Va servida de feminismo la vicepresidenta Carmen Calvo. Ríase usted de Campoamor o Pardo Bazán. Para precursora ella, feminista antes que socialista y puede, quién sabe, que mujer antes que ciudadana. Resulta curiosa la manera en la que se reparte el mundo en la cabeza de Carmen Calvo, al menos a juzgar por aquellas declaraciones de hace unos días en las que excluía de la autoría del feminismo a liberales y conservadores.
No bonita, que el feminismo no es de todas, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista, dijo la secretaria de Igualdad del PSOE con un tono a mitad de camino entre la altivez y el macarrismo de gobierno, ese sarampión de la soberbia que contraen los que gobiernan. En su línea de institutriz empoderada, Calvo volvió a hacer lo que más le gusta: sermonear. No sabe quien la escucha, qué es más enciclopédica si su audacia o su arrogancia.
Resulta curiosa la manera en la que se reparte el mundo en la cabeza de de la vicepresidenta: feminista antes que socialista, mujer antes que ciudadana
Para ser progresista, Calvo tiene más de madre superiora que de vicepresidenta de Gobierno, incluso un cierto dogmatismo en principio incompatible con la tolerancia de la que se jacta. Casi como Adriana Lastra, una versión junior del perpetuo cloqueo socialista, Carmen Calvo lleva unos cuantos días patrimonializando en nombre de la izquierda cualquier cosa: desde la celebración del orgullo hasta la reivindicación de las conquistas sociales.
A este paso, Calvo será capaz de atribuirle a la izquierda el uso exclusivo de la palabra democracia o de promover la revocación del voto a aquellas mujeres que simpaticen con el PP, porque ellas, claro, feministas no serán, al menos según la vicepresidenta. En sus declaraciones de esta semana Carmen Calvo no sólo desalojó de las conquistas sociales a los conservadores, no bonita, excluyó al orbe entero. Ejerció ese principio discriminatorio que caracteriza al patriarcado que ella misma condena.
Calvo, enfadadísima con el mundo porque ni es tan progresista ni feminista como ella, llegará un día a la rueda de prensa de los viernes con un pulverizador de agua bendita
Enfundada en sus hábitos de madre superiora, Carmen Calvo sufre de aquello que Amos Oz llamó el síndrome de Jerusalén, ese fenómeno en el que todo el mundo grita y nadie escucha, tal y como lo describió el escritor israelí en las páginas de su libro Contra el fanatismo, un conjunto de ensayos en donde si bien abordaba los asuntos del conflicto entre palestinos e israelíes, aboceta en realidad los rasgos del pensamiento fanático.
Hay gente que le desea al prójimo su bien, con toda la fuerza si es necesario. Algo de eso hay en el pensamiento de Carmen Calvo, que anda enfadadísima con el mundo porque ni es tan progresista ni feminista como ella habría esperado. A este paso, la vicepresidenta llegará a la rueda de prensa de los viernes con un pulverizador de agua bendita o blandiendo una versión misal de El segundo sexo.
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