“Si quieres tener una visión más lejana, debes subir a un plano más alto”. Aunque sea pronto para anticipar las consecuencias profundas del divorcio del Brexit, el antiguo proverbio chino nos resulta útil para tratar de ver qué es lo que va a pasar ahora, cuando empiezan a darse los primeros pasos reales.
Este 1 de febrero empieza una nueva etapa. El Reino Unido todavía funciona como si estuviera en la Unión Europea, pero ya está de salida. La primera consecuencia de esta ruptura es la pérdida de los 73 eurodiputados británicos que el 31 de enero abandonan sus escaños en el Parlamento Europeo. Es decir, dejarán de tener voz y voto en todas las decisiones que se tomarán respecto a la relación futura entre Bruselas y Londres. Una relación cuyas bases tendrán que definirse en los próximos 11 meses, ya que el propio premier británico Boris Johnson ha avisado que el 31 de diciembre de 2020 el acuerdo de relación futura estará finalizado (aunque, como bien saben, no sería la primera vez que no cumple los plazos que promete).
Antes de subir –siguiendo el consejo de los chinos-- a un plano más alto para tener la vista puesta en el futuro, permítanme que les haga llegar, en mi estreno como eurodiputado, la sensación agridulce que me produce la hora de la verdad el Brexit. Porque es un fracaso. Nadie puede estar satisfecho de perder un socio de la dimensión y la importancia histórica y política del Reino Unido. Después de 47 años juntos, es un fuerte golpe. Y es una muy mala noticia -y precedente- que, por primera vez en la historia de la UE, un estado miembro se dé de baja en el proyecto europeo.
Tampoco se puede ignorar que la situación de bloqueo en la que estábamos no era buena. Sin negar que entramos en una fase muy complicada, las cosas están ahora más claras. Salimos de la indecisión. Se abre, para la UE y para España, la oportunidad de hacer de la necesidad virtud: de dar un salto adelante y reinventar unas nuevas relaciones económicas y comerciales; de avanzar en la integración de seguridad y defensa que tanto necesita nuestro continente; de, al fin y al cabo, salir del círculo vicioso que había provocado el Brexit y sus nefastas consecuencias, paralizando las reformas que Europa necesita.
Déjenme también que les transmita lo que les he dicho a mis compañeros eurodiputados británicos, con los que llevo mucho tiempo trabajando en el grupo Renew Europe –el segundo de la Cámara europea que más ha sufrido el golpe de la salida--- y que han regresado al Reino Unido: seguiremos hablando con vosotros para tender puentes, para que esta etapa no implique más rupturas de las imprescindibles y para tener siempre abierta la posibilidad -y el deseo- de vuestro regreso, no a Europa, de donde no podéis iros, sino a la Unión Europea.
Y ahora, ¿qué? ¿Qué pasa en la UE y cómo afecta en España? Lo primero que tenemos que tener claro es que lo difícil empieza ahora y que, precisamente por eso, lo más importante a corto y medio plazo va a ser mantener la unidad en la negociación que se abre. Esa es una condición fundamental para poder confiar en que, a largo plazo, vamos a establecer con el Reino Unido las mejores relaciones posibles para España y para Europa. La negociación va a ser muy dura y los riesgos de fragmentación en el seno de la Unión, mayores.
Aunque los británicos ya no son miembros de la UE, las relaciones económicas y comerciales siguen siendo las mismas
Lo segundo es que, aunque los británicos ya no son miembros de la UE, las relaciones económicas y comerciales siguen siendo las mismas, las directivas rigen de igual forma y las decisiones de, por ejemplo, el Tribunal Europeo de Justicia, son todavía de obligado cumplimiento para todas las partes. Por supuesto, en este periodo la contribución británica al presupuesto comunitario no varía.
La fase que comenzará en los próximos días tiene dos hitos en los que hay que fijarse: el 30 de junio de 2020 acaba el plazo para pedir una prórroga de la fecha señalada para el final de la negociación, y el 31 de diciembre es el día marcado para que las negociaciones sobre la futura relación estén concluidas. Si, llegado ese día, existe un acuerdo económico y comercial que regule las relaciones entre Reino Unido y UE, esas nuevas relaciones comenzarán a partir del 1 de enero de 2021. Si no existe, el Reino Unido abandonará la UE a partir del 1 de enero sin acuerdo. Es decir, sigue abierta la posibilidad de sufrir un Brexit duro.
Ambas partes han expuesto ya las líneas generales de cómo contemplan los próximos 11 meses. ¿Será un plazo de tiempo suficiente para discutir y negociar el paquete de la nueva relación entre el bloque europeo y Londres? El extravagante primer ministro británico, Boris Johnson, asegura que sí; diversos expertos y fuentes comunitarias no lo tienen tan claro. Naturalmente, depende de cómo se plantee el debate, de la flexibilidad --y de la dureza-- de ambas partes y de la ambición del nuevo pacto. La presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, lo dijo con toda claridad el 8 de enero, después de entrevistarse con Johnson: “Sin una prórroga del periodo de transición, más allá de 2020, nadie puede esperar que haya acuerdos en todos los aspectos de nuestra nueva relación. Habrá que establecer prioridades”. En otras palabras, no dará tiempo, en once meses, a tener una nueva relación en todos los campos.
Socios comerciales
Prioridad número uno: en el periodo de transición hay que sentar las bases de un acuerdo de libre comercio. Si tenemos en cuenta que la mitad del comercio exterior británico de bienes y servicios se lleva a cabo con sus hasta ahora socios comunitarios, es fácil hacerse a la idea de lo complejo de las conversaciones que se abren. El hecho de que, al mismo tiempo que negocia con Bruselas, Londres podrá hablar con terceros países –EEUU, Canadá, Australia—supone una complicación añadida.
Además del acuerdo comercial, habrá que repasar otros capítulos, desde aspectos relacionados con el acceso a las aguas pesqueras británicas –muy importante para España, que captura unas 9.000 toneladas anuales en esas aguas, de las que dependen 11.000 empleos—hasta elementos de transporte aéreo, cooperación energética, seguridad, protección de datos inmigración…
Para España, un mal acuerdo en la relación futura sería una pésima noticia, debido a los vínculos económicos y comerciales con el Reino Unidos. Hay sectores productivos y regiones enteras que pagarían caro un divorcio sin acuerdo, que tendría consecuencias negativas en el crecimiento (las exportaciones españolas de bienes y servicios al mercado británico suponen el 3,3% del PIB): no hay más que pensar, además del ya citado sector pesquero, en el del automóvil y otras manufacturas, el turismo, el sector primario y la inversión directa. Entre otros.
¿Qué opciones se abren –y ahora estamos tratando de tener una visión más lejana-- después del 31 de diciembre de 2020? Si se llega a esa fecha con un acuerdo comercial Londres-Bruselas, entraría en vigor el 1 de enero de 2021, aunque haya otros aspectos (seguridad, por ejemplo) no abordados que habría que resolver con planes concretos.
Si se llega al 31 de diciembre sin acuerdo comercial, el Reino Unido deberá acogerse a los términos de la Organización Mundial de Comercio en sus relaciones con la UE. La mayor parte de los bienes y mercancías británicos estarían sujetos a tarifas, con lo que eso implica, hasta que no hubiera un acuerdo. Algo que supondría una catástrofe para nuestras exportaciones al Reino Unido.
Por último, ambas partes podrían pactar la extensión de la fase negociadora. Está ya previsto que el periodo de transición puede ampliarse 12 o 24 meses. Si en el curso de esa prórroga se llegara a un acuerdo, podría entrar en vigor antes de que acabara la extensión. Pero hay que tomar una decisión antes del 1 de julio, como veíamos al principio. Y tanto el Parlamento británico como el primer ministro se han manifestado, de manera frívola, en contra de cualquier prórroga.
De la unidad y firmeza de los socios comunitarios en la difícil fase que se abre depende que la nueva relación no tenga más consecuencias negativas que las que se desprenden de este divorcio histórico. Solo una Europa unida puede abordar con garantías los retos globales relacionados con el cambio climático, la revolución digital en la economía y el empleo y la sostenibilidad de nuestras sociedades, además de seguir manteniendo, con todo lo que ello implica, el proceso de la construcción europea. Eso es, ni más ni menos, lo que está en juego ahora mismo para todos.
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