de Estado, en desesperada persecución de una bandeja con cava. Un flequillo, esa es la gran aportación de la exalcaldesa de Gandía al universo del conocimiento. El más alto de la alineación es también el más ignoto, un Subirats del PSC, tan despistado y perdido en Madrid que anda aún a la búsqueda de la sede de su departamento, Universidades, sito al parecer por la Castellana.
En la jornada de la Hispanidad (ahora cancelada) el ministro más requerido por los detestables informadores (esas terminales del poder, del dinero, de las casullas, como dice el presidente) era Félix Bolaños, el titular de Presidencia y de la Memoria retroactiva. Muy alto no es, aunque insista en un cardado imposible del tupé al objeto de ganar unos centímetros. Como Imanol Arias en aquella nochevieja junto a Anne Igartiburu. Contacto con los medios no pretendía. No era el día para protagonismos, y menos con el jefe a escasos tres metros lanzando espumarajos por las entremuelas del bruxismo. Aún resonaban en sus tímpanos los aullidos que atronaron el domingo el ala Oeste de Monclovia. La dimisión de Lesmes desató la gran tormenta. Se suponía que Bolaños iba a redondear un relevo tranquilo en el CGPJ, luego de arduas negociaciones con el saliente y con González Pons, su interlocutor en el PP. No hubo tal. Un fracaso más en el muy deteriorado expediente del primer fontanero del entramado presidencial. Un patinazo, quizás remediable y en eso están, pero de los que traen consecuencias. Por mucho menos otros han caído.
Permitió que otro liliputiense, Aragonès de la Generalidad, se le subiera a las barbas mediante una ceremonia de humillación sin precedentes
Se le ha puesto a Bolaños cara de Redondo, su predecesor, que también era bajito. El pobre Iván proclamaba que se arrojaría por el barranco con su jefe. Cayó el solito por el sumidero.. El precipicio espera ya a Bolaños. Demasiadas pifias para tan breve envoltorio. Así, el murcianazo que precipitó la apoteosis electoral de Díaz Ayuso, la odiada emperatriz de la Puerta del Sol. El Pegasus que envalentonó a Rabat, cabreó a Argel, nos quedamos sin gas barato y permitió que otro liliputiense, Aragonès de la Generalidad desmadejada, se le subiera a las barbas en una ceremonia de humillación sin precedentes. Ríanse de la argolla de la sumisión que exhibe en su garganta Liz Truss, la premier británica.
Sánchez se vio forzado a abortar la crisis de Gobierno prevista para el pasado septiembre. Adriana Lastra se adelantó en la renuncia y forzó el frenazo. Será después de Navidad cuando se concrete el baile de ministros rumbo a las listas autonómicas del mes de mayo. Entonces se procederá a la salida del fiel Bolaños. Sánchez no perdona. Ya está sentenciado. Buscará a otro correveidile bajito y pusilánime para ordenar carpetas, organizar ficheros y mendigar perdón de rodillas. De lo importante ya se encargan los Migueles.
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