Creíamos que lo habíamos visto todo durante esta "desescalada" (no me canso de entrecomillar semejante palabro), pero no era así. Cuando miré la alerta del periódico, no podía creerlo y tuve que frotar mis ojos por si acaso el café del bar había causado algún estrago colateral en mi cerebro. En la fase 3 abrirán las discotecas pero estará prohibido bailar. Paren la nave, que yo me bajo. Me dieron ganas de dirigirme al camarero para decir, como en aquella ranchera, "que me sirvan una copa y muchas más, / que me sirvan de una vez para todo el año, / que me quiero seriamente emborrachar".
Claro que la diferencia estriba en que José Alfredo Jiménez cantaba que deseaba beber para olvidar un desamor y yo en este símil hiperbólico lo desearía por simple desesperación. O casi por obligación, cabría decir. Pero ni con una desesperada y masiva ingesta de alcohol podría comprenderse y aceptarse lo incomprensible e inaceptable. Pasada la alucinación instantánea, me puse a pensar en ello porque, oigan, nadie tiene la verdad absoluta y al ver esto como una sandez podría estar equivocado.
Por lógica y por la fuerza de la experiencia siempre había creído que la discoteca era el lugar para beber y bailar. Con esta inaudita prohibición a medias me entraron las dudas. Decidí irme al Diccionario de la Real Academia de la Lengua para despejarlas. El DRAE recoge tres acepciones de "discoteca". La tercera es la que aquí nos incumbe: "local público donde sirven bebidas y se baila al son de música de discos". O sea, no iba desencaminado y tal vez la medida fuera tan disparatada como parecía.
Tal vez se persiga reconvertir las discotecas en lugares destinados a otro tipo de ocio, pero, llámenme raro, no veo a la juventud jugando al ajedrez o debatiendo sobre un libro de Philip Roth mientras suena lo último de Enrique Iglesias
La prodigiosa orden del BOE establece, para ser exactos, que las pistas de baile de las discotecas o bares de ocio nocturno "no pueden ser utilizadas para su uso original" pero sí para "instalar mesas o agrupaciones de mesas". Sentados o en la barra, la cosa es que si en la discoteca o el bar no se puede bailar pero sigue sonando la música, solo queda beber, de manera que se empuja y condena a los jóvenes -la gente con familia ya no estamos para esos trotes- a mamarse como si fuera el día de la victoria contra el coronavirus. "Beban pero no bailen" sería un eslogan perfecto para colocarse en las puertas de estos locales reformulados por la pandemia.
En contra de esa conclusión puede argumentarse que en una discoteca también pueden consumirse bebidas sin alcohol. Pero más bien parece improbable que, después de coger fuerzas en el botellón, los jóvenes quieran entrar a este tipo de locales para beber tónica y fanta a las cuatro de la madrugada. También podría decirse que tal vez con esta medida tan novedosa se persiga reconvertir las discotecas en lugares destinados a otro tipo de ocio, pero, llámenme raro, no veo a la juventud jugando al ajedrez o debatiendo sobre un libro de Philip Roth mientras suena lo último de Enrique Iglesias o Shakira.
¿No se está premiando para ligar a todos esos seres que no se mueven de la barra en detrimento de esos otros con facilidad para mover el esqueleto?
Más allá de la cuestión filosófica fundamental -¿cómo coño es posible que se prohíba bailar en una sociedad democrática del siglo XXI?-, vienen a la mente otras preguntas delirantes sobre esta curiosa medida. ¿Por qué dos personas que son pareja no pueden bailar juntos pero sí sentarse en una mesa junto a otros semejantes en un lugar cerrado y, por tanto, propicio para contagios? ¿No se está premiando para ligar a todos esos seres que no se mueven de la barra en detrimento de esos otros con facilidad para mover el esqueleto? ¿Cómo se desescalará en este caso: se irán permitiendo los bailes según el nivel de cercanía entre los bailarines?
Bromas aparte, tal vez los propietarios estén contentos con la reapertura parcial de sus locales y hasta vean un mundo de posibilidades para ganar dinero. Desde el punto de vista de la prevención del contagio y sin necesidad de ser un moralista, parece obvio que, ya metidos en esta tesitura, resultaría bastante más coherente mantener las discotecas cerradas hasta que esté permitido bailar en sus pistas. Los restaurantes se abrieron cuando ya se podía comer dentro y los cines abrirán cuando se puedan ver películas, por poner un par de ejemplos. Pero business is business.
Después de discurrir bastante, comprendí que este caso novedoso de las discotecas y de los bares de ocio nocturno solo puede explicarse porque los poderes públicos (y algunos privados, claro) quieren que consumamos sin freno otra vez. La prioridad ya no es garantizar la salud pública -"beban pero no bailen" es menos acertado que "gasten pero no bailen"- ni tampoco evitar el posible colapso de los hospitales. Ahora lo prioritario es consumir para "reactivar la economía". Por tanto, el criterio económico ya vuelve a estar por encima del sanitario. Sí, es cierto, estamos volviendo a lo que llamábamos normalidad. Que me sirvan una copa.
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