Dicen que Manuel Prado y Colón de Carvajal, el llamado intendente real, durante décadas encargado de los dineros de Juan Carlos I, no hablaba nunca de su hijo Borja Prado Eulate ante amigos y conocidos, justo al revés de lo que hacía con su hermano mayor, Manuel, y su hermana, Teresa. Cuando el valido del rey Emérito decidió divorciarse de su primera mujer, Paloma Eulate Aznar, marquesa de Zuya, Borja se lo tomó muy mal. Tan mal que dejó de hablar a su padre. La Eulate era una mujer rica y Borja siempre ha sido un tipo interesado. Tan mal se lo tomó que cuando falleció su padre se negó a acudir al funeral. Al final, tuvo que ser Florentino Pérez quien casi a rastras le llevara a Sevilla, tú te vienes conmigo al entierro de tu padre, faltaría más. No se había portado tan mal el progenitor, titular de una generosa cuenta en UBS Ginebra de la que desgajó 25 millones de dólares de la época que sirvieron a su hijo de poderoso talismán con el que emprender carrera como conseguidor mayor del Reino capital Madrid.
Cosas de la vida, a Borja le molesta francamente que le hablen de su padre. Renegar del progenitor, aunque sin el apellido del progenitor probablemente a estas horas se estaría comiendo los mocos. Cosas de la vida también. El apellido y las relaciones. El más que estrecho contacto con los Borbón y Borbón. Pero Borja, interesado sí, pero listo también, se ocupó muy mucho de establecer sus propios canales de comunicación con la familia real poniéndose a sotavento de la eventual caída en desgracia de un padre que, exagerado en todo, había tenido la habilidad de meterse en demasiados charcos a la sombra del Emérito. Un equipo de NYT, por cierto, anda preguntando estos días por su fortuna en Madrid. Fue a través de la infanta Elena como Borja selló su abrazo. Montar a caballo con Elena. Darle trabajo en alguno de sus chiringuitos. Ganarse a la hermana del heredero para terminar por convertirse en miembro del círculo amical de Felipe VI. Algo que podría parecer una antigualla, resulta que sigue impresionando bastante en el exterior, sigue aflojando las carteras de mucho capitalista cetrino dispuesto a contar con el mejor abre puertas a la hora de pergeñar operaciones en un país donde resulta casi imposible hacer negocios sin la complicidad de un poder político dispuesto siempre a pasar la gorra al terminar la función.
El otro gran arbotante que ha soportado el peso de bóveda de Borja Prado ha sido el mentado Florentino, ahora convertido en una de las grandes fortunas hispanas y en el mejor conocedor de las debilidades del capitalismo castuzo y apesebrado madrileño. El gran corruptor. Prado se inició en banca Lazard, cuya presidencia en España corría a cargo de Jaime Castellanos, otro eximio ejemplar, miembro del clan Botín, de esa madrileña forma de hacer negocios basada en las relaciones y la cercanía al Gobierno de turno. A brindarle la oportunidad de su vida vino Mediobanca (Generali, Fondiaria, Olivetti, Fiat, Pirelli…). Convertido en el hombre de los “pelotazos” italianos en España, Borja empezó a volar solo. Jaime pegó el suyo en 2007 con la venta del Grupo Recoletos (Expansión, Marca) a la italiana RCS MediaGroup (Rizzoli), editora en España de El Mundo, por la extravagante suma de 1.100 millones. Nadie entendió nunca como los Agnelli, dueños de Fiat, se dejaron engañar pagando esa pasta. El gato sigue encerrado.
En estos 10 años los italianos prácticamente han desmantelado aquel gran grupo, con fuerte presencia en Latinoamérica, que llegó a ser Endesa, han destruido empleo, han dañado gravemente a la industria auxiliar (hasta los proveedores son italianos) y se han llevado en dividendos (el 100% del beneficio repatriado) cerca de 27.000 millones
Tampoco entendieron que entre abril de 2007 y febrero de 2009 el grupo público italiano Enel pagara la friolera de 38.000 millones (de ellos, 11.100 por el 25% en poder de Acciona, familia Entrecanales, otros patriotas, que había participado en la OPA conjunta) por el 92% de Endesa. La labor de Prado resultaría fundamental como engrase entre el Gobierno Zapatero, que terminó aceptando la fechoría, y el italiano de Romano Prodi. No se entendió entonces, pero hemos tenido tiempo de sobra para entenderlo después, porque en estos 10 años los italianos prácticamente han desmantelado aquel gran grupo, con fuerte presencia en Latinoamérica, que llegó a ser Endesa, han destruido empleo, han dañado gravemente a la industria auxiliar (hasta los proveedores son italianos) y se han llevado en dividendos (el 100% del beneficio repatriado) cerca de 27.000 millones, cifra a la que habría que añadir la venta tardía de un paquete en bolsa (más de 3.100 millones), los ahorros fiscales equivalentes al 11% de los dividendos repartidos, y los beneficios generados por el negocio Latinoamericano traspasado en 2014 por cuatro perras a la matriz transalpina. Y siguen controlando el 70% de una empresa que vale en bolsa 23.120 millones.
Un éxito casi milagroso
En términos de país, un pan como unas tortas. En la junta de accionistas de 2018, los sindicatos acusaron a Francesco Starace, primer ejecutivo, de “expoliar” la eléctrica y querer venderla al mejor postor. En mayo de 2017, Álvaro Nadal, ministro de Energía de Rajoy, cargó contra Enel acusándola de “hacer política a favor de los ciudadanos italianos a costa del consumidor español y de los trabajadores españoles”. Debió ser la única vez en su carrera política que Alvarito Nadal dijo algo con sentido. Desde marzo de 2009 Prado era presidente de Endesa, pero un presidente rubber stamp, porque el poder real ha estado siempre en manos italianas. Ni falta que le hace: con escasa formación, sin una licenciatura que llevarse a la boca, la tarea de Prado estaba circunscrita a las relaciones institucionales, a ese extenuante trabajo consistente en visitar a diario las casas de comidas más caras, a almorzar con Fulano y contarle después a Mengano lo que me acaba de soplar al oído Perengano. Prototipo de esa corte de los milagros madrileña acostumbrada a consumir la vida en vanidades, lo de Prado está entre el chisme de portera y el señorito engalanado hasta el techo con las medallas de la vieja aristocracia española agotada de estar cansada. Una cosa entre el Almanaque de Gotha y el tráfico de influencias, con un barniz de correveidile. Desde la grisura de su pobre bagaje académico, la suya ha sido una carrera ciertamente brillante. Un éxito casi milagroso. Y a razón de 3 millones año solo en Endesa, que no está mal.
Su aportación al sistema energético nacional ha sido nula, como nula su contribución a la creación de riqueza y empleo. Siempre a la sombra de Florentino –el campeón del capitalismo de amiguetes-, su padrino, su confesor, su confidente. Una cosa ha hecho bien Borjita, ni un pelo de tonto, y ha sido no meterse en ninguno de los barrizales en los que chapoteó gustoso su padre. Sobrado de ambición, intentó la operación de su vida de recomprar Endesa a los italianos, cuando ya la eléctrica era una sombra de lo que fue. Buen conocedor de la banca de inversión, Borja convenció para la aventura a dos de los mayores fondos de capital riesgo del mundo, KKR y CVC. Con el dinero listo para financiar la aventura, viajó a Roma, pero allí le dieron calabazas. Endesa seguía y sigue siendo una vaca a la que los italianos pretenden seguir ordeñando a conciencia, mientras empresas y particulares españoles siguen pagando una de las energías más caras de la UE, situación que daña nuestra competitividad y que quizá se explique, al menos en parte, con el hecho de que distinguidos próceres de nuestra casta política terminen sus días haciendo unos ahorritos en los consejos de empresas del sector, tal que Felipe González en Gas Natural; tal que Aznar, casualidad, en Endesa (asesor externo); tal Solbes, casualidad, en Enel Italia; tal de Miquel Roca, nueva casualidad, en Endesa, y tal que Elena Salgado, vaya por Dios, otra casualidad, en una filial chilena de Enel. Es en el revoltijo entre lo público y lo privado donde crece la negra semilla de la corrupción.
En algún momento, más bien pronto que tarde, España tendrá que elegir entre parecerse a Dinamarca o a Italia. La cosa, de momento, no pinta bien. El riesgo de parálisis política a la italiana está a la vuelta de la esquina, algo que no preocupará demasiado a los Prado de este mundo
Convencido hace tiempo de que los italianos ya no le necesitaban gran cosa, el interfecto ha intentado más de una operación, caso de Repsol, para posicionarse en la presidencia de alguna de las grandes del Ibex 35, al socaire de cabo despido intempestivo. Ahora apuntaba con cierta osadía a Iberdrola, pero Sánchez Galán ha salido ruado a tapar brecha. Queda Abertis. Operaciones típicamente españolas, se entiende o el regalo de una presidencia, el sillón de un Consejo como “independiente”, por ser vos quien sois, porque cuenta con apoyos bastantes y porque es amigo del político de turno. No debe serlo mucho del infatuado Sánchez, porque no ha respondido a la llamada de auxilio dirigida a Moncloa para continuar en el cargo, aunque puede que todo se haya debido a la galbana de un Florentino que esta vez no ha puesto ni la mitad de la carne en el asador. El señorito, con todo, ha vuelto a mostrar su poderío como bisagra (Mediobanca) en la operación de Atlantia sobre la concesionaria Abertis, respondida por una contra OPA de ACS, el emporio constructor propiedad en un 12% de Florentino. Escarmentado tras la experiencia de Endesa, el Gobierno Rajoy juzgó el nuevo asalto italiano casi una provocación. De vencer la tibia resistencia de Mariano, legionario, se encargó Borja. También de sentar frente a frente, sin asesores que valgan, a Pérez (ACS) y Castellucci (CEO de Atlantia), y de aquí no salís hasta que no os repartáis esto como buenos amigos. Entró, entró.
Energía y comunicación en manos italianas
Mediobanca y Mediaset. Florentino y Paolo Vasile. El otro gran amigo de Borja Prado es, en efecto, el gran Vasile, el capo de Telecinco, ese maestro de la televisión basura cuyas aportaciones a la milenaria cultura española, desde Fray Luis de León a sor Juana Inés de la Cruz, puede resumirse en las “mamachichos” y en el “edredoning”, con Mercedes Milá de madama. A Paolo le importa una higa la calidad de la boloñesa que endiña a los españoles a la hora de la cena, particularmente a los jóvenes, porque todos los viernes se va a Barajas, pone rumbo a Italia y ahí os las den todas. De dar jugosos dividendos a su patrón, Silvio Berlusconi, se encarga Telecinco, que repite la suerte de Enel con Endesa repatriando prácticamente el 100% de los beneficios como dividendo. Ni un euro para reinvertir. Es el corolario de una triste historia: nuestra clase política ha tenido la rara habilidad de poner en manos italianas dos sectores tan importantes, vitales casi, como la energía y la comunicación (De Agostini, por lo que a Atresmedia respecta). La luz y el entretenimiento. El cuerpo y el alma. Convertidas ambas en plataformas de propaganda separatista y antiespañola. Un caso sin parangón en toda Europa. Y lo más grave, sin la menor reciprocidad, porque las empresas españolas han encontrado siempre vetada la entrada en el mercado italiano por los Gobiernos de Roma. Berlusconis y Vasiles han contribuido decisivamente a precipitar a Italia desde los niveles de excelencia de que disfrutaba hace décadas a la ciénaga (política, económica y moral) en la que hoy se debate. En 2017 el PIB per cápita español (38.286 dólares) superó por primera vez al italiano (38.140), y la brecha continua agrandándose. En algún momento, más bien pronto que tarde, España tendrá que elegir entre parecerse a Dinamarca o a Italia. La cosa, de momento, no pinta bien. El riesgo de parálisis política a la italiana está a la vuelta de la esquina, algo que no preocupará demasiado a los Prado de este mundo, siempre dispuestos a seguir forrándose en cualquier circunstancia.
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