"¿Viste el puente de arriba, el que está protegido a ambos lados? Es por los borregos. Se hace por si un borrego se despista y cae al río, el resto del rebaño se tira detrás. Es el animal más tonto". Martín Colomer, 89 años, último vecino de La Estrella (Teruel), dibuja un certero paralelismo entre los usos del ganado y el sanchismo. Allá donde va el primero, todos detrás. Un hatajo de mamíferos obsecuentes.
Martín tuvo la prudencia, tal y como le cuenta a Jacobo García en El País de reforzar el pretil del puente, para evitar ese tipo de catástrofes. No dan muestras en el PSOE de similar sensatez. Algunos ovejeros regionales, como Lambán e incluso el avieso Page, han intentado reforzar los costados del puente con escaso éxito. Por ahí vamos mal, con los golpistas catalanes nos hundimos, con las histriónicas de Podemos nos despeñamos, hay que cambiar el rumbo, hay que evitar riesgos. Nada. Pedro Sánchez, el divino pastor, los conduce al abismo, y todos, mansamente, sin un balido ni una queja, allá que van, de cabeza al abismo.
Pocos partidos han cometido tantos errores, tan mayúsculos y en tan breve tiempo. Unos lo achacan a la fragilidad parlamentaria. Con 120 diputados no se puede gobernar. Otros, al grave error a la hora de elegir los socios. Con Bildu y los dinamiteros catalanes no se llega lejos. Los más, sencillamente, a la arrogancia supina del líder, capaz de cualquier disparate, entre Nerón y Calígula, con tal de eternizarse en la peana.
Se suceden disputas y reproches, proliferan delaciones, codazos, se hostiga a la prensa (incluso la adicta), se controlan los medios (hasta los afines) y se desata la ira cuando aterriza otro sondeo adverso, tortura ya familiar
Sabios amigos le advierten del sendero peligroso por el que transita. Apenas los escucha. Tan sólo atiende a quienes le ensalzan y alaban, los Migueles (Barroso y Contreras) y su cuadrilla, gente entre ambiciosa e inepta que buscan, los unos, su satisfacción económica y, los otros, la continuidad en su despachito. Y Zapatero, por supuesto, que le ha prometido pasar a la Historia como el apaciguador del 'conflicto catalán' con la ayuda de Pumpido, el ambicioso halcón del TC. "¿Qué dirán de mí, qué dirá de mí la Historia, Maxim?"
El grado de tensión e histeria que se vive en La Moncloa recuerda a alguna escena del Naúfragos de Hichtcock o a la cocina de un tres estrellas en noche de visita del inspector Michelin. No se guardan las formas ni se respetan los modales. Se suceden disputas y reproches, proliferan codazos, se hostiga a la prensa (incluso la adicta), se controlan los medios (hasta los afines) y se desata la ira cuando aterriza otro sondeo molesto, tortura ya familiar.
Imposible plantarle cara a semejante vendaval de episodios adversos. Los puntos fuertes del sanchismo se han convertido en una endeble piltrafilla, en 'un par de medias mojadas', diría Silvia Plath que apenas resisten el soplido de una pulga. La ejemplaridad frente a la corrupción -el macguffin de la moción de censura- ha perecido en el foso séptico de la enorme trama canaria que ya salpica tanto a la vicepresidenta Calviño y su extraña Fundación internacional, pasando por los grupos parlamentarios socialistas de Congreso y Senado, o su altísima providencia Meritxel Batet y sus zancadillas a la Justicia y hasta al ministro Marlaska y ese general de la Guardia Civil de vocación africana, consagrado ya en los cantares como el Pigmalión del 'chocho volador'.
Eme Jota Montero reconoce que si no fuera por la pensión de los abuelos, su hijo no podría pagar la luz, su hija ir al mercado, su nieto comprarse unas zapatillas o su nieta ir al cine. El abrumador desastre del Gobierno del progreso reconocido por ellos mismos
La bandera del feminismo socialista ofrece un aspecto entre desaliñado y costroso. Mejor no menearla. No sólo por los calzones del Tito Berni sino, muy especialmente, por la ley del sí de la niña, con casi 800 rebajas a violadores y pederastas o la ley Trans, considerada en toda Europa una aberración. El choque de este 8-M, con dos murgas enfrentadas, pasará a los anales del estropicio de una izquierda rabiosa. El estruendoso vacío de la bancada del Gobierno en la toma en consideración del bodrio, salvo las dos ministras de la cosa, Ione e Irene, solas y abandonas como huerfanitas de Dickens, es la radiografía de un Ejecutivo quebrado e inútil, que vota contra sus propias leyes y ni siquiera es capaz de estar presente cuando propone reformarlas, con la infrecuente ayuda del PP.
Aniquilador de su propio heroísmo social, ese escudo devenido en estropajo, Sánchez no puede tampoco mostrarse henchido por sus éxitos económicos. Afloran cientos de miles de desempleados ocultos bajo los faldones de lady Yolanda, cabalga hacia Marte el precio de la hipoteca, se dispara desaforada la cesta de la compra, el precio del gas no baja nunca aunque se desgañite entre trolas la vicepresidenta Ribera y, para redondear la figura, Eme Jota Montero reconoce que si no fuera por la pensión de los abuelos, su hijo no podría pagar la luz, su hija ir al mercado, su nieto comprarse unas zapatillas y su nieta ir al cine. El abrumador desastre del Gobierno del progreso reconocido por ellos mismos. "Cuan cerca veo mi ruina", apuntaría Gide. Redondea el estropicio la cacería desatada contra Ferrovial, ante la atónita estupefacción de la Unión Europea, el ámbito en el que el prodigioso Sánchez planea encontrar cobijo en el momento en el que se libere de los españoles.
La romería borreguil que camina muda y ciega tras los pasos de su arrogante conductor confía en que este huracán amaine en cuanto rompan con Podemos, superada ya la cita electoral de mayo. Acabar con esa coalición de pesadilla, deshacerse de esa garrapata letal para así seguir vivos. Vano empeño, para entonces la gangrena se habrá extendido, el mal no tendrá remedio. El PSOE habrá perdido regiones clave y ayuntamientos simbólicos en un cimbronazo demoledor. Sólo seis de cada diez votos socialistas repetirían su opción. Sánchez quizás sospeche, como el Flitcraft de Paul Auster, que, aunque lluevan cientos de vigas en su entorno, ninguna caerá sobre su cabeza. Su hagiografía lo llama 'resistencia'. El paisano Martín, sin embargo, insiste en que, si no se ha protegido el puente, los borregos desfilarán imparables hacia al precipicio.
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