Opinión

Borja, ¿el altruista?

La polémica suscitada por el joven malagueño, plantea algunas reflexiones interesantes sobre la violencia y el monopolio del Estado en el uso de la fuerza

Borja es un joven malagueño de 22 años bautizado por algunos medios como ‘el altruista’. Borja presenció como un toxicómano (Pedro) robaba un bolso a una pobre mujer que acudía a trabajar, y decidió actuar. Persecución, forcejeo y una mala caída: el ladrón murió días después en el hospital. La sentencia, que condena a Borja a dos años de cárcel, ha conmocionado a parte de la opinión pública, a algunos medios de comunicación y a un partido político; consideran que Borja es un héroe y no un criminal. Vox ha realizado una exitosa campaña de recaudación (más de 110.000 euros) para ayudar al joven. La polémica, que mezcla el morbo de los sucesos con el populismo de la política, plantea algunas reflexiones interesantes sobre la violencia y el monopolio del Estado en el uso de la fuerza.

Algunos cineastas han abordado los límites morales de la violencia. “El hombre que mató a Liberty Balance” es uno de esos westerns que encumbraron el género: dilemas éticos universales entre revólveres, polvo y decorados de madera. Apenas había sangre, y de ella nos separaba la barrera del blanco y negro. Sangre color gris. John Ford necesitó 120 minutos de metraje para abordar una sola cuestión: ¿es reprobable éticamente asesinar a un villano? ¿Puede el interés general justificar la violencia?

En esta película no hay buenos, todos parecen víctimas, pero solo hay una heroína: la amiga de Borja, que fue la que denunció los hechos a la Policía

Thomas Hobbes -¡qué difícil es distinguir a un realista de un pesimista!- lo tenía claro: el hombre es un lobo para el hombre y la violencia debe ser monopolizada por el Estado para evitar la guerra de todos contra todos. Pero la película de John Ford retrata un lugar salvaje, sin ley, sin orden y sin autoridad, donde se produce una lucha simbólica -y violenta también- entre el Estado de Derecho y el Estado de naturaleza. Por mucho que algunos se empeñen en proyectar esa imagen, la España de 2019 no es un lugar tomado por la criminalidad, el desorden, la anarquía y la impunidad criminal.

Santiago Abascal ha defendido el derecho de los ciudadanos a usar armas. Ahora quiere ampliar los supuestos en los que la legítima defensa incluye la defensa de terceros. ¿Hacia donde apunta el líder de Vox? ¿De verdad se va a reducir así la violencia? En Filipinas, el presidente Duterte ha fomentado escuadrones de la muerte que asesinan impunemente a traficantes, drogadictos y, efectos colaterales, inocentes también. Duterte anima a todos a tomarse la justicia por su cuenta. El resultado ha sido miles de muertos, la violación sistemática de los Derechos Humanos, ninguna seguridad -ni jurídica ni ciudadana-, y la degradación absoluta del Estado de derecho y del imperio de la ley.

Hay una tendencia mundial de tipos duros y malos, incomprensiblemente populares, ostentosamente incorrectos y con un desprecio indisimulado hacia los pilares de la ilustración. Algo se le escapa a la democracia liberal, que no logra comprender este fenómeno y siente una suerte de perplejidad inexplicable. Es como si el buenismo naif les hinchara de testosterona, de rebeldía macarra. El caso de Borja ‘el altruista’ es solo un reflejo de esto: mano dura, determinación y firmeza frente al buenismo ingenuo de defender al delincuente, al yonki, al inmigrante.

Hay una tendencia favorable a los tipos duros, ostentosamente incorrectos y con un desprecio indisimulado hacia los pilares de la ilustración

Pero en nuestro ejemplo se nos ha contado solo una verdad a medias, maquillada y con episodios omitidos, probablemente con dolo y premeditación. Una historia de héroes y villanos que hablaba sobre la insoportable injusticia del sistema judicial. Sin embargo, los matices de la historia cambian sustancialmente la interpretación: Borja ‘el altruista’ era portero de discoteca (no relaciones públicas), con sólo dos golpes rompió la mandíbula y dejó inconsciente al ladrón-toxicómano (parece razonable dudar que fuera la primera vez que golpeaba a alguien), no socorrió al herido, huyó del lugar de los hechos y luego negó todo ante la policía. La amiga de Borja, que por puro sentido cívico acudió a la policía, ha sufrido mensajes y amenazas del entorno de su amigo.

Quizá veamos demasiadas películas y estemos tan acostumbrados a las historias de buenos y malos con desenlaces cerrados que nos cuesta ver la realidad en su tonalidad de grises y reflexionar frente a lo sucedido en lugar de extraer conclusiones fáciles y simples. En esta película no hay buenos, todos parecen víctimas: Pedro, fallecido tras pasar una vida adicto; Borja, condenado a cárcel por una situación que nunca deseó; las dos hijas del fallecido (una menor de edad), ahora huérfanas; y la amiga de Borja, amenazada y hundida en la ansiedad -quizá la única heroína de esta historia.

Tal vez debamos aprender del audaz largometraje argentino “Relatos Salvajes”. En este film no hay buenos ni malos y no se puede extraer una conclusión inequívoca, menos mal, pero sí deja un regusto amargo, a tragedia griega, acerca de la violencia, de su inevitabilidad, de cómo escala progresivamente, de sus consecuencias impredecibles, de los desenlaces indeseables.

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