El premier británico y el presidente en funciones español tienen más cosas en común de las que parece. Los dos aspiran a suceder a Churchill - las fabulaciones de uno y los manuales de resistencia del otro-, ambos viven en un modo electoral perpetuo y permanecen instalados en una etapa anal de la política que les impide separar la democracia de sus propias pulsiones. De todo aquello nació una criatura llamada Boris Sánchez, como diría Cayetana Álvarez de Toledo.
El de Downing Street pretende adelantar unas elecciones antes de llevar a Inglaterra fuera de la Unión Europea y el otro está dispuesto a conducir a España a una repetición de las generales para refrendar su liderazgo de mercadillo, ese poder a la baja que sólo suma si se alía con lo indeseado. Y aunque lo de Sánchez no expulsa a los españoles de un continente, hace menguar el duro hueso de una democracia que no aguanta tanto roedor.
Johnson y Sánchez viven en en una etapa anal de la política que les impide separar la democracia de sus propias pulsiones
Los dos son peligrosos, los hermana ese aire accidental que emiten los sistemas cuando cortocircuitan. Si Johnson está buscando votos desde que llegó a Downing Street cual paracaidista, Pedro Sánchez rebaña el caldo de sus propias ensoñaciones desde que consiguió las migajas de la moción de censura. Es la ley de gravedad, hablando a gritos, el pan duro de la política cuando escasea y que tanta falta hace cuanto menos trigo limpio llega a los graneros de la cosa pública.
De tan ridículos, parece que ni Johnson ni Sánchez merecen nuestra atención, pero no podemos mirar hacia otro lado. Ambos suponen lo residual, esa gotera de la poca cosa que igual socava un edificio o lo incendia. Pedro Sánchez iba para pícaro, pero se pasó tres pueblos, y sin necesidad de subirse al Falcon. Mientras el presidente español derrapa en la pista de su amor propio, transita por la jabonosa autopista de los tiempos que corren, esos caminos en el que más de un kamikaze aprieta el acelerador.
De tan ridículos, parece que ni Jonhson ni Sánchez merecen nuestra atención, pero no podemos mirar hacia otro lado
¿Quién controla a los dos? A Johnson, sin duda, un parlamentarismo que se protege a sí mismo en la tradición y del que John Simon es garante, aún formando parte del gobierno conservador. ¿Haría Meritxell Battet lo mismo en la carrera de San Jerónimo? Rara pelota la que queda en el tejado de los irresponsables, ya sea el payaso de la clase privilegiada o el Julián Sorel de Ferraz. ¡Montesquieu, ruega por nosotros! La democracia, ya ve usted, tiene sus propios santos laicos.
Boris y Pedro... ¿Dónde obtuvieron ese poder? ¿Qué desventura llevó a tan poco aventajados señores a ser el mascarón de proa de la tormenta? Que a Johnson lo traumatizara Bruselas cuando a su padre lo enviaron como funcionario y que a Sánchez, ya ve, le acomplejara el liderazgo histórico de su propio partido, no nos consuela, pero nos entretiene al tiempo que nos martiriza. El fin no justifica los medios, pero en tiempos de posverdad, quién le enmienda la plana a Maquiavelo.
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