Opinión

El nudo irlandés de Theresa May

El Brexit es una empresa esencialmente inglesa. Al igual que en Escocia, en los condados fronterizos de Irlanda del Norte siete de cada diez votantes están en contra de abandonar la UE

Pocos primeros ministros se han visto delante de un cúmulo de problemas tan difíciles de lidiar como Theresa May, la premier por accidente que se aferra al cargo con una decisión y una energía inimaginable hace sólo año y medio.

Por un lado tiene la amenaza de un Brexit que se promete eterno y que abrirá heridas ya cicatrizadas. Un divorcio que no es de mutuo acuerdo y que podría terminar siendo muy amargo en el Reino Unido, ya que es plausible que Londres acabe aceptando todas y cada una de las regulaciones comunitarias pero sin poder intervenir en ellas.

Por otro, su liderazgo entre los tories es débil e incierto. En cualquier momento su propio partido se le puede revolver y escoger a sus espaldas a un nuevo jefe. Parece haber olvidado que fue una candidata de compromiso entre la aristocracia del partido descompuesta tras el referéndum y la espantada de David Cameron. Algo así le hicieron a Thatcher hace treinta años, pero la dama de hierro era popular en la calle. May ni eso. Nadie se acordará de ella, ni siquiera los que la votaron.

Si se produjera un Brexit duro, la frontera irlandesa dejaría de estar abierta tanto para las personas como para los bienes

El frente del Brexit se las prometía muy felices hace un par de meses, cuando se trajo de Bruselas un compromiso que parecía contentar a todos. Pero aquello era simple humo, dibujos sobre el agua, tan sólo una declaración de intenciones redactada en lenguaje diplomático y que Michel Barnier dio por buena porque desatascaba unas negociaciones que llevaban meses paralizadas.

La factura final de salida rondaría los 60.000 millones de euros, algo asequible para el Tesoro británico y que, con los supuestos beneficios que reportará la salida de la UE, se compensaría con creces en poco tiempo. Pero el Brexit no puede ser total hasta que no se arregle la cuestión de Irlanda. Y esa está lejos de cerrarse.

200 puestos fronterizos

El objetivo de Londres es evitar las garitas fronterizas entre las dos Irlandas. Desaparecieron en 1993 y nadie a ambos lados de la frontera quiere que vuelvan. Por muchas razones, y no sólo económicas.

Los 500 kilómetros de frontera entre las dos Irlandas son un nudo prácticamente imposible de deshacer. Si el Brexit se consuma tal y como pretende May esa frontera quedaría abierta, pero eso significaría que la frontera hay que moverla al interior del Reino Unido. A no ser, claro, que el Gobierno británico acepte aplicar en todo el país el marco regulatorio de la UE, el mismo que provocó el Brexit. Cualquier solución encontrará sus detractores acérrimos.

Si se produjera un Brexit duro, es decir, si el Reino Unido abandonase la Unión con todas sus consecuencias, la frontera irlandesa dejaría de estar abierta tanto para las personas como para los bienes. Haría falta levantar 200 puestos fronterizos, uno por cada carretera que la atraviesa (o, directamente, cerrar muchas de esas carreteras). Pero eso no sería el principal inconveniente.

Reinstaurando la frontera Londres violaría parte de los Acuerdos de Viernes Santo, en vigor desde 1998 y que pusieron fin al conflicto armado en Irlanda del Norte. El acuerdo, recordemos, fue aprobado por una amplia mayoría en un referéndum celebrado en las dos Irlandas. La democracia produce a veces estas paradojas. Tan democrático fue el referéndum de Viernes Santo como el del Brexit.

La prensa eurófila, ‘Financial Times’, ‘The Economist’ o la propia ‘BBC’, apuesta porque May se eche a un lado y se convoque un segundo referéndum

O quizá no tanto, porque el hecho es que los norirlandeses votaron mayoritariamente a favor de la permanencia en la UE. May, por tanto, aborda un problema similar al que no tardará en enfrentar en Escocia. El Brexit fue una empresa esencialmente inglesa. En los condados fronterizos de Irlanda del Norte siete de cada diez votantes estaban en contra de abandonar la UE por motivos fáciles de imaginar.

Eso será el aperitivo de dos dramas en cadena. El que May librará a no mucho tardar con los laboristas en todo el Reino Unido y, por descontado, también en Irlanda del Norte. Y el que surgirá con partidos nacionalistas irlandeses como el Sinn Féin que apoyaron el acuerdo del 98 entre otras cosas porque dentro la Unión Europea la frontera ya había desaparecido.

Todo, como puede verse, sin que el negociador europeo Michel Barnier, intervenga en nada. El atolladero principal está dentro. La prensa eurófila, numerosa e influyente con cabeceras tales como Financial Times, The Economist e incluso la BBC, lo aprovechará para acabar primero con May y forzar después un segundo referéndum.

Los medios igualan Brexit a ruina, lo que, aunque no termina de hacer mella en la opinión pública, sí influye en los cenáculos londinenses. La opinión pública no teme tanto a los malos augurios económicos, que aún no se han materializado, como a la fractura del país en su punto más delicado. Para sortear esa bala May está demasiado expuesta. Pero, ¿qué otra opción le queda?

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