La globalización ha llevado a que las guerras entre grandes potencias tengan aún menos sentido. Antes, pongamos por caso, si China atacara a Estados Unidos, se hundiría su propia economía dados los enormes lazos que hay entre ellos. En los conflictos bélicos siempre late un componente de irracionalidad pero si durante décadas se evitó la guerra nuclear por el miedo a la respuesta del otro bloque que aseguraba la destrucción mutua, tiene sentido pensar que la amenaza de una crisis económica devastadora también funcione. Y en ello parecen confiar todas las naciones que se han unido para frenar la agresión rusa sobre Ucrania. Nadie le ha declarado la guerra a Rusia, no se han movilizado ejércitos, no se espera matar a nadie: sólo se utilizan los instrumentos que la globalización permite utilizar para castigar la economía de otro país, en un movimiento de solidaridad hacia Ucrania, que es el que está poniendo los muertos en este conflicto.
Por supuesto, nadie sabe si esto servirá para algo e implica un riesgo muy grande porque, como ocurre en un mundo en el que todo está conectado, lo que se lanza contra otro, también te daña al otro. Pero era preciso hacer algo y presionar, bien para que los poderes fácticos de Rusia hagan cambiar de opinión a Putin, o incluso hacerle caer, bien para que el presidente ruso se dé cuenta de su gravísimo error de cálculo y se muestre más dispuesto a una salida airosa. Dudo mucho que Putin haya imaginado algo así. Él creía, como muchos de nosotros probablemente, que la UE se limitaría a las sanciones para las que estaban preparados, y que se dieron a conocer desde el primer día de la invasión. Una guerra rápida y luego negociar sobre hechos consumados: Ucrania aplastada y la comunidad internacional, temerosa de enfadar al oso ruso, haría lo poco o nada que hizo cuando se anexionó Crimea en 2014.
Cuando vi a esos hombres que despedían a sus hijos y mujeres y se volvían para pelear por su país contra un enemigo militarmente muy superior, me di cuenta del grave error de Putin
No contaban con la valentía de Zelensky (¿para cuándo un líder así en España?) y del pueblo ucraniano, que han provocado un giro que ha llevado a intentar extremar la presión sobre Rusia. Personalmente, cuando vi en televisión cómo familias ucranianas llegaban a las fronteras y los hombres despedían a sus hijos y mujeres y se volvían para pelear por su país contra un enemigo militarmente muy superior, me di cuenta del grave error de Putin. Y quiero pensar que heroicidades como esa han podido influir en nuestros dirigentes, tan tibios habitualmente para tomar decisiones duras.
Y es que son duras porque, más allá del daño (enorme) que hará a la economía rusa, implica un coste que pagaremos todos también aquí. Hay que ser conscientes de ello. Ojalá que las conversaciones de paz, aunque sean injustas porque Rusia conseguirá ventajas y Ucrania cederá cuando debería ser al revés, lleguen a buen término y este conflicto sea lo más breve posible. Eso haría que las consecuencias fueran más limitadas. Sin embargo, siendo realistas, incluso si la invasión se revierte, la situación geopolítica tardará en volver, si es que vuelve, al punto anterior. Y con desconfianza, incluso si las sanciones se van retirando poco a poco, se van a resentir las relaciones económicas por años.
Ese gran número de multimillonarios con inversiones por todo el mundo también va a sufrir, puesto que de repente va a ver caer el valor de sus activos, incluso hasta cero
Para los rusos, el desplome de su moneda y de su bolsa, las limitaciones de exportaciones e importaciones, el no poder viajar… se viene una crisis económica brutal, con peligros reales de quiebra de bancos y hasta de un posible corralito. Los rusos de a pie ya han recibido una malísima noticia (la subida de los tipos de interés ayer del 9,5% al 20%), y seguro que vienen más. Al contrario de lo que ocurrió con las sanciones a Cuba, que perjudicaron sobre todo a la población más humilde, en una sociedad con una desigualdad económica tan enorme como la de la Rusia de Putin, ese gran número de multimillonarios con inversiones por todo el mundo también va a sufrir, puesto que de repente va a ver caer el valor de sus activos, incluso hasta cero.
Para Occidente, cualquier previsión optimista sobre el precio del crudo y del gas (yo las tenía, pensaba que tras pasar el invierno, se relajarían bastante los costes) debe ser desechada porque incluso si la tendencia se torna bajista, será muy complicado que la media anual de 2022 no sea altísima. Esto por lo que hace al IPC, ya de por sí disparado, que amenaza con ser escandaloso en tasa interanual en marzo y que va a provocar que nuestra pérdida de poder adquisitivo siga aumentando.
Pobres consuelos aparecen ahora el hecho de que ya no se descuente que BCE vaya a subir tipos (y que incluso la Fed los suba menos) y que se haya frenado el rebote del euríbor. También el inversor en acciones ve que la estacionalidad favorable que suele vivirse en estas fechas, peligra. Si el conflicto bélico acaba pronto, es posible que no afecte a las reservas turísticas que iban a llegar a España en Semana Santa y verano, tan necesarias para afianzar la recuperación económica post-covid. Lo único positivo de este conflicto es que, al menos, se la obsesión por la pandemia ha descendido unos cuantos grados en la inquietud de la sociedad. Algo es algo. Aunque no conviene cesar en la prudencia.
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